Doha, Qatar, 27 de noviembre de 2022. Debo confesar antes de empezar, que soy un bicho raro, me falta un chip. No estoy equipada con todos los circuitos emocionales que tienen la mayoría de las personas. En los partidos de basket de mi hijo, me emociono cuando encesta, pero no sufro si su equipo pierde, veo con extrañeza a los papás que coachean desde el público, soy ajena al sufrimiento de quienes empiezan a elucubrar planes para prepararlos más y ganar todos los partidos. Todas esas cosas me parecen rarísimas. Me emocioné mucho cuando el equipo de futbol mexicano ganó en los juegos olímpicos, pero todas las veces que hemos perdido otras cosas, olvido esa sensación de tristeza en máximo dos minutos. Soy rara, pero quizá eso me permite tomar distancia suficiente y necesaria para narrar lo siguiente.

Pamela Cerdeira

No habían abierto los accesos al estadio y la plancha del Lusail estaba a reventar, la gente formada, como si fuera una cuestión de vida o muerte apartar sus lugares para el partido al que le faltaban casi cuatro horas para empezar. No era para menos, todos viajaron desde muy lejos. Pensé que los mexicanos los superaríamos en número, pero los argentinos sí que saben hacer ruido. No entendí una palabra de sus canciones, pero siempre iban acompañadas de botes de basura como improvisados tambores, largas y varias estrofas, ritmo y muchos brincos. Nosotros no cantábamos. De pronto, de un grupo de verdes comenzó a escucharse: Messi, Messi -volteamos con sorpresa, continuaron- Messi-co Messi-co, México. No cantamos pero tenemos un gran sentido del humor. “Argentina lo sabe, le toca la de Zague”, fue la siguiente. Y alguien detrás de mí comenzó a componer “A mi nación, no la tumba la inflación”, un argentino a su lado rió poco, y le dijo “no, esa sí no, con la inflación no te metas”. (El 100% de inflación deja de ser chistoso para cualquiera, hasta para los que no lo vivimos, pero sabemos que reírnos del mal ajeno incluye maldición.) No insistió con su canto. Vi a los hinchas argentinos brincar durante más de tres horas, no pararon. Su porra es más organizada, su canción es un poema. Nosotros, nuestro Chucky, y un frecuente “uuulero”, una vez, solo una vez, un fragmento de Cielito Lindo.

Dos pleitos en las gradas captaron nuestra atención pero estábamos advertidos, a las autoridades cataríes no les gusta que grabes. Tampoco que te quites la camisa, pero eso no detuvo a dos desinhibidos argentinos, o que uses máscaras en los estadios, pero dos fans de la lucha libre no sintieron temor de Alá. Eso fue, no lo que sucedió esa noche, sino lo que estaba al alcance de mi vista.

Es innecesario escribir los resultados, y soy la menos apropiada para opinar del partido. Varios mexicanos abandonaron el lugar antes de que esto terminara porque el final ya estaba escrito. Al mismo tiempo que me iba a invadir la tristeza por no ser la que estaba brincando, pude ver el brillo en los ojos de un señor mayor que festejaba con un niño, un par de fanáticos que lloraban, y todos los que brincaban; y su felicidad me pareció emocionante, no somos nosotros, pero quizá algún día sí, ¡y qué bonito que estén felices! Mal, esta vez no nos tocó, quizá será en otra ocasión. Insisto, sé que soy un bicho raro. Pero pienso que es importante saber perder en todos los contextos, reconocer a quien gana lo que hizo bien, y aprender de lo que se falló, para por lo menos, si nos volvemos a equivocar, que no sea con los mismos errores. Sí, pensé también en el país y en la política. Y creo, hoy más que nunca, que la vida nos ha enseñado que los malos perdedores, también son malos ganadores. Imagino perfecto al mal ganador como aquel que hace un bailecito del triunfo, ve con ira a sus rivales, les pone nombres, y les restriega su triunfo. No, eso no es lo que debemos aspirar a ser, y para eso, hay que saber perder, perder bonito.

PD: Nos urge un himno, una canción, un poema.

Lee esta y otras columnas más en www.opinion51.com

Google News

TEMAS RELACIONADOS