Sandra Romandía

“Es dado al hombre, algunas veces, atacar los derechos de los otros, apoderarse de sus bienes, amenazar la vida de los que defienden su nacionalidad, hacer que las más altas virtudes parezcan crímenes y a sus propios vicios darles el lustre de la verdadera virtud.” Benito Juárez a Maximiliano, 1864.

Cicerón definió la República como la “cosa que pertenece al pueblo”, delimitando que ese conglomerado humano debía compartir, de manera común y general, el derecho.

Nuestro México es una República Federal democrática y representativa, dividida en tres poderes. Ésta forma de gobierno plasmada en la constitución general resultó de una evolución social que cumple con la máxima de que a pesar de no ser perfecta, sí es perfectible.

El concepto moderno de República generaliza aspectos tales como la igualdad de sus ciudadanos y el hecho de que la soberanía del Estado recae en el pueblo y no en el gobierno, pero uno de los aspectos más importantes de una nación republicana es, sin duda, la separación de poderes, es decir, para el adecuado funcionamiento del Estado deben existir tres soberanías: la ejecutiva, la legislativa y la judicial. Esto se establece como indispensable con el fin de que el poder no se estacione en un solo individuo. Si esto sucediese se daría paso  a la aniquilación de una República para el nacimiento de una nación absolutista.

Hace unos días, con motivo de la negativa para nombrar a los comisionados faltantes del INAI, los senadores de la República, cámara que pertenece al Poder Legislativo -cuya existencia teórica es ser contrapeso para los otros dos poderes- se enfrascaron en una batalla que polarizó las posturas, al grado tal de que las sesiones tuvieron que ser suspendidas por la toma de la tribuna de los senadores que hoy son de oposición, lo que provocó que los legisladores afines a la coalición que llevó al poder al presidente Andrés Manuel López Obrador sesionaran fuera del recinto en un patio de un centro cultural.

La vulneración y ataque a la República se materializó con la convocatoria que el Presidente hizo a “sus” senadores, reuniéndolos  en su sede, el Palacio Nacional, para dictarles la “línea” en la que tenían que operar para alcanzar la satisfacción del jefe del Poder Ejecutivo, sometiendo así sin recato a los integrantes de otro poder que institucionalmente es autónomo y soberano.

Los fundamentos de la República se encuentran bajo ataque al ver nacer a un Estado absolutista que pretende gobernar sin límites, atropellando a las instituciones que se han forjado con dificultad a lo largo de los años, y a las que los partidos que hoy son oposición y ayer fueron gobierno, no han sido capaces de defender debido a la baja calidad y preparación.

La República está bajo ataque, la transformación que se anuncia todos los días y cuyo objetivo se delinea mañana a mañana en voz de quien debiera ser el jefe del Estado mexicano, parece orientarse a la instauración del quinto imperio en el territorio nacional, después del azteca, español, trigarante y el de Maximiliano; el Poder Ejecutivo pretende someter por su sola voluntad a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, a la cual ataca diariamente por tomar decisiones que no le parecen; al Poder Legislativo, al cual ya doblegó luego de que diputados y senadores de su movimiento fueron sumisos ante sus instrucciones. Además, vemos fuertes amenazas desde el poder del Estado a quienes no acatan los lineamientos de este gobierno como incumplir con obligaciones constitucionales.

La única promesa de campaña que ha estado cumpliendo es la de “al diablo las instituciones”, y añadiría: muerte a la República.

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