Por Rosanety Barrios

“El temor es el comienzo de la conversión”. San Agustín

En repetidas ocasiones he compartido con ustedes, amables lectores, mi opinión sobre la empresa petrolera del Estado. Gracias a su paciencia, hemos recorrido juntos parte de la historia que puso a Pemex en los libros de texto gratuitos de mi infancia, en un momento en el cual nadie se atrevía a cuestionar la validez de la historia oficial que dichos libros narraban, o al menos no en voz alta.

Asimismo, desde el inicio de esta maravillosa aventura llamada Opinión 51, he podido hacer de su conocimiento las razones por las cuales no solamente no comparto el modelo de negocios que el presente gobierno adoptó para la operación de Pemex, sino que lo considero totalmente contrario a los intereses nacionales y de la propia petrolera.

Si bien la historia oficial sigue pregonando el éxito total del modelo, la salvación de la empresa y el alcance de la soberanía energética, la realidad ha sido terca y los números oficiales dan cuenta de que los resultados son justamente los que se podían esperar, dado el error conceptual tan grave del actual modelo de negocios.

Viene a colación este recuento debido a la cercanía del cambio en el gobierno y a la presencia de campañas no campañas políticas, que nos llenan todos los días de mensajes en su mayoría bastante superficiales de lo que podemos esperar si tal o cual candidat@ consigue ganar la preferencia electoral de la mayoría de los mexicanos.

Está claro que para quienes compiten por encabezar el proceso del partido en el poder no existe incentivo alguno para mencionar a Pemex a lo largo de su campaña. Ninguno de ellos querría contradecir al presidente, por lo que es mejor seguir pregonando el éxito de la transformación de manera general.

Por su parte, a la oposición le sobran temas para contrastarse con el gobierno actual, usted elija: salud, seguridad, educación, ciencia y tecnología, crecimiento económico, comercio internacional, y un largo etcétera, de forma tal que entrar al complicado terreno del futuro de las empresas de energía del Estado resulta innecesario, por lo que cualquier declaración que solo destaque la necesidad de que México adopte energía limpia en mayor volumen, es suficiente a estas alturas y quizá hasta el final de la contienda.

Pero eventualmente junio de 2024 va a pasar y en septiembre de ese año, alguna persona distinta a Andrés Manuel López Obrador ocupará la máxima posición pública. Y entonces ya no habrá forma de continuar evadiendo la realidad. Esa persona deberá tomar una decisión que responda a la pregunta: ¿qué hacer con Pemex?

Lo primero que tendría que saber esa persona, es que la producción de crudo de la empresa del Estado no es la que el discurso oficial anuncia, sino al menos, 15% inferior. Es decir, estamos muy lejos de llegar a la meta de los 2 millones de barriles diarios de crudo, independientemente de si esa meta es suficiente o no. En este mismo apartado, es decir, el de la producción de crudo y gas, la persona titular del poder ejecutivo debe saber que, en sureste del país, Pemex quema todos los días una enorme cantidad de metano, lo que implica no solo calcinar el dinero de los mexicanos, sino una grave afrenta al medio ambiente y la salud de las comunidades que rodean a los campos Quesqui e Ixachi.

Lo siguiente son las enormes pérdidas que sufre la división denominada “transformación industrial”, en donde están agrupadas las 6 refinerías que sí operan y todas las instalaciones dedicadas a una casi extinta división petroquímica. En este sentido, asimilar que las refinerías pierden dinero por el simple hecho de operar es un reto político relevante, ya que implica contradecir de frente el corazón de la política energética del presente gobierno. Se debe auditar el proceso de construcción de Dos Bocas y entender cuánto dinero y tiempo falta para que empiece a refinar. Por lo que se refiere a la petroquímica, conviene que quien gane se dé una vueltecita por las instalaciones acompañad@ de especialistas sin compromisos políticos, que den cuenta del enorme rezago tecnológico, la ausencia de materia prima e insuficiencia en el mantenimiento que las caracteriza.

También será necesario entender el siempre oculto contrato colectivo de trabajo, que coadyuva a que la productividad sea bajísima, por lo que revisar su modelo de gobernanza resulta obligado, para que la administración sea llevada a cabo por verdaderos profesionales sin más compromiso político que servir a los mexicanos.

Todo esto para tomar una decisión que permita a Pemex iniciar el saneamiento de sus finanzas, hacerse cargo de su deuda, invertir para crecer sin que los mexicanos sigamos comprometiendo nuestros impuestos en lo que ya se ha convertido un hoyo negro del universo. Sencillo, ¿verdad? No queda más que desearnos suerte.

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