La crisis sanitaria por Covid-19 ha vuelto aún más evidentes las diversas problemáticas sociales, económicas, políticas y ambientales que sufren nuestras ciudades. Ejemplos hay muchos, pero podemos destacar la amplia desigualdad, que se ha manifestado por ejemplo en la falta de acceso para amplios sectores de la población a servicios básicos como la salud o el agua potable, o en la brecha digital; la falta de transporte público limpio e incluyente; la amplia oferta de alimentos chatarra y bebidas azucaradas que ponen en riesgo la salud de millones de mexicanos (as); la dificultad para acceder a alimentos locales, naturales y frescos; la mala calidad del aire; la falta de espacios públicos verdes, etc.

La forma en la que manejamos y habitamos las ciudades se encuentra en el corazón de estas fracturas. Al ser los principales centros de actividad económica contribuyen al 70% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, concentran una amplia población (de acuerdo al INEGI el 78% de los mexicanos vive en zonas urbanas), son las principales impulsoras del sobreconsumo y albergan una gran desigualdad y pobreza. Al mismo tiempo, las ciudades se han visto fuertemente afectadas por la pandemia, de acuerdo a la ONU éstas son la zona cero de la crisis sanitaria, ya que concentran el 90% de los casos comunicados.

No obstante, las ciudades y sus habitantes también han estado al frente de las respuestas a la pandemia, desde propuestas a nivel gubernamental, como el establecimiento de ciclovías temporales para facilitar la movilización de las personas de forma segura, pero también desde alternativas que han surgido de la sociedad civil organizada. Como ejemplo están las personas y agrupaciones que han elaborado mascarillas para donar a la población o aquellos productores locales que se han organizado en redes de consumo alternativo que ofertan sus productos en redes sociales para asegurar su ingreso, abastecer de alimentos a las ciudades e impulsar opciones de alimentación saludable, natural y local. A esto podemos agregar la demanda ciudadana cada vez más fuerte por la permanencia de las ciclovías, por la garantía de servicios médicos de calidad, por la generación de empleos, por una mayor seguridad en las ciudades, por la igualdad de género, por etiquetados claros, etc.

Esto hace evidente el enorme papel y potencial que tienen las ciudades, y las y los ciudadanos, para solventar las principales problemáticas que nos aquejan. La pandemia ha expuesto la necesidad de que construyamos ciudades más resilientes y sustentables, diseñadas para sus ciudadanos (as) y no para los intereses económicos particulares, que reduzcan nuestra vulnerabilidad ante las crisis por venir. Necesitamos mayores espacios verdes en todas las zonas de las ciudades, no solo en las céntricas; necesitamos un transporte público eficiente, sustentable, seguro e incluyente, lo que implica mayores ciclovías y la oportunidad de caminar de forma segura; necesitamos tener acceso en las ciudades a alimentos locales, naturales y frescos que apoyen al campesinado, al comercio local, a los huertos urbanos, y que protejan nuestra salud.

La pandemia por Covid-19 y en el marco de la celebración del Día Mundial de las Ciudades (31 de octubre), tenemos la oportunidad de reflexionar sobre nuestras urbes y de crear para ellas una “nueva” normalidad que sea realmente nueva, de apropiarnos del espacio público que es nuestro y de demandar políticas que beneficien a todas y todos y al Planeta que habitamos. Hoy tenemos la oportunidad de reiniciar, de reinventar nuestras ciudades, porque el tamaño de la crisis refleja el tamaño de las transformaciones requeridas y hoy más que nunca existe la posibilidad de lograrlas.

*Ornela Garelli es especialista en Consumo responsable y cambio climático de Greenpeace México

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