A las mexicanas y mexicanos: El inicio del próximo ciclo escolar presencial ha levantado diversas voces. Algunas, hay que decirlo, alentadas por un ánimo desestabilizador. La realidad es que en México como en el resto del mundo, las niñas, niños, adolescentes y jóvenes, tienen que regresar a las aulas para continuar su desarrollo. La prioridad es el aprendizaje, así como su salud física y emocional.
En México no hay clases presenciales desde marzo de 2020, lo que ha afectado a más de 30 millones de estudiantes. Durante el confinamiento, aumentó la obesidad infantil, la violencia familiar, la deserción escolar, los homicidios infantiles, los embarazos en niñas menores de 14 años (mayoritariamente por violación sexual o matrimonios arreglados), se incrementó la ansiedad, la depresión y la tasa de suicidios en menores de edad.
No podemos perder de vista que de acuerdo con la Encuesta para la Medición del Impacto Covid-19 en la Educación, 5.2 millones de alumnos de 3 a 29 años no se inscribieron al pasado ciclo escolar a causa de la precariedad económica y 3.6 millones porque tenían que trabajar. Además, según datos del Inegi, en lo que va de la crisis sanitaria, siete de cada diez estudiantes de escuelas públicas utilizan el celular como medio de aprendizaje en educación básica, y en 75 por ciento de los casos, se comparte con el resto de la familia. Es claro que para la inmensa mayoría, resulta casi imposible estudiar bajo estas condiciones.
La realidad es que mayoritariamente el alumnado asiste a instituciones públicas, de ahí la importancia de mirar con una visión amplia y sensible lo que significa el regreso presencial a las escuelas, particularmente, si consideramos que, a escala mundial, uno de cada cuatro niños que desertaron es de México.
En este escenario destaca la contundente decisión de la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, para iniciar el nuevo ciclo escolar y no cerrar las escuelas a pesar de que pudiera haber contagios, los cuales no representan un riesgo grave debido a que 100 por ciento del personal docente está vacunado, los adultos que ya cuentan con el esquema completo casi llega a 50 por ciento y 88 por ciento ha recibido al menos una dosis.
Por su parte, la Comisión de los Derechos Humanos de la CDMX señaló que 70 por ciento de los niños y jóvenes consultados quieren volver a la escuela, lo cual resulta muy alentador.
Es verdad, quienes se niegan al regreso presencial anteponen cuestiones políticas y no sanitarias. Es muy probable que haya un riesgo latente de contagios, como ha sucedido en todas partes e incluso estando en confinamiento; sin embargo, es preciso que desde edades tempranas aprendamos a convivir con el virus y asumamos que todas y todos somos parte de la nueva normalidad.
El Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) destacó que sólo en 19 de 193 países continúan cerradas las escuelas, lo cual no puede continuar así. “Las escuelas deben ser las últimas en cerrar y las primeras en reabrir, [...] lo que los niños y los jóvenes han perdido por no poder asistir a la escuela puede que no se recupere nunca...”.
La Unicef señaló que “el regreso presencial a clases en México es un gesto de valor mundial”. En el caso de la Ciudad de México, además es un acto de congruencia, pues la reactivación económica debe ir acompañada de la reactivación social.
Más allá de apoyar una decisión gubernamental, reflexionemos sobre la necesidad de solidarizarnos con las nuevas generaciones, con su presente y su futuro. Acertadamente, el pedagogo Paulo Freire dijo que “la educación no cambia al mundo: cambia a las personas que van a cambiar el mundo”, y es precisamente en esas personas en quienes tenemos que pensar.
Titular del Fondo Mixto de Promoción Turística de la CDMX;
activista social y exdiputada federal