A las mexicanas y mexicanos: De Fiódor Dostoyevski a Jesús Murillo Karam la historia ha dado un giro de trescientos sesenta grados. El crimen cometido por un estudiante en contra de una usurera y las consecuencias de éste, durante más de un siglo nos han llevado a un análisis profundo sobre la naturaleza humana, la moral y la pobreza, pero, fundamentalmente, para descubrir si la habilidad del criminal para esconder las pruebas de un asesinato, en el fuero interno, lo libran efectivamente de su castigo.
La novela de Dostoyevski, aunque producto de la imaginación del escritor, nos lleva a importantes reflexiones sobre la psicología humana. La masacre de Ayotzinapa nos obliga a estudiar con puntualidad las profundidades de la política y la justicia mexicana, al menos de 1968 a 2018, para asumir que los crímenes de Estado, fueron durante este periodo, una dolorosa realidad que supera la creatividad literaria.
Pero, sobre todo, revela con claridad la importancia de la transición política y de la transformación que estamos construyendo, ya que hoy, la verdad y la justicia son la base sobre la que se construye el nuevo proyecto nacional, lo que implica que ningún crimen debe quedar en la impunidad, menos aún, si éste involucra al poder político.
La verdad, en tanto derecho, sólo puede ser una. La mentira puede ser coyuntural y al perpetuarse en el tiempo convertirse en histórica.
El Informe de la Comisión para la Verdad determinó que no hay ningún indicio de que los estudiantes se encuentren con vida. Por el contrario, todos los testimonios y evidencias acreditan que éstos fueron arteramente ultimados y desaparecidos. La realidad es que hubo una evidente colusión de altos funcionarios del Estado mexicano con el grupo delictivo Guerreros Unidos, que toleraron, posibilitaron y participaron en los hechos de violencia en contra de los estudiantes y su desaparición. Además, fueron los artífices del intento gubernamental por ocultar la verdad sobre los hechos.
La “verdad histórica” de Murillo Karam revela su mundo interno al intentar construir la realidad del externo, a través de la escalofriante versión de que 43 estudiantes fueron incinerados en el basurero de Cocula después de haber sido asesinados. La historia del exprocurador está llena de simbolismos, que pintan de cuerpo entero a una clase política que nunca debió acceder al poder público.
La narrativa a modo en las carpetas de investigación del caso Ayotzinapa tuvo como asidero las declaraciones arrebatadas a través de la tortura, de actos crueles e inhumanos a quienes fueron señalados como presuntos responsables, así como por la estigmatización y revictimización de los estudiantes asesinados.
La verdad histórica fue una mentira institucional apuntalada en los medios de comunicación a través de un sinfín de artilugios.
En un crimen cometido en una obra literaria por un estudiante que piensa que es moralmente aceptable matar a un ser que considera despreciable, el remordimiento, el arrepentimiento, el perdón y la duda sobre el merecimiento del castigo, son elementos articuladores de la obra y por lo tanto aceptables.
En un crimen de Estado en el que desaparecieron a 43 estudiantes de la Normal Isidro Burgos de Ayotzinapa el 27 de septiembre de 2014, con la participación de integrantes del grupo delictivo Guerreros Unidos y funcionarios de diversas instituciones públicas, el castigo debe ser ejemplar para que sea verdaderamente histórico.
Crimen y castigo debe ser la nomenclatura de la estrategia, si queremos acabar con la corrupción, la impunidad, la negligencia y la complicidad que borró la línea divisoria que debe separar al poder público de los poderes fácticos.
@larapaola1