A las mexicanas y mexicanos:
SUEÑOS
Desnuda, me veo florecer
dentro de un lago que no recuerdo
inmóvil, temerosa, confundida
del sueño que no comprendo
desesperadamente huyo
de los ángeles y demonios
que se baten
por adueñarse de mis sueños.
Enriqueta Lunez (San Juan Chamula, 1981) Poeta en lengua tzotzil.
La defensa de los derechos de los pueblos y comunidades indígenas, el respeto a su autonomía y a su libre determinación, se ha ido desdibujando a través de los años en los altos de Chiapas. La resistencia indígena parece que ha perdido la batalla, no ante la cultura occidental, sino ante el crimen organizado.
La lucha por la tierra, los desplazamientos por motivos religiosos, el plagio del arte y de los diseños indígenas, así como la larga lista de abusos y la opresión de la que han sido objeto los tzotziles, comienza a quedar en el olvido para dar paso a una historia criminal donde los paramilitares, las autodefensas, el tráfico de armas, la trata de personas, el narcotráfico, los asesinatos y los más viles crímenes, se cometen al amparo de la impunidad y la corrupción, bajo la nomenclatura de Chamula Power.
Lejos quedaron los Acuerdos de San Andrés, así como las aspiraciones de concordia y pacificación. Ya no hay discursos, ni poesía, ni cantos, ni insurgentes en las montañas. Ya nadie resbala en la sonrisa de una palabra taladrada, Emiliano Zapata ya no cabalga al frente y no hay una revolución por hacer. El poder Chamula no existe.
Los medios de comunicación dan cuenta de cómo en los Altos de Chiapas, particularmente en San Juan Chamula y Pantelhó, las autoridades han detectado un intenso tráfico de armas, cuyos productos se ofrecen en sitios de internet: AK-47 “cuernos de Chivo”, AR-15, M4, M16, pistolas 9 milímetros, escuadras, armas automáticas y semiautomáticas, entre otras. Las fotografías de muchos diarios muestran a las autodefensas “indígenas” y, no es poca la tinta que han usado para denunciar los desplazamientos y la violencia que se vive en la zona.
Sin embargo, subyace otra realidad igualmente alarmante de la que casi nadie habla y tampoco exhibe. Con esto último me refiero a la de las mujeres, las adolescentes y las niñas. Miles de historias de horror están entretejidas con las del tráfico de drogas y de armas. Sólo para poner en perspectiva la problemática, basta con decir que Chiapas es una de las entidades donde la trata de personas en sus diferentes tipologías tiene un alta prevalecía y cuya tendencia va en ascenso.
Hace precisamente un año la presidenta de la Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer denunció que existe un sistema proxeneta en la entidad donde los dueños de los módulos de la zona de tolerancia fueron médicos de salud municipal, ministerios públicos y directores de preparatoria, por lo que sigue avanzando el delito.
Además, no podemos pasar por alto que desde 2016 se ha denunciado el etnoporno como una tendencia delictiva al alza, mediante la cual se reclutan por la fuerza o con engaños a indígenas para fines pornográficos. Un fenómeno que creció en ciertas comunidades de México, controladas por el cartel de Los Zetas y, en Chiapas, por el grupo delictivo denominado Chamula Power. Al respecto, no son pocas las denuncias en redes sociales y medios de comunicación sin que ninguna autoridad desde aquellos años haya hecho algo al respecto.
Las víctimas son mujeres indígenas de todas las edades, obligadas a tener relaciones sexuales que son grabadas en video y luego vendidos como pornografía. Incluso, se encontraron evidencias en San Cristóbal de las Casas donde vendían DVD´s bajo títulos despectivos contra los indígenas. Hoy en día, los videos siguen siendo vendidos a través de páginas de pornografía y circulan en lo más profundo y profano de la red.
El entorno llevó en 2018 a la periodista y activista feminista, Martha Figueroa, a impulsar la Alerta de Género en la entidad, porque como lo señaló “Las mujeres son víctimas de explotación sexual, que cayeron en manos del crimen organizado”.
Por otro lado, el crimen organizado ha encontrado una mina de oro en la centenaria práctica de vender a las hijas para casarlas. Cientos de niñas y adolescentes son vendidas en matrimonios cada año en las comunidades por un monto de 10 mil pesos en efectivo, más otro pago en especie como azúcar, panes, alimentos o animales de granja, precio que puede subir si la niña aún es virgen y aún no presenta su primera menstruación, entre otros requisitos que pueden sumar un valor de hasta 100 mil pesos.
La problemática se agudiza al ser una entidad fronteriza. De acuerdo con los informes de la Guardia Nacional en Chiapas, desde su creación y sus operativos en la región de la frontera sur, participó en la intersección de al menos cinco mil menores de edad centroamericanos, que intentaban ser trasladados sin padres y madres hacia Estados Unidos.
No debe asombrarnos entonces que haya tráfico de armas e incluso de drogas si sabemos que junto al tráfico de personas, constituye la triada perfecta de los ilícitos más lucrativos en México y en el mundo. Lo que no puede dejar de cimbrarnos hasta las entrañas es que el delito de trata de personas sigue invisibilizado, solapado y hasta normalizado.
Como lo explicó Rodolfo Casilla en la publicación “Diagnóstico y Situación Actual del Delito de Trata de Personas en Chiapas” publicada por la Secretaría de Gobernación en 2015, el significativo aumento de la trata de personas en el estado se debe a diversos factores, entre los que destacan la ausencia o inefectividad de programas de atención a la vulnerabilidad de niños, niñas, adolescentes y mujeres jóvenes; el aumento del tráfico de cargamentos de mercancías ilícitas, lo que ha facilitado a tratantes la oferta de sus productos ilegales, incluida la mercancía humana; la práctica de la trata sexual como forma de relación social, la decisión de los tratantes de ampliar sus circuitos de acción, así como de establecer zonas y actividades compartidas con otras redes delictivas; la apertura de nuevos corredores por lo que mantienen secuestradas a las comunidades y ciudades como lugares de acopio, tránsito interno, destino y embarque internacional. En otras palabras, hoy la entidad y, particularmente, los altos de Chiapas, nos permiten hablar de una densidad y acumulación delictivas sin precedentes, caracterizadas por una exposición a la delincuencia organizada transnacional con inequívocas señales de gravedad.
Sería irresponsable de mi parte pretender explicar la compleja fenomenología de lo que ocurre en Chiapas; no obstante, sí es mi obligación ética como ciudadana y como activista exhibir una parte de lo que sucede y no se ve. No exculpo ni disculpo a nadie, pero no perdamos de vista que los mercados ilegales han adoptado como prácticas el secuestro masivo de migrantes y de comunidades, así como la extorsión y el terror como mecanismos económicos que sirve para mantener una base criminal “esclavizada” o “asalariada”.
La paradoja de la cosificación de los seres humanos se expresa con toda su fuerza en tierras chiapanecas donde las personas indígenas históricamente discriminadas y minusvaloradas representan una fuerza de trabajo y una mercancía de gran valor para la delincuencia nacional y trasnacional. La pobreza de unos es la riqueza de otros.
En qué momento San Juan Chamula abandonó a esas niñas y a esas mujeres de pañuelos en la cabeza, falda de lana cardada, pelo trenzado y rebozos de colores vivos donde a veces llevan niños y otras veces mecen sueños.
Paola Félix Díaz
Titular del Fondo Mixto de Promoción Turística de la CDMX;
activista social y exdiputada federal.