Si quieres la paz, prepárate para la guerra (Si vis pacem, para bellum), es una sentencia histórico-política en vigor durante 1600 años que jamás ha fallado. En esa previsión, facultad o virtud que obligada e inevitablemente deben poseer los estadistas, se halla la única posibilidad real y duradera de conservar sus Estados. Tratar de cumplir ese deber por otros medios, es idílico, errático e imposible.
La preparación bélica de las sociedades en todos los tiempos y lugares, atiende a su primer deber: conservar su vida, pues en la defensa permanente de ese primer bien, radican sus posibilidades de supervivencia y la oportunidad de vivir en ausencia de conflicto.
Entre los distintos tipos de guerra que hay, la más legítima es la que se libra mirando a vivir en un ambiente de tranquilidad que permita desarrollar las potencialidades colectivas e individuales de cada nación. Si se tiende a ese fin, los medios que se utilicen son lo de menos; el resultado es lo que cuenta. En ese sentido, Maquiavelo siempre tendrá razón.
Y si esta premisa es válida hacia afuera de cada país, lo es igualmente a su interior, donde los gobernantes tienen a su disposición los instrumentos del aparato estatal y el uso legal de la violencia; sin miramiento, deben apelar a ellos para salvaguardar a sus gobernados. Sin el cumplimiento de este imperativo, el ejercicio del poder no tiene ninguna justificación.
Con esos argumentos, se puede afirmar que la actual estrategia del gobierno federal para contener la criminalidad no es la indicada, pues a tres años de haberse puesto en práctica, ni ha dado resultados ni tampoco los promete.
La política de abrazos, no balazos, lejos de haber propiciado la disminución de la criminalidad, parece alentarla, diversificarla y radicalizarla. Si el ambiente que han producido las organizaciones delictivas con el uso de armas tradicionales ha sido pavoroso, el empleo de bombas, como se vio el pasado fin de semana en Salamanca, es simplemente aterrador.
¿En qué país, qué gobierno permite casi deliberadamente que todo un pueblo viva inmerso en esa pesadilla?
En su comparecencia ante el Senado, la secretaria de Seguridad y Protección Ciudadana, Rosa Icela Rodríguez, respaldó ampliamente el plan presidencial que está en curso para pacificar el país con la afirmación de que “no venimos a ganar una guerra. Venimos a ganar la paz”, pero, paradójicamente, esta sólo se puede conquistar al costo de dar y ganar aquella.
Si la salvación del pueblo es ley suprema (salus populi suprema lex) desde su establecimiento en el Derecho Público Romano, y se asume que esa es una necesidad extrema de México y una preocupación del gobierno, lo racional es que, ante la mala situación y perspectiva derivadas de la táctica abrazadora, busque otras alternativas.
Eso nos conviene, si se toma en cuenta que el concepto, fenómeno o amenaza que más inquieta a Estados Unidos —en medio de la descomposición y el ambiente de inseguridad que se vive en México—, es “terrorismo”. Porque si el atentado en Guanajuato llega a ser el inicio de una serie de sucesos similares, podría inducirlo a que “atienda” ese problema.
Sotto Voce…
La solución al problema de los migrantes, que cada día se agrava más, no está en manos de uno solo de los gobiernos a los que involucra. Se requieren soluciones conjuntas. Pero estas no se pueden dar pateando el pesebre… Alguien debe decirle a la diputada local por Puebla, Sandra Nelly Cadena, que la 4T no requiere el arsenal que se le descubrió para su “lucha política”… Muy pocos gobernadores en la historia moderna de este país, han salido en hombros. Francisco “Pancho” Domínguez, de Querétaro, será un caso excepcional. Las cuentas óptimas que deja en lo económico, financiero, administrativo, político y social, son producto de su honradez, capacidad y eficacia.