México vive uno de los momentos más difíciles de toda su historia. Se halla en el interregno en el que debe dejar de ser mucho de lo que fue, y empezar a ser algo de lo que aspira a ser. En buena medida, eso explicaría que con frecuencia se tenga la percepción de que no pasa nada, de que nada se altera. Los estertores del antiguo régimen, como muchos de sus protagonistas, aún están ahí, luchando por sobrevivir, en pleno alumbramiento del nuevo status político que el gobierno de la Cuarta Transformación trata de implantar.
Ese, como todo cambio radical, verdadero y perdurable, comienza en la raíz, lo que implica modificar positivamente el ser y la conducta sociales; las tradiciones y la cultura. Sus iniciadores y promotores, son los primeros obligados a evidenciar el giro. Mas para que éste sea realmente histórico, sólo puede tener como fundamento la educación, los valores, la ética, los principios.
Estos grandes bienes, ahora, están notoriamente ausentes en México. Se encuentran en crisis. Son demolidos de continuo. La descomposición es inocultable. Leyes, instituciones y gobernantes parecen impotentes para detener ese oleaje. Lo reflejan los frecuentes crímenes que llegan a extremos inimaginables. El escenario mexicano es casi cavernario. Acaso falta poco para tocar la antropofagia.
Los delitos que se suceden a toda hora por doquier, entre los que destacan los de Ingrid y Fátima, consumados en un lapso muy breve, son escandalosamente monstruosos. En ellos, la animalidad suplantó a la humanidad y estampó una dolorosa y vergonzosa impronta. En muchos otros casos, que son parte de una constante, el bestialismo se sobrepuso al humanismo. La sinrazón se montó en la razón. Lo que debería ser evolución, está trocando en involución. Parece que no avanzamos. Alarman los indicadores en que retrocedemos.
Y ese, precisamente, es el mayor de los retos que tiene el presidente de la República. Su ideal máximo de hacer de la mexicana una sociedad nueva, diferente y mejor, es insospechadamente trascendente. Dejar atrás el pasado; construir un nuevo presente y perfilar un porvenir más luminoso, es algo que, en años, ningún gobernante, en los hechos y sinceramente, se había propuesto, si bien todos lo prometieron para hacerse del poder.
En cambio, Andrés Manuel López Obrador ha iniciado esa colosal tarea con la observancia de una vida propia bastante modesta, austera y recatada, que todos sus colaboradores están obligados a imitar, pues las buenas, como las malas costumbres, permean del cenit a la base y con ello se conservan o se pierden los estados. En nuestro caso, la necesidad es refundarlo.
En este proceso, el enorme desafío para quien lo está intentando, es inevitable enfrentar innumerables obstáculos, residuos y/o producto de las deleznables prácticas político-gubernativas de muchas décadas que tenían como propósito central mantener una casta en el poder con todos los derechos, sin obligaciones ni compromisos genuinos con la sociedad.
Estar entre lo viejo, que fue extraordinariamente fuerte, y lo que pretende ser nuevo, pero que aún se halla en estado naciente y que sólo instituido podrá cobrar toda su dimensión, importancia y fuerza, llevará tiempo. Mas, definido el proyecto y trazada la ruta, cualquier esfuerzo para cristalizarlo, habrá valido la pena.
SOTTO VOCE…
Sorpresivas e impactantes, las declaraciones del presidente Andrés Manuel López Obrador de que, para fortalecer aún más su estrategia en la lucha contra la corrupción y recuperar más de lo robado al pueblo, la UIF, a cargo de Santiago Nieto, se investigará a los prestanombres de políticos, líderes sindicales y empresarios que han amasado grotescas fortunas al amparo del poder… Al yerro nadie escapa. Equivocarse y admitirlo no es humillante para nadie. En un sincero mea culpa, reconozco que me ofusqué al contestar una llamada de la periodista Nancy Flores. Lo lamento.
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@mariobeteta