Mahsa tuvo mala suerte por no haber resistido a la paliza, pero para el mundo, en especial el islámico, su muerte se ha convertido en un grito mundial, al coro de “mujer, vida, libertad”.
Mahsa Amini era una joven de saludable y deportista, nacida en Saqez hace 22 años. Caminaba por una calle de Teherán, la capital de Irán, cuando la detuvo la policía moral. Llevaba el velo sobre su cabeza, como manda la ley, pero le dejaba algunos mechones al descubierto. Fue detenida y llevada a una comisaría, donde la golpearon brutalmente en todo el cuerpo, en especial, en la cabeza. Los videos muestran que salió caminando de la golpiza, pero se desmayó antes de llegar a una silla. Media hora después, ya en coma, fue llevada a un hospital donde murió. A los familiares les explicaron que el fallecimiento se debía a una enfermedad, seguramente congénita.
Mahsa tuvo mala suerte por no haber resistido a la paliza, pero para el mundo, en especial el islámico, su muerte se ha convertido en un grito mundial, al coro de “mujer, vida, libertad”. Desde que se conoció su muerte, miles de mujeres en Irán se han echado a la calle, quemando sus velos, cortándose el cabello y manifestando su derecho a vivir en un país en el que la libertad se paga con la muerte. Las cifras oficiales hablan de 20 muertos, pero las extraoficiales de más de cien. Siempre hay otros datos.
¿De dónde salió el mandato que las mujeres debían cubrirse la cabeza?
Irán, país bajo el mando del Sha persa Mohammad Reza Pahlevi era un país moderno, “civilizado” al estilo occidental. Tal vez ahí esté el germen de la revolución islámica, por adoptar culturas ajenas y lejanas que nunca terminan de encajar en la historia y la herencia de otro país. Tal vez sea porque a los humanos nos gusta movernos en péndulos, de una orilla extrema a la otra. Contra lo prometido por el monarca en la década de los 70s, la gente común no se benefició del petróleo que se extraía del país, la desigualdad social y económica se ensanchó al igual que se recrudeció la libertad política. La consecuencia natural fue el derrocamiento y exilio del rey a diversos países incluido México, específicamente, Cuernavaca.
La revolución en contra del poder y de la occidentalización instaló a su líder supremo, Ruhollah Musavi, que tomó el apelativo Jomeiní por su lugar de nacimiento y se erigió en una peligrosa combinación de líder político y espiritual, fiel seguidor de la religión islámica chiita que instaló como obligatoria para toda la población. No sobra decir que fue aplaudido y alabado. Eso tienen los profetas que se elevan por encima de los ciudadanos comunes.
El líder del país lo fue hasta su muerte y estamos hablando de un hombre culto, dedicado al estudio de la religión y los libros sagrados, lo mismo que fue asiduo de la literatura y la poesía. Hay incluso quien asegura que se acercó a la mística de San Juan de la Cruz y de la misma Santa Teresa de Jesús. Publicó tres obras antes de sumergirse en la política y en decidir el destino de los demás, instalando un régimen político-religioso de gran aceptación popular (teniendo en cuenta que el pueblo venía de los excesos del Sha y su círculo cercano), que se fue recrudeciendo con el paso de los años. Llevó la religión a todos los estamentos del poder: los oficiales de gobierno debían (deben) ser teólogos, los tribunales de justicia se cambiaron por “revolucionarios islámicos”, los militares debían ser (son) intelectuales islámicos y la Constitución se cambió por una de corte teocrático y religioso, lo mismo que convirtió el PRI (Partido de la Revolución Islámica, no se asusten) en el partido oficial del gobierno y del país. Se sucedieron así los ajusticiamientos a disidentes políticos, las sentencias de muerte (la más reciente, pero emitida hace décadas, sobre la persona de Salman Rushdie, que aún convalece). Las escuelas y universidades solo podían (pueden) enseñar lo que permite la ley-religión y lo mismo ocurre con lo que se puede ver, oír, vestir, calzar, pensar y hablar. Nada occidental y pervertidor, desde luego. La libertad dejó de existir, en especial, para las mujeres, las minorías, los artistas, los liberales, los de izquierda y ya no hablemos de los homosexuales. Lo que no se contempla en la Constitución religiosa no existe. Quedaron prohibidas las bebidas alcohólicas y las mujeres no podían dejarse ver con hombres en los lugares públicos y menos, en traje de baño.
Dentro de la legislación se incluye un capítulo acerca de la ley Sharia: el código de vestimenta y comportamiento adecuado y decente para hombres y mujeres, siempre en línea con los estamentos religiosos: los hombres no pueden usar pantalón corto y las mujeres deben cubrirse la cabeza. Así iba Mahsa: cubierta con el velo, pero no lo suficiente para la policía moral, que decidió y ejecutó su sentencia mortal, sin defensa, sin juicio, sin derecho a réplica. Sin derechos, en realidad. Porque no lo tenía ella ni lo tienen las mujeres en aquel país.
Las protestas de las mujeres se han extendido a todo el país: en cada ciudad salen a la calle a quitarse los velos y hasta a quemarlos. A los manifestantes los acusan de hipócritas, matones y sediciosos. Algunos resultan heridos, otros detenidos, algunos muertos. No están solos. Otras mujeres se han sumado a la manifestación pública del hartazgo que viven. También los hombres: hermanos, esposos, hijos y conocidos de sus mujeres que están de acuerdo con ellas y que las apoyan. El equipo de fútbol nacional de Irán, que participará en el mundial de Catar, salió a la cancha con equipamiento de color negro, ocultando el escudo nacional de su federación, en apoyo a sus mujeres. Al grito de “mujer, vida, libertad” comentaron que apoyan a sus hermanas, novias, madres, hijas y a todas ellas. Alguno mencionó que los podían castigar expulsándolos del equipo, pero que le parecía poco precio comparado con el mechón de una sola mujer. El futbolista borró -o le borraron- la publicación de las redes sociales.
Tal vez, como en los péndulos, sea el turno de terminar con la radicalización religiosa del país iraní. Tal vez no. Pero la muerte de Mahsa no será inútil, en eso podemos estar todos de acuerdo. Hay que hablar de ella, de ellas. Visibilizarlas y extender su protesta. La libertad sigue siendo un camino escabroso para muchas personas en pleno siglo XXI. Hablemos de Mahsa, porque hay muchas como ella esperando tener una voz.
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