A las y los mexicanos:
La pandemia provocada por el SARS-CoV-2, interrumpió súbitamente nuestras vidas, provocando una crisis económica y sanitaria sin precedentes; lo mismo que representando para las personas, las empresas, las industrias, los mercados y los gobiernos, una situación límite que nos ha llevado a proyectar, pensar y vivir en una nueva normalidad que no terminamos por consolidar debido a los rebrotes, al escepticismo que aún priva y a la falta de estructuras que la sostengan.
Al inicio, muchos de nosotros vivíamos bajo el supuesto falso de que la situación sería de corto plazo; sin embargo, el estado de las cosas cambió sustancialmente y, por ende, nuestros contextos, valores, intereses, necesidades y prioridades, no sólo a escala nacional sino global, así como los principios y estrategias de las instituciones políticas, económicas, jurídicas, sociales y culturales, y desde luego, las relaciones internacionales.
Esta experiencia ha sido tan difícil para México como para el resto del mundo. La incertidumbre colectiva aunada a problemáticas tangibles como las que enfrentan los sectores productivos, de salud, educativo y laboral, nos obligan a repensar los cimientos que soportarán a pie firme la nueva normalidad que debemos asimilar lo más pronto posible para poder desarrollarnos. En otras palabras, tenemos que aprender a vivir, convivir y enfrentar el Covid-19 en lo individual y en lo colectivo; en lo físico y en lo psicológico; en lo concreto y en lo abstracto, para no agravar los errores del pasado y ser capaces de obtener el mayor bienestar posible.
No existe una fórmula mágica, ni un camino único a modo; nuestro propio país es plural y diverso. Aquí conviven realidades múltiples, necesidades, intereses, valores y culturas, no sólo en lo que se refiere a las distintas comunidades, entidades o regiones, sino entre los sectores y subsectores de la sociedad y la economía. México tiene un largo camino por recorrer en lo que corresponde a muchas y diversas áreas. Una de éstas, si no la más importante, es la laboral; particularmente en cuanto al home office (trabajo en casa), el outsourcing (subcontratación) y los empleos emergentes, cuya presencia fue exponencial durante el confinamiento y que tiene su más clara manifestación en las y los repartidores de productos a domicilio.
La legislación laboral actual no regula las actividades antes señaladas, lo que supone un desafío enorme. Por eso es que las y los legisladores de las distintas fuerzas políticas en el Congreso, han realizado propuestas que permitan una mejor regulación, lo que augura un buen comienzo, mismo que debe ser secundado por los sectores productivos y sociales, ya que a estas alturas de la pandemia y ante un mundo que se percibe desbocado y desorientado, requerimos innovar sin perder de vista lo verdaderamente fundamental.
No me cabe la menor duda de que no hay nada más importante que abogar por el bienestar del ser humano por encima de cualquier otro interés, por lo que el desconcierto no debe dar cabida a salidas apresuradas y coyunturales, como tampoco tendrían que generarse condiciones para las respuestas extremas, contradictorias y ajenas a los tiempos actuales y a la realidad nacional. Esta pandemia nos plantea como un gran reto el cambio de rumbo, y ello requiere lograr el equilibrio entre lo económico y lo social, a partir de un imperativo ético: eliminar las desigualdades existentes.
La transformación debe pasar necesariamente por la responsabilidad y solidaridad social para poder instaurar la sostenibilidad. Ir hacia una cultura de la sensatez donde la dignidad humana y el conjunto de derechos y libertades que la objetivan sean respetados y aliente su progresividad, desechando para siempre esas añejas formas donde la desposesión de derechos formaba parte de una constante disfrazada de modalidades contractuales y extracontractuales que sustituían el empleo decente y el salario digno, a cambio de una estructura ocupacional a la que se le han ido arrebatando a pedazos cualquier viso de humanidad, conjurando posibilidades que sólo han resultado en más precarización, pobreza y discriminación.
Cada vez, con mayor fuerza, las y los repartidores independientes y de plataformas como Uber Eats, Rappi, Didi, entre otras, denuncian la discriminación y violencia laboral de los que son objeto, así como los diversos riesgos que han enfrentado durante los tiempos de la pandemia, al exponerse al contagio y a los accidentes, debido a los abusos, exigencias y falta de regulación que les posibilite acceder a la seguridad social a la que tienen derecho.
De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud, durante los ocho meses que han transcurrido desde que estalló la pandemia global de Covid-19, las plataformas digitales de servicios aumentaron sus ganancias de forma exponencial; para dar un ejemplo de esto, Uber Eats reportó un crecimiento de 54 por ciento, con ganancias de 148 millones de dólares, en contraste con el trimestre anterior a la declaración de la cuarentena; sin embargo, las condiciones salariales y laborales de las personas que llevan las mercancías no mejoraron proporcionalmente. Efectivamente, en cada pedido va su vida; lo han dicho bien y con razón, ya que ni siquiera pueden acceder a servicios básicos como un baño para hacer sus necesidades o lavarse las manos, debido a que generalmente les son negados por los dueños de los establecimientos que envían la mercancía. Por si esto fuera poco, no existen horarios, espacios de descanso, equipos especiales para el uso de las bicicletas y motos repartidoras y, mucho menos, el calzado adecuado para quienes realizan sus labores a pie.
Paradójicamente, junto con esta realidad y la propagación del Covid-19, la polarización, el divisionismo y la sinrazón están presentes. Salir del pacto federal, denostar, mentir y confundir a la sociedad, se ha vuelto para algunos una prioridad para saciar sus necesidades proselitistas, mientras que el futuro y el bienestar de las mayorías está en juego. Es momento de hacer conciencia y de reflexionar: los virus ideológicos son mucho más nocivos y letales que el SARS-CoV-2; la globalización y el capitalismo salvaje no dejan de prometer un falso desarrollo que no ha llegado ni llegará jamás si no ponemos al ser humano en el centro de las decisiones.
Paola Félix Díaz
Titular del Fondo Mixto de Promoción Turística de la CDMX; activista social y exdiputada federal.