Por: Alma Delia Murillo

Un hombre europeo, francés, blanco, padre de familia, anestesió y ofreció a su esposa para que más de 90 tipos la violaran; en Afganistán prohibieron la voz de las mujeres en el espacio público; el feminicida y expareja sentimental de Rebecca Cheptegei quemó a la atleta olímpica el miércoles pasado en Kenia, apenas unas semanas atrás ella cruzaba radiante la meta del maratón de los juegos olímpicos de París. Quiero agregar a este recuento devastador que un imbécil mexicano dijo en un show de contenido imbécil "una mujer menos que maltratar" porque todo eso es cultura de la violación. Me refiero a la frase miserable por su presencia mediática pero también porque, aunque haya quienes se resisten a admitirlo, esa construcción humorística de la violencia de género es causa indirecta de que vivamos en un país feminicida con absoluta impunidad.

Hay días en los que el corazón no alcanza para procesar tanta tristeza, tanta rabia, tanta desolación.

Desde que el mundo es mundo estamos en esto, ahí se centra el corazón de la teoría de Simone de Beauvoir en “El segundo sexo”, hay otras injusticias sociales como la segregación del pueblo negro, o la persecución de los judíos, que tienen una fecha histórica precisa, una serie de razones y sucesos que pueden trazar una línea temporal y visible de las injusticias y desigualdades que han vivido y siguen viviendo algunos grupos violentados en sus derechos humanos. Pero las mujeres, desde que el mundo es mundo, sin una fecha precisa, somos violentadas, relegadas, explotadas sin pago, excluidas de los espacios públicos y los altos cargos profesionales. Ha costado sangre ganar el derecho a la ciudadanía para ejercer el voto, o el derecho a ser sujetos de derecho como lo son los hombres, o susceptibles de recibir educación o un salario a cambio de un trabajo. Eso por mencionar la parte más tolerable de esto, porque también podríamos dar cifras del horror: según la ONU el año 2022 hubo 89,000 feminicidios en el mundo. Y no, no es lo mismo que un homicidio, señor, le voy a decir por qué: porque en el 90% de los casos, a esas 89 mil mujeres las mataron sus parejas sentimentales, su esposo, su novio.

A partir del caso del francés Dominique Pélicot que drogó a su esposa y la ofreció a más de 90 hombres para que la violaran, es devastador ver a los hombres gritar  que “no todos los hombres somos violadores en potencia”, “no todos los hombres somos violentos”, “no todos los hombres somos parte del patriarcado”. Decir que Dominique y los otros violadores son unos “monstruos”.

Me gustaría, una vez más, intentar explicar por qué esos dos conceptos resultan tan falsos como dañinos y por qué se vuelven un obstáculo para desmontar este horrible sistema.

Sí, son todos los hombres los que hacen la cultura de la violación.

Y no, los abusadores no son monstruos.

Hay un sistema que incluye a todos los hombres, y que les ha permitido violar o asesinar impunentemente. Ya sé, no todos los hombres son feminicidas, no todos los hombres son violadores pero sí todos los hombres forman parte de esa cultura de la violación y el abuso.

¿Usted se imagina a una mujer drogando a su marido y luego encontrando a otras 90 mujeres que quisieran violarlo? ¿sabe de algún caso? ¿usted se imagina que en México todos los días 11 hombres fueran violados, asesinados, mutilados y tirados en una ladera por sus esposas o sus novias que no soportaron el rechazo?  ¿de cuántos hombres quemados con ácido por sus novias despechadas ha sabido en el último año?

Pero hay algo más alrededor de este “no todos los hombres” que vale la pena reflexionar: y es preguntarnos por qué no todos los hombres hacen algo por detener a un hombre que viola, que abusa, que violenta. Yo debo sumar una decena de experiencias de intervenir en el metro, en la calle, en restaurantes, para detener a hombres que violentaban a su pareja. ¿Sabe cuántas de todas esas veces fue otro hombre el que hizo algo para detener al agresor?, ninguna.

Sí, ya sé que usted va a argumentar que la vez que lo intentó se llevó un descontón de parte de la mujer y le dijo que no se metiera en lo que no era su problema, ¿pero sabe porqué pasa eso? porque era usted en solitario, sólo un hombre, el caso muy raro de quien intenta detener a un hombre para que no violente a la mujer.  Yo me pregunto cómo sería el mundo si todos los hombres tuvieran introyectado que los otros hombres no van a tolerar que sean violentos con sus mujeres.

La escritora Rita Segato en “Las estructuras elementales de la violencia”, cuenta cómo entrevistó a un grupo de hombres con condena por violación: esos violadores no abusaron de las mujeres por tener un “monstruoso” impulso sexual irrefrenable; abusaron de las mujeres para agradarse entre sí, entre sus pares hombres. (El caso de La Manada español es claro ejemplo de este ritual de identificación entre machos violentos)

Por eso cuando insistimos con el mensaje “rompan el pacto” nos referimos precisamente a eso: dejen de buscar agradarse entre ustedes, señores, guardando silencio cuando saben de un abuso; dejen de buscar agradarse entre ustedes cuando solapan el acto violento de un amigo, dejen de necesitar agradarse entre ustedes cuando forman parte de un chat de WhatsApp de camaradas que comparten imágenes pornográficas de mujeres sin consentimiento de la mujer exhibida. No solapen más al líder del grupo con sus conductas violentas, no le rían el chiste; no se queden callados cuando su compa de 50 años tenga una novia de 20 sabiendo que ahí hay un potencial de abuso enorme.

Pensaba en los perfiles de los violadores de Gisèle Pélicot: profesionistas, periodistas, esposos responsables, ¿dónde está el monstruo que no lo veo?

Déjeme darle otro dato, México ocupa uno de los primeros lugares de abuso sexual infantil en el mundo, cada año 5 millones de niñas y niños (leyó bien: cinco millones al año) son abusados sexualmente. En el 85% de los casos el abusador es el querido papá, el entrañable abuelito, el amado hermano mayor, el tío favorito, el cuñado cool.

¿Dónde está el monstruo ahí que tampoco lo veo?

No son monstruos, no son locos, no son enfermos, no es una secta: son hombres siendo hombres en un sistema que milenariamente les ha permitido abusar.

Lo monstruoso es el sistema, por eso necesitamos cambiarlo entre toda la sociedad, pero háganse cargo de su responsabilidad: son principalmente los hombres renunciando a sus prácticas de tribu patriarcal quienes pueden y deben transformar esto.

Cierro con un tuit de María Sol Borja: “La cultura de la violación se sostiene sobre el pacto de silencio entre los hombres. El caso de Gisèle Pélicot es una muestra: de ochenta hombres, tres se niegan a violarla mientras está drogada. Tres. Y ninguno denuncia. Se enteran, se callan y se van”

Ojalá que usted, señor – amigo- muchacho, no se calle y se vaya cuando toque señalar a un compañero violento, a un violador, o a un feminicida.

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