El planteamiento del desarrollo sostenible expresa que el ser humano puede hacer uso del medio y sus recursos, pero de una manera racional -sin comprometer los recursos para las generaciones futuras- de tal forma que le asegure cubrir sus necesidades para lograr una calidad de vida aceptable y con equidad social. Todo producto o servicio diseñado para satisfacer nuestras necesidades requiere del uso de la energía: sin ella se paralizaría la economía y, con ello, el abastecimiento de elementos vitales para la calidad de vida del ser humano.

La energía es la base fundamental de la actividad humana, tanto que ésta podría determinar la pobreza o riqueza según los usos y las cifras de consumo. Adicionalmente, la posesión de energía y sus flujos han sido foco en constantes debates económicos y políticos en el mundo para la construcción de una agenda política pública.

Así como la energía es un motor económico, también es una de las principales fuentes de nuestro impacto ambiental. El crecimiento económico y las emisiones de GEI son interdependientes, al igual que el crecimiento económico y la energía. Es importante mencionar que el modelo actual de crecimiento económico está amenazando un crecimiento sostenible, lo que representa un gran desafío. Las externalidades del cambio climático representan un riesgo para la sociedad y el medio ambiente, por lo que es necesario promover y sostener criterios ambientales en la formulación de la política económica y financiera, de otra manera no lograremos cumplir con los compromisos medioambientales que México se ha propuesto.

La mayoría de los países del mundo avanzan hacia la descarbonización. En el Acuerdo de París sobre el cambio climático, 96 países se comprometieron a la disminución de sus emisiones de gases de efecto invernadero, y con ese compromiso han surgido esfuerzos para impulsar la descarbonización de las economías. Los gobiernos alrededor del mundo buscan entregar energía suficiente para el crecimiento económico, y simultáneamente disminuir el impacto en el medio ambiente.

Por su lado, México, bajo sus compromisos del Acuerdo de País, se comprometió a reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) en un 22% para el año 2030 y en un 50% para el 2050. Según la Agencia Internacional de Energía, en 2018 México contaba con 448,45 megatoneladas de emisiones de CO2, lo que representa + 74.52% desde 1990. Mientras tanto, la actual política energética de México requiere varios ajustes legales e institucionales para cumplir con los objetivos del compromiso climático.

Teniendo en cuenta el potencial de energía renovable de México, el Gobierno Federal de México tiene la oportunidad de llevar a cabo este cambio en la toma de decisiones para posicionar la necesidad de abordar el cambio climático como una oportunidad para reducir las emisiones y las desigualdades ambientales y producir energía más limpia a través de medios descentralizados.

La iniciativa privada no se debe de quedar al margen de los compromisos climáticos, por el contrario, tiene la oportunidad de beneficiarse económicamente mediante programas de gestión energética y energía renovable, y de igual manera, beneficiar al medio ambiente. Los proyectos de gestión de energía deben de considerar cuidadosamente la ubicación de las operaciones y actividades, recursos, regulaciones, costos, operaciones e innovación al mitigar o compensar nuestro impacto ambiental, reducir el consumo energético y hacerlo a partir de fuentes más limpias.

Hoy en día, los inversionistas buscan que se generen más y mejores compromisos ambientales dentro de las empresas. Diversos estudios muestran una correlación positiva entre una correcta gestión ambiental -en especial una eficiente gestión energética y una reducción en el impacto ambiental- y un potencial éxito económico-financiero a mediano y largo plazo. Esto mediante la incorporación de iniciativas que generen valor económico-ambiental no solamente hacia misma empresa sino tomando en cuenta a los grupos de interés.

La sostenibilidad continuará guiando la agenda de transformación del sistema económico-financiero, que a su vez repercutirá en la transformación de la sociedad más sostenible. La sostenibilidad es ya un factor clave en las organizaciones para incrementar su capacidad de resiliencia ante futuro incierto, lleno de retos y riesgos financieros y no financieros, pero también de lleno de oportunidades y potenciales beneficios económico-ambientales.

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