Por Rosanety Barrios

La ola de calor que estamos viviendo ha traído a la mesa de discusión al Sistema Eléctrico Nacional con preguntas como si los cortes al suministro que en diversas partes del país se han presentado son o no apagones y una promesa oficial de que la empresa del Estado puede sin problema alguno, satisfacer la demanda nacional.

En esta columna voy a compartir con usted, amable lector, un ejemplo de lo que la empresa del Estado puede hacer para, efectivamente, cumplir con su función social utilizando la tecnología que el siglo XXI nos ofrece y que le exige enfocarse principalmente en construir las carreteras principales y secundarias por las que circulan los electrones, (líneas de transmisión y de distribución).

Inicio diciendo que mis dos pasatiempos favoritos son cocinar y hacer ramos de flores y que en la CDMX hay un mercado, localizado en lo que fue la orilla este de la otrora México Tenochtitlán, actualmente la Alcaldía Venustiano Carranza, conocido por su amplia oferta en materia de flores, además del resto de artículos tradicionales. Es el mercado de Jamaica.

Cada semana que acudo, observo con angustia cómo los locatarios tienen que enfrentar los efectos del clima en su mercancía, ya que no existe refrigeración más que en los lugares en los que se vende la proteína animal. Al mismo tiempo, carecen de básculas electrónicas y acceso a internet, lo que podría darles la oportunidad de expandir sus negocios y ofrecer servicios de entrega directa. No escapa a mi vista la enorme telaraña de cables que cuelgan de los techos para iluminar cuando se necesita y también me ha tocado ser testigo de conatos de incendio producidos por cortos circuitos.

En el mercado se generan toneladas diarias de desperdicio orgánico, que termina en los camiones recolectores de basura sin que nadie de los locatarios pueda aprovechar la enorme cantidad de energía potencial que representa y que sumada a la luz del sol, podría llevarlos no solamente a su autonomía energética (o soberanía, si así se le prefiere llamar), sino darles una fuente de ingreso para financiar el mantenimiento y la operación de un microsistema energético, al vender sus excedentes.

Esto es, la tecnología de la energía renovable que el siglo XXI despliega en todo el mundo, gracias a procesos de desarrollo e innovación permanentes, está íntimamente ligada al concepto de democracia y empoderamiento de la población en su conjunto, la cual, bajo la política energética adecuada, puede perfectamente hacerse cargo de su propio suministro, apropiándose de un proceso que en el pasado, solo era posible a través de grandes plantas de generación, con costos inalcanzables para los ciudadanos.

Permítanme dar un poco más de detalles sobre mi ejemplo. Quiero destacar que no me limito a las celdas solares en los techos, lo cual sin duda es un avance. Mi planteamiento pasa por un proceso indispensable de educación y capacitación sobre el aprovechamiento de recursos, que, hasta el momento, la población no percibe con valor porque jamás ha sacado ningún provecho de ello, como es el caso de la basura orgánica.

Resulta indispensable entonces que la política energética reconozca que el rol del Estado ha cambiado por completo. Ya no se trata de detonar grandes plantas de generación (mismas que sin duda siguen siendo necesarias, pero como un complemento cuyo objetivo es reforzar y dar resiliencia a un sistema eléctrico) y controlar con fines políticos el acceso a la energía, sino de planearlas a la par del desarrollo de los microsistemas como los de mi ejemplo. Esto representa la oportunidad de corregir una enorme cantidad de ineficiencias que operan en nuestro modelo de consumo tradicional y convertirlas en beneficios para los que menos tienen.

En este modelo, el Estado tiene la enorme responsabilidad de construir una estructura completa alrededor de un objetivo social: que el ciudadano tenga energía barata, de buena calidad, cada momento que lo necesita y que sea dueño de su propio proceso, pudiendo convertirse en un emprendimiento.

Esa responsabilidad requiere de recursos financieros que se obtienen de la participación de los grandes jugadores del mercado eléctrico. Si la iniciativa privada participa con recursos que el Estado se ahorra, parte de ellos se destinan al financiamiento de este nuevo ecosistema.

Los beneficios exceden a los económicos. Nos permite cuidar el planeta, disminuir el desperdicio, vivir en mejores condiciones, con limpieza, con color, con calles iluminadas por las que las mujeres y las niñas puedan caminar sin miedo. Podremos tener transporte masivo sin emisiones, sin ruido y todo ello contribuye a mejores condiciones de salud, de ánimo y de esperanza.

Ningún problema complejo tiene una solución mágica e inmediata. Se requiere de tiempo,conocimiento, técnica, ciencia, voluntad, transparencia, pero, sobre todo, altura de mirasde quien lleve el timón. Quedamos a la espera.

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