A las y los mexicanos:

La violencia en contra de niños, niñas y adolescentes, particularmente la sexual, representa un grave y complejo problema en México. La realidad de millones de personas menores de cero a dieciocho años de edad es cruel y devastadora, sobra decir que las niñas y adolescentes son las principales víctimas.

Los datos existentes son desgarradores, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) cada año, más de 4 millones y medio de niñas y niños son víctimas de abuso sexual en nuestro país, por lo que tiene el deshonroso primer lugar mundial en estos delitos.

Por cada mil casos de abuso sexual cometidos contra menores en el país, únicamente se denuncian cien y de estos, sólo 10% llega ante un juez, de los cuales 1% recibe una sentencia condenatoria.

Del total de esas violaciones, 90% son cometidas contra las niñas en el interior de los hogares y en el entorno familiar, como lo señala la Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres.

De acuerdo a Save the Children, México también está en los primeros lugares a escala mundial de violencia física y homicidios de personas menores de 14 años. Existen 3.6 millones de niños y niñas que trabajan y 30% lo hace más de 35 horas a la semana. 90 mil niñas, niños y adolescentes migrantes no acompañados provenientes de México y Centroamérica han sido detenidos en albergues estadounidenses. Las muertes de adolescentes de 15 a 19 años de edad por homicidio representan más de 8% del total de muertes por homicidio en el país.

Especialistas en la materia, estiman que 60% de la pornografía infantil en el mundo se produce en México, lo que coloca a nuestro país, de acuerdo con organismos internacionales, como el primer o segundo productor y distribuidor internacional de pornografía infantil y el primero en América Latina.

Ante la contundencia de los datos anteriores y la magnitud de la problemática, queda claro que tenemos una deuda inconmensurable con la niñez mexicana, la cual nos debe llevar a profundas reflexiones desde el ámbito personal hasta el público.

Además, recientemente, hemos conocido a través de los medios de comunicación de abusos sexuales perpetrados en las escuelas y por parte de ministros de culto religioso, lo que revela que no existen espacios seguros para el cabal desarrollo de las personas menores de dieciocho años, quienes precisamente por su edad y por los ambientes hostiles donde viven, son las más vulnerables de toda la sociedad.

¿Qué hacer?, ¿por dónde empezar?, ¿cómo darles voz y posibilitarles que denuncien a sus agresores? ¿Cómo implementar una política de prevención si quienes se suponen que tienen el deber de su cuidado hacen precisamente todo lo contrario?, ¿quiénes son los aliados de la niñez en su vida cotidiana?, ¿en quién confiar para poder desarrollar estrategias si sus adultos cercanos actúan como un delincuente desconocido?

Mientras escribo, me pregunto ¿siempre ha sido así? ¿o es en los últimos años que la comisión de este aberrante delito se ha incrementado? ¿cuándo se convirtió en un problema social? ¿será que desde siempre la niñez ha sido invisible y la indiferencia acompaña esta etapa de la vida? No lo sé.

De pronto me parece muy difícil encontrar una salida más o menos viable para esta tragedia. Si pienso en las estadísticas y en que cada acto de abuso merece una sentencia condenatoria, una alta proporción de la población adulta estaría en prisión y las cárceles serían insuficientes.

Elevar las penas, establecer la no prescripción del delito y empeñarnos en castigar a las y los abusadores con todo el rigor de la ley, podría servir de ejemplo y desincentivar futuros abusos. No obstante, esta no puede ser la única salida, es necesario que todas y todos entendamos que las niñas y los niños no se tocan, no se lastiman, no se venden y no se les arruina la vida, no sólo por miedo a una sanción penal, sino como un entendimiento claro de que son personas, tienen derechos y merecen se respetados en su dignidad humana e integridad física.

Me llena de impotencia y horror saber que las niñas y niños crecen junto a sus enemigos, a la sombra de esos monstruos que les devoran la inocencia y les dejan huellas imborrables en el alma. El día de mañana seguirán siendo víctimas o se convertirán en victimarios, si no hacemos algo y lo hacemos rápido no podremos ponerle un alto a esta felonía.

Paola Félix Díaz, activista social.

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