Jamás en toda la historia, la humanidad entera se había visto envuelta en una crisis total como hoy. El coronavirus lo ha hecho posible.

Nunca, el miedo que esa pandemia ha sembrado, se había extendido por todo el planeta. Por primera vez, todos los seres humanos nos sentimos vulnerables, amenazados, en riesgo real, próximo y latente, de ser alcanzados por lo desconocido cuanto mortal. Y como el desafío es colosal, la respuesta debe ser del mismo calibre y aún mayor. Es una oportunidad que tenemos. Y no debemos perderla.

Mas, ¿cómo escribir esa epopeya? ¿Quiénes podrán y querrán hacerlo? ¿Con qué herramientas podrían intentarlo? ¿Es esa una misión para unos cuantos?

Para poner en perspectiva una posible respuesta a esas interrogantes, grosso modo, es preciso reconocer al coronavirus como hijo de la globalización, entendida como el proceso en el que la Tierra es un microcosmos, dado el avance de las tecnologías y las comunicaciones, la movilidad internacional de personas, servicios y mercancías sin parangón, y la interrelación absoluta, continua y vertiginosa de todo y de todos mirando a un solo fin: TENER. TENER, a costa de dejar de SER. En ese enfebrecido afán, el hombre perdió sus valores. Por ambición, erigió la riqueza como su Dios. Lo sacrificó todo en el altar del dinero. Nada ni nadie le es más caro que ese “valor”. Sólo en él encuentra su “realización”. Por la avaricia, universalizada, nos desposeímos todos. Nos desvalorizamos. Colectivizados mundialmente hoy, estamos aislados, en el Laberinto de la Soledad paciano.

Nunca como ahora, la raza humana se había unido por algo. Egoísta por naturaleza, hoy se “vincula a distancia” por la amenaza común a su vida; por la tragedia, la zozobra y el dolor.

La conciencia colectiva de la potencial, posible y en algunos casos inexorable inexistencia, que todos tememos, es el lazo más fuerte que está surgiendo entre los hombres. No hay ningún otro momento en la memoria de alguna época en que el Hombre se haya hermanado tanto. Y esa hipersensibilidad ante el riesgo, que todos sentimos cerca, podría ser el fundamento de un Hombre Nuevo. Esa, es la oportunidad que debemos tomar de esta crisis. Crisis significa elegir. Hoy, debemos optar por lo máximo. Es la obra que estarán obligados a construir quienes se mantengan y continúen. Será su tarea para enfrentar, unidos, los desafíos del porvenir.

Por la pandemia, todo ha comenzado a alterarse y apunta a cambiar de raíz. La Humanidad tiene la ocasión de una transformación de sí, por sí, para sí, y para los demás. Es momento de una catarsis mundial para retomar los grandes valores que hacen del Hombre un ser único. Los procesos de acumulación no van a cambiar, ni deben. Son esperanza de otra vida para millones de personas. Pero deben mejorar. Tienen que servir al género humano. La riqueza debe estar acompañada por la equidad y la justicia, rasgos humanitarios por definición. La razón, la conciencia y la conveniencia, deben revitalizar la concordia, la generosidad, la solidaridad, la piedad, la colaboración y el apoyo comunes.

Estos valores anidan ya en muchos. Pero para todos, es necesario retomarlos, vigorizarlos y ejercerlos incluso más allá de los gobernantes, como oportunidad única de hacer de este un Mundo mejor… y del Género Humano, un Hombre Nuevo.

Sotto Voce… No hay desabasto, ni aumento de precios ni se justifican las compras de pánico por el coronavirus. La serenidad debe sustituir a la angustia...Los legisladores deberían convocar a la ciudadanía a realizar un profundo escrutinio sobre lo que ha hecho cada uno, a fin de evitar una reelección inmerecida en automático… Mientras la mayoría padece los estragos sanitarios y económicos por el Covid-19, tolucos y metepecos de la pasada administración, junto con sus prestanombres, gozan con absoluto cinismo de lo que se llevaron, creyendo que siempre tendrán impunidad.

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