Parece mentira que hayan pasado ya dos sexenios del momento en que muchos empezamos a publicar nuestro voto razonado en la elección del 2012. Hoy nadie convoca a votos razonados, sobre todo, creo, porque para una gran mayoría de votantes, el voto ha dejado de estar vinculado a la razón y más bien responde a identidades y “representaciones”.
Aún así, quiero explicar mi voto por Xóchitl. Lo hago porque, a pesar de la realidad abrumadora, sigo pensando que el punto de encuentro entre las personas es la palabra y que plantear el mundo desde nuestra perspectiva puede no generar persuasión, pero sí entendimiento.
En primer lugar, considero innecesario enunciarlo, pero ahí va: mi voto no tiene que ver con un “odio” a López Obrador, al “pueblo”, con un rechazo a la pérdida de privilegios, ni con “ardor” porque Morena me haya quitado algo o hayan “invadido” alguna élite. Sí, el presidente me parece una persona deshonesta, indolente y manipuladora, pero no lo odio. Si fuera una persona decente y tuviera los mismos resultados, igual votaría en contra de su partido.
Yo nací en una familia de izquierda. Mi mamá votaba por el PRD y mi papá -sin nacionalidad todavía- era exiliado político de la dictadura en Bolivia. Crecí con la idea de que los militares eran una amenaza democrática y que la democracia era necesaria. Crecí además en una casa en donde mi papá repetía frecuentemente que era increíble que los mexicanos pudiéramos vivir en una dictadura funcional, sin quejarnos, sin rebelarnos, sin disentir. Mi mamá lo tomaba como un insulto desde su nacionalismo, pero hoy, cuando veo las encuestas, pienso que mi papá tenía razón.
Estudié economía, aprendí que la política pública puede hacerse con técnica. Que mejorar la condición de las personas puede hacerse midiendo los resultados y aislar el efecto de los programas, más allá de las buenas intenciones. Sabemos, por ejemplo, con evidencia, que el programa de estancias infantiles mejoraba la posibilidad de las madres de trabajar, la nutrición de los niños y su desarrollo motriz. Sabemos que las campañas de vacunación son un instrumento eficaz para disminuir el gasto en salud y que tienen externalidades positivas. Es decir, se beneficia a la persona o niño vacunado y a su entorno. Eso es una razón para justificar, por ejemplo, que el gasto en ello sea público y no privado. Sabemos que el programa Progresa, Oportunidades o como le quieran llamar, tenía características de focalización que permitían que no sólo llegara el dinero (a las mujeres de la familia), sino que se rompieran ciclos de pobreza intergeneracional. Sabemos que, si alguien recibe dinero, pero tiene que pagar todos los servicios que perdió del gobierno, no está mejor.
Las mismas formas de evaluar el bienestar nos dicen que hoy los pobres están peor que antes. Que tienen menos servicios, programas menos eficaces y que, aunque sigan aprobando al presidente, viven en peores condiciones. Creo que la gente puede estar en peores condiciones y de todos modos no “cobrarlo” al gobierno. Porque piensan que no es culpa del presidente que les cae bien, o porque no saben, por ejemplo, que el desabasto de medicinas responde a una decisión del presidente y no a que los demás “saquearon” el sistema de salud. Mucha política pública es contraintuitiva y sí, las narrativas del presidente son poderosas.
Todo esto sin hablar de los contrapesos que tienen que limitar al poder precisamente para poder garantizar que, el día que no nos guste, podamos castigarlo con el voto. Esperaríamos que no se aprobaran leyes inconstitucionales y que no se usara otra vez al sistema de justicia para perseguir opositores. Mucha gente no sabe cómo el trabajo del INAI les beneficia o cree que el sistema penal es culpa de los ministros de la Corte. Eso no los hace tontos. Más bien revela que quienes apostamos por estos mecanismos fuimos miopes al no entender que necesitábamos una narrativa para evidenciar estos beneficios para el país entero.
Desde estas convicciones de lo que es bueno no puedo reconocer, más allá del salario mínimo, un logro de este gobierno. Tampoco entiendo, debo decirlo honestamente y sin ánimo de ofender, cómo justifican ese voto si dicen ser de izquierda.
Xóchitl nació en condiciones parecidas a la de la mitad de los mexicanos en este país. Sin ser servidora pública, cuando tuvo suficiente dinero, organizó un programa de alimentación para comunidades indígenas y mejoró las condiciones de nutrición de las y los niños. Lo hizo con apoyo científico, con método, con objetivo, como debe hacerse la política pública.
Xingona, el libro de Ivonne Melgar sobre Xóchitl– que la campaña inexplicablemente no usó para presentarla- permite una visión interesante sobre su persona y su personaje. Una mujer que escucha, dispuesta a aprender, que se equivoca y lo reconoce. Una mujer que contrata a quien la contradice, y que contradice a sus jefes cuando piensa que están mal.
Debo decir con total transparencia que Xóchitl no me parece una mujer simpática ni una candidata perfecta. Sin embargo, hoy en la boleta considero que es la única opción que podría promover el tipo de gobierno que creo que es bueno para cualquier país. Para quienes argumentan la corrupción de los partidos que la apoyan, creo que vale la pena analizar qué ha hecho este gobierno en materia de combate a la corrupción: absolutamente nada. Es más, desmanteló el INAI y el Sistema Nacional Anticorrupción, esfuerzos institucionales del PRI y del PAN, valga decir.
Y sí, el voto por Xóchitl me hace estar en un grupo con algunos votantes con los que no me identifico, cuya trayectoria, opinión y tuits me dan pena ajena. Ni modo. No creo en esa idea de que los votantes tenemos que ser homogéneos o tener las mismas razones para votar por una misma alternativa. Lo que sí creo es que en esta elección tenemos más claro que en ninguna otra elección que me haya tocado, qué modelo de país apoyamos con nuestro voto y lo que hagamos con él afectará a todo el país, pero sobre todo a los más pobres que dependen en mayor medida del gobierno. Para mí, esa es una razón poderosa. Confío en que cada quien encontrará la suya y sí, votará con más razón que panza. Veremos.