Por: Lillian Briseño

Mucho se ha hablado últimamente sobre los nuevos libros de texto, a los que algunos han tildado de comunistas, como si esto fuera el máximo pecado del mundo. Como si viviéramos aún a principios del siglo XX, cuando esta filosofía casi se asociaba falsamente con prácticas diabólicas.  Los comunistas/socialistas “no creen en dios”; “se comen a los niños”; “pervierten a la gente”, se decía, imaginando escenarios catastróficos para las infancias.

Las reacciones actuales a los libros de texto, nos remite forzosamente a lo que pasó hace casi un siglo en este país, cuando en 1934 se modificó el artículo 3º constitucional y se estableció que la educación que impartiera el Estado debía ser socialista, obligatoria y gratuita. Esta decisión fue la cereza del pastel de los muchos cambios que se venían impulsando desde el gobierno tras la guerra civil y que a algunos sectores del país les puso los pelos de punta.

Y es que, influenciada por los sucesos de la Unión Soviética y la instauración del socialismo, en combinación con la dolorosa realidad que vivía México tras la terminación de la Revolución mexicana, se impulsaron una serie de medidas que acercaban las políticas públicas hacia el empoderamiento de campesinos y obreros, en perjuicio de los hasta entonces dueños de las tierras y las fábricas (es decir, los burgueses).

A los primeros, se les apoyó a través del artículo 27 constitucional que estableció la restitución y dotación de tierras, lo que ocasionó que a muchos antiguos terratenientes se les expropiaron o redujeron sus propiedades, con el propósito de entregárselas a los “dueños originales”, o sea, los campesinos. Se honraba así, en parte, una de las grandes demandas revolucionarias encabezadas por Zapata: “la tierra es de quien la trabaja”.

A los obreros, por su parte, se le apoyó a través del artículo 123, que se presumía fue el más vanguardista de la época, y en el cual se les concedían ciertos derechos y seguridad social a los trabajadores. Amparados bajo este esquema, se favoreció igualmente su concentración en organizaciones y sindicatos, e incluso el gobierno, a través de los canales correspondientes, impulsó el estallido de huelgas poniéndose del lado del proletariado.

A estas iniciativas habría que agregar el constante ataque que recibió la iglesia católica cuyo clímax se alcanzó durante la guerra cristera y, por supuesto, la modificación del artículo 3º constitucional que estableció la educación socialista, como una medida de igualar las oportunidades, concientizar a la sociedad y enseñar a obreros y campesinos a mejorar y modernizar sus labores.

Así pues, durante la primera mitad del siglo XX, tras la Revolución, el ambiente nacional estuvo influenciado por las ideas de izquierda que se expresaban en diversas medidas e iniciativas legales, haciendo que el comunismo rondara en el imaginario de la población tradicionalista, conservadora y católica mayoritariamente, como una amenaza a sus creencias, sus tradiciones y su cultura.

Las cosas se mantuvieron así hasta los años cuarenta, cuando el Estado inició un cambio en su orientación ideológica, aunque continuó arropando a los campesinos y obreros durante buena parte del siglo XX a través de la reforma agraria, diversas concesiones y el corporativismo. La relación con la Iglesia, por su parte, se mantuvo en buenos términos dejando que las autoridades civiles y eclesiásticas pudieran mantener su discurso antagónico, sin que éste tuviera mayores afectaciones en ambas instituciones.

Por lo que respecta a una de las iniciativas más audaces, que fue la imposición de la educación socialista, el ensayo duró hasta 1946, momento en el que la coyuntura política había cambiado y México se reafirmaba en el capitalismo como un escenario más ad hoc para los tiempos que corrían. El Milagro mexicano arrancaría y con él el apoyo a la industrialización del país.

El experimento de la educación socialista terminaba, dejando constancia de la incapacidad del Estado para implementarlo de manera federal, de unificar su entendimiento y de fortalecer un discurso positivo sobre ella, que pudiera atenuar las ideas en contra.

Como se ve, la coyuntura es diferente en muchos sentidos entre lo que ocurrió en el siglo XX y lo que sucede ahora con la llamada nueva escuela mexicana que tantas críticas ha recibido. Una de las más grandes, la ideología comunista (¿?) que supuestamente transmite.

A toro pasado, en aquellos años pesó mucho el poder de los grupos conservadores, la Iglesia y la derecha mexicana (amén de las presiones de EUA), para desestimar los esfuerzos de la educación socialista, y derrocarla.

El de ahora es un conflicto en curso, que ya veremos cómo termina. Una gran posibilidad es que, como sucedió con aquél intento de imponer una educación socialista en el siglo pasado, la propuesta de la nueva escuela mexicana se quede como un esfuerzo más del gobierno en turno y concluya con él.

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