A todos los mexicanos:
La libertad de expresión es uno de los principales pilares para la construcción y el fortalecimiento de la democracia; en el mundo moderno, constitucional y de derecho la libertad de expresión y opinión son elementos fundamentales para la gobernanza, pretender sustituirlos por la inquina, la difamación y la mentira con el fin de debilitar a las instituciones del Estado, siempre conlleva un alto costo para la sociedad. La pluralidad, la antítesis argumentada y la capacidad de disentir con el ánimo de construir en un marco de respeto son las herramientas que generan equilibrios invaluables para impulsar el desarrollo y la paz.
La línea entre opinión e injuria es en extremo delgada, la crítica reflexiva y legítima no debe nunca ser confundida por el vituperio, pues ello, se convierte en una daga que hiere con saña a los más altos valores e intereses nacionales. Nuestra historia nacional no es ajena a los arrebatos, vicios y mezquindades de la sin razón. Vale la pena traer a la memoria algunos acontecimientos aciagos ocurridos en los últimos tiempos, debido a la gravedad que reviste privilegiar el encono y el odio, en lugar de impulsar el diálogo político que esté a la altura de lo que el país merece.
No podemos desdeñar las lecciones de la historia, Francisco I. Madero en su periodo presidencial tuvo una férrea opinión opositora -que no crítica- por parte de aquellos que añoraban los privilegios insultantes otorgados por el porfiriato; los opositores de la democracia, fieles al general Díaz y a los lujos que se desprendían de su mandato pugnaron por el fin del maderismo a costa de lo que fuera. Con la traición y el artero asesinato de Madero y Pino Suárez perpetrados por Huerta, sobrevinieron la dictadura y negros episodios para México y para el pueblo.
En nuestros días han crecido las mentiras y difamaciones al amparo de la libertad de opinión como una estrategia que pretende debilitar a las instituciones públicas para socavar la legitimidad gubernamental, sostenida por la soberanía popular.
La consigna es destruirlo todo e intentar recuperar el cascajo de las viejas edificaciones para intentar ponerlas en pie; el grito de reclamo es una demanda ilegítima, una expresión rabiosa que pretende acallar las legítimas aspiraciones de millones de mexicanos que con la esperanza por estandarte apostaron por una transformación. No hay propuesta, acción, gesto o anuncio, sea del orden que sea, que, en lugar de ser sometido a un análisis serio, pase por la descalificación contumaz.
Antes eran las voces enemigas desde donde se arengaba al derrocamiento del presidente Madero en el periódico “El Mañana”, hoy esos canales han sido sustituidos por las nuevas tecnologías, así como por formatos inquisitorios donde los absolutismos se enlistan para desahogar “debates” solo entre quienes piensan igual. La información, ahora igual que ayer, se sustenta en noticias falsas y complementa con posteos digitales anónimos, provocando su publicidad con interacciones de personas y movimientos sociales inexistentes, creados en una oficina para darles vida simulada de manera remota desde algún servidor en una apresurada carrera por erosionar la raigambre nacional.
Las lecciones del pasado nos han enseñado que gracias a las luchas y al indomable espíritu libertario, nuestro pueblo no se rindió y no se rendirá ante el reiterado escamoteo de los derechos y conquistas sociales. El aprendizaje adquirido en el camino andado nos exige tiento y cuidado, ya que, una vez abierta la caja de pandora, quizá no nos guste lo que pueda salir de ella.
La Investidura presidencial es símbolo de la fuerza estatal y el vigor ciudadano que pudo hacer triunfar a la democracia por sobre cualquier otra vía paralela para ejercer el poder público, por ello, pretender debilitarla es actuar con oportunismo rayano para hundir el dedo en la llaga de la incertidumbre y el miedo que provocados por el contexto sanitario y económico mundial.
Es tiempo de dejar atrás las venganzas y reyertas. La unidad nacional, el diálogo constructivo y el consenso en lo fundamental son las premisas en las que todos los sectores del país debemos poner nuestro empeño, particularmente ahora, en que la realidad actual no tiene parangón en los últimos cien años y, es imposible sustraerse a las coyunturas externas y a los grupos supranacionales interesados en alterar el orden democrático.
Ya sea con el llamado “golpe blando” o a través de la “revolución de colores”, sin duda habrá intentos por ejercer controles externos y generar condiciones para imponer modelos y estructuras políticas, económicas, sociales y culturales que nos son extrañas e inconvenientes.
El disenso es necesario e incluso deseable para alimentar el debate democrático que resulte en un diálogo reflexivo y constructivo. La prensa crítica y las plumas incisivas son parte del auténtico ejercicio de la libertad y la democracia, no así la palabra difamatoria o falsa.
Afortunadamente en México son una gran mayoría quienes ejercen con pasión, respeto, ética y honestidad su vocación por la comunicación, la investigación y la información, son más los medios, los periodistas, los analistas y los investigadores que esgrimen razones legítimas y argumentos sólidos como producto de la reflexión concienzuda que corresponde a las ciencias sociales en su conjunto. Los menos son, quienes escudados en la libertad de opinión buscan destruir sin importarles las implicaciones y consecuencias.
La vida democrática nacional tiene sus tiempos, sus normas y sus procesos; la ruta fue trazada por la mayoría de las y los mexicanos. El presidente de la República, se irá cuando haya cumplido su proyecto de nación, ni antes ni después de lo que el mandato del pueblo soberano establezca y está previsto en la Constitución General de la República. Hoy es el momento de un diálogo para la estabilidad.