A las mexicanas y mexicanos: Mientras escribo estas líneas, pienso que en unas horas más estaré marchando junto a miles de mujeres por una misma causa y por diferentes motivos. Cada una de nosotras libra su propia batalla y al mismo tiempo lucha la de todas.
Pienso en mi bisabuela, en mi abuela y en mi madre y no tengo duda alguna de que hemos logrado avances importantes gracias a la gallardía y sacrificio de muchas generaciones de mujeres. Ellas, no obstante su espíritu revolucionario y sus anhelos de igualdad, vivían en una realidad muy diferente. Sus espacios eran reducidos, sus posibilidades escasas y los obstáculos que enfrentaban eran monumentales.
Y es que la insistencia para subordinar a las mujeres a un arbitrario ejercicio del poder ha sido una constante en la historia, donde la supremacía de un sexo sobre el otro es la expresión continuada de la minusvaloración de los seres humanos por diferentes circunstancias, una de ellas el género.
Pienso en mi hija que empieza a conocer el mundo y en el futuro de su propia hija, entonces, veo con absoluta claridad que aún falta mucho por hacer para alcanzar la igualdad sustantiva, la que no se agota en las leyes ni en los discursos, sino aquella que se ejerce todos los días y en cualquier lugar.
Y es que la violencia hacia las mujeres no conoce límites y toma múltiples formas: sexual, ácida, familiar, laboral, económica, física, vicaria, escolar, psicológica, feminicida, entre muchas otras.
En México, más de 50 por ciento de las mujeres trabajadoras no tienen prestaciones, servicios de salud ni certeza jurídica; prácticamente todas las mujeres laboran una doble jornada en el hogar; 70 por ciento de ellas han sido violentadas por el simple hecho de ser mujer; al menos diez mujeres son asesinadas al día por razones de género; y 90 por ciento de las violaciones contra niñas ocurre en el entorno familiar. La discriminación laboral y el denominado techo de cristal persisten a pesar de los esfuerzos por instaurar la paridad. Sin embargo, la realidad es que las mujeres no accedemos en la misma proporción que los hombres a puestos de alto nivel y la brecha salarial por el mismo trabajo realizado sigue siendo amplia.
Por eso es que cada paso hacia adelante es una oda a la resistencia, a la resiliencia, a la constancia y al valor cotidiano. Cada logro es digno de celebrarse y cada nueva violencia debe visibilizarse y denunciarse.
La realidad de las mujeres es una moneda de dos caras que invariablemente están presentes. Cuando parece que se han podido superar las adversidades, el otro frente se hace evidente para recordarnos que la lucha debe continuar; y de la misma forma, cuando parece que todo está perdido aparece el otro lado para darnos esperanza. Así de dual es la cotidianidad, así de azarosa y de incierta.
Hasta que el miedo no desaparezca y podamos pensar, hablar y caminar libres por las calles, habitar verdaderamente nuestras casas y nuestros cuerpos, trabajar en lo que queremos y no en lo que podemos y ser nosotras mismas sin que nos inhiba la mirada desafiante de nadie, seguiremos saliendo a las calles para exigir respeto, justicia y reconocimiento.
Como cada año, la alegría y el dolor se me mezclan antes de salir a las calles. Quisiera caminar en silencio, vestida de negro para acompañar el dolor de las víctimas y sus familias; quisiera caminar desnuda, gritar libre y empoderada; quisiera marchar vestida de morado con una rosa blanca en la mano; quisiera no tener que marchar porque se acabaron los motivos; y quisiera aventar mi moneda al aire y tener la certeza de que caerá del lado deseado.
Activista social. @larapaola1