A las mexicanas y mexicanos:
Claudia Sheinbaum recibió el mando como coordinadora de MORENA y el bastón que simboliza una sucesión pacífica, legal y legítima de manos del presidente de la República, tanto para dar inicio formal a su candidatura, como para llevar a cabo las acciones necesarias que le permitan seguir caminando con buena fortuna por la ruta de la transformación a fin de asegurar su continuidad, consolidación y fortalecimiento.
Es evidente que el futuro de México tiene rostro de mujer; sin embargo, hay que enfatizar que es de una mujer de izquierda. Una mujer del pueblo que ha sabido construir desde abajo y se ha forjado a base de trabajo, compromiso y más trabajo. Una mujer de luces y de talento, científica, sensible y con sobrada capacidad de decisión.
Claudia no es aspiracionista, una vez más su motivación no fue el cargo, sino el encargo; ella no pretende ocupar Palacio Nacional, sino transformar al país desde ese lugar. De forma contraria, Xóchitl sí aspira al cargo a pesar de que las encuestas y el ánimo del electorado revelan que no tiene ninguna posibilidad. No la tiene porque su pragmatismo extremo ha ofendido tanto a la izquierda como a la derecha, pero, sobre todo, al pueblo.
La pretensión de autodescribirse como una mujer de centro izquierda, resulta inverosímil debido a su larga militancia en el PAN, a su estatus empresarial y a las propuestas neoliberales mediante las que privilegia la entrega del patrimonio nacional a los capitales extranjeros. Su pasado, el lenguaje coloquial y las vestimenta que pretende emular a la de nuestros pueblos originarios, no le alcanzan. Para la ultraderecha resulta repugnante y traidora su posición, por eso es que tienen a un candidato propio; y aunque saben con certeza que no obtendrá el triunfo, prefieren deslindarse de un personaje que no los representa y al que prefieren restarle votos antes de permitir que se acabe el pesebre a patadas. Aunque intente acomodarse simplemente no conecta, por lo que se mantendrá en el minúsculo diámetro del centro, de ese limbo en donde a nadie se representa y, por lo tanto, no existen compromisos más que consigo misma.
Claro que es de celebrarse que haya dos mujeres candidatas y colocadas a la delantera del endocentrismo y del machismo a ultranza; no obstante, la coincidencia biológica y de género, nunca podrá ser extensiva al ámbito político, pues la transformación y el conservadurismo son caminos distintos en los que es imposible un punto de encuentro.
La diferencia entre una y otra candidata es abismal e irreductible, precisamente gracias a esa polaridad, es que destaca el perfil de Claudia, quien desde hace semanas se vislumbra como la presidenta de la República. No se equivoquen, a Claudia no le cayó de rebote la candidatura, sino que fue la consecuencia de un trabajo continuado, alejado de los reflectores, concienzudo y profundo dentro de diversos movimientos sociales y junto a Andrés Manuel desde varios años.
Tampoco fue un dedazo, no se equivoquen, fue el resultado natural de quien es una estudiosa de la política que además sí sabe hacer política. Si alguien pensó que tenía una oportunidad de disputarle lo que legítimamente ya era suyo, fue por un error de cálculo o porque al igual que la cabras tiene en su naturaleza regresar al monte.
Claudia se ha empeñado en recorrer el país buscando personas y no votos. Ella sabe que la democracia trasciende al ámbito estrictamente electoral y entiende que se fortalece con la unidad de un pueblo y no con el dinero del pueblo. Ella asume que la confianza de la gente es insustituible, aprecia la pluralidad, valora la solidaridad y privilegia la inclusión. No se equivoquen, Claudia será la presidenta de México.
Paola Félix Díaz-Activista Social
@larapaola