El 20 de enero será un día memorable para el mundo. Con la entronización de Joe Biden, la decencia se instaló en la Casa Blanca y comenzó un proceso de catarsis que barrerá todas las excrecencias que, durante su nefasto y pernicioso gobierno, Donald Trump imprimió como principal y vergonzosa impronta a la presidencia de los Estados Unidos.

El punto de partida de lo que se prefigura como la exitosa y fructífera administración Biden está en la unidad a la que ha llamado a sus compatriotas en la búsqueda de objetivos comunes, en su compromiso de que gobernará para todos, incluidos los que votaron en su contra.

Si Biden invoca y está dispuesto a apelar a ese valor sistemáticamente, es porque sabe muy bien que es una extraordinaria palanca política capaz de cristalizar cualquier objetivo que todo gobierno y/o sociedad se propongan. Si lo persiguen juntos, se les facilitará mucho y lo conseguirán más pronto.

La unidad en Norteamérica es especialmente importante después del discurso de odio, polarización, supremacismo y terrorismo que el expresidente sembró día tras día, recurriendo a las redes sociales con una frecuencia inusitada y abusiva. La división sociopolítica que heredó a su sucesor es, justamente, una de las peores excrecencias que llamó a superar en lo inmediato.

Su exhorto tiene el alto valor de corresponderse con los hechos, pues los 17 decretos que firmó a las pocas horas de haber accedido al poder, vistos uno a uno o en conjunto, miran a procurar el bien, tanto dentro como fuera de Estados Unidos, como la suspensión del muro en la frontera con México y la ciudadanía para los dreamers. No hay mejor manera de que un gobernante unifique a la sociedad en torno suyo, que procurándole los estándares de bienestar que reclama y a los que tiene legítimo derecho.

Decidido a hacer de la unidad la premisa fundamental de su mandato, combinándola con su estilo personal de gobernar caracterizado por su educación, sencillez, modestia y la férrea observancia de principios éticopolíticos, Biden apunta a ser una fortuna para los norteamericanos e incluso para algunos países, lo que contrastará con la brutalidad, egolatría, vulgaridad y arrogancia de su antecesor, enterrado ya en el basurero de la historia.

Aun con las maledicencias y los malos augurios respecto de la relación que se dará entre los presidentes Joe Biden y Andrés Manuel López Obrador, es de subrayar que, en lo personal, tienen grandes coincidencias que, con certeza, serán más claras cada día y permitirán, en medio de las diferencias, un vínculo y un trato muy buenos entre Estados Unidos y México.

La centralidad de esas afinidades entre Biden y López Obrador, es su propósito de cambiar para bien todo. La sobriedad, la templanza y la moderación los identifica. En México, en casi un siglo, tenemos un presidente con un perfil diferente y opuesto a todos los demás. Por primera vez, en él, no hay interés por el poder ni por el dinero, sino predominio de valores y principios que, traducidos en acciones específicas contra la corrupción, le permitan un cambio histórico.

Así, con gobernantes que van en una misma dirección y quieren lo mismo para sus gobernados, México y Estados Unidos, Andrés Manuel López Obrador y Joe Biden, pueden escribir una historia que reivindique a la política como lo que teóricamente es… y como lo que nunca debió dejar de ser.

SOTTO VOCE…


Algunos politicastros venales creen que sólo por incorporarse a Morena tienen derecho a ser candidatos a puestos donde obtendrán beneficios y privilegios. Y de “talacha”, ¡nada!... El Tema Ayotzinapa vuelve a tomar fuerza; más, con lo que se sabrá al respecto en los días que vienen…De acuerdo con lo que comentó En los Tiempos de la Radio el doctor Alejandro Gertz Manero, cuando se normalice la actividad en tribunales, habrá muchas “sorpresas” de gran calado.