A las mexicanas y mexicanos: He de confesar que el reportaje publicado en La Jornada el pasado domingo, firmado por Braulio Carbajal, me apretó el alma. La realidad que viven las y los jornaleros agrícolas en México, las condiciones de abuso y explotación de las que han sido víctimas por mucho más de un siglo, se perpetúan a través de formas cada vez más crueles, que ahondan la problemática estructural.
La reactivación del campo y el aumento de las exportaciones no han sido un motor de desarrollo suficiente, ya que han sacrificado a las personas en favor de la producción. Hoy en día, los jornaleros están sujetos a inusitadas formas de abuso laboral, principalmente en Oaxaca, Michoacán, Sonora y Sinaloa, donde son inducidos al consumo de metanfetamina por los propios contratistas con el fin de que rindan más y se quejen menos durante las extenuantes jornadas de trabajo.
La metanfetamina, conocida también como cristal, es un estimulante sumamente adictivo que afecta al sistema nervioso central; recordemos que en la Alemania nazi, la denominada Blitzkrieg, fue una táctica militar que permitió al tercer reich conquistar gran parte de Europa. Los soldados alemanes eran surtidos e inducidos a consumirla para mantenerse alertas y despiertos por periodos mucho más largos que las tropas enemigas, duplicando así su fuerza de combate. El propio Hitler era adicto y su uso era común entre los kamikazes antes de emprender sus vuelos suicidas.
La tragedia es mayor si consideramos que quienes trabajan en el campo no sólo son hombres, sino también niños, niñas, adolescentes y mujeres, incluso, existen familias completas que van de un lugar a otro dentro de la República Mexicana en busca de trabajo.
El uso de cristal para perpetrar el abuso laboral no es un hecho aislado, es un acto alevoso y sistémico cuya comisión debe estar prevista y sancionada en la Ley General para Prevenir, Sancionar y Erradicar los Delitos en Materia de Trata de Personas y para la Protección y Asistencia a las Víctimas de estos Delitos.
Las y los jornaleros agrícolas no sólo están esclavizados a sus patrones, sino también a los cárteles locales y a las drogas, pues cuando regresan a sus lugares de origen, ya son adictos. Viven esclavizados a su pasado, a su presente y a un futuro desgarrador del que no son conscientes debido a la excitación, estragos y secuelas derivadas de las drogas. Son en extremo vulnerables, las adicciones los despojan del poco dinero que ganan, de su voluntad, y, sobre todo, de sus posibilidades de bienestar.
Ahora llevan a cuestas la pobreza y la miseria humana como consecuencia de la adicción. La gesta emancipadora y libertaria de 1917 ha sido derrotada por los mercados; la población jornalera agrícola no sólo es una fuerza de trabajo, es al mismo tiempo una población de consumo y una mercancía. Desafortunadamente, el campo mexicano no escapó a la cosificación de los seres humanos; ganan los grandes agroindustriales y todos quienes participan en la cadena de valor; ganan los cárteles, y una vez más pierden las campesinas y los campesinos.
Las condiciones de vulnerabilidad y pobreza de la población jornalera exigen diagnósticos precisos que evidencien las reiteradas violaciones a sus derechos, así como la comisión de delitos y sus nuevas tipologías para poder combatirlas hasta erradicarlas. Tenemos que evitar que las nuevas generaciones nazcan, crezcan, vivan, convivan y mueran en una esclavitud perpetua.
Titular del Fondo Mixto de Promoción Turística de la CDMX;
activista social y exdiputada federal.