Por Ángeles Mariscal
Hay un pueblo que está en la frontera sur de México. Se llama Frontera Comalapa. Cuando recién supe de él, su nombre me remitió a “Comala”, el de la novela Pedro Páramo de Juan Rulfo y, durante mucho tiempo, me pareció poético.
Hasta hace poco tiempo las similitudes quedaban sólo en el nombre y la armonía del sonido al pronunciarlo, porque Frontera Comalapa es un lugar atravesado por ríos que recorren sobre piedras calizas, lo que les da tonos verde-azules tornasolados, frescos y pacíficos. También es un lugar de árboles gigantes, de vegetación espesa y tierra pródiga que da fruto.
Un amigo me contaba que cuando era niño, sus padres -que vivían a 94 kilómetros- organizaban excursiones en verano para ir a acampar “al río” de Comalapa.
Si bien la agricultura, la ganadería y la deforestación ha tenido un grave impacto en el ecosistema de la zona, aún se pueden ver por sus caminos aves multicolor que se posan entre la vegetación tupida.
Entonces, para mi había una distancia entre Comalapa y Comala, porque este segundo retrata un pueblo muerto donde no viven más que ánimas, donde los personajes están muertos, incluido el narrador. Yo imaginaba a Comala como un pueblo triste y sombrío.
La escritora Ligia E. Capdevila, en un análisis que hace sobre la novela Pedro Páramo, dice que la historia del lugar “se va construyendo a través de susurros, rumores que nos llegan de la tumba y diálogos que parecen más soliloquios. Se abre un panorama nebuloso llenos de espectros que desaparecen y de voces agarradas a las paredes. De esta manera se configura Comala, un ambiente tenso por la dualidad del paraíso perdido y añorado desde los recuerdos y el infierno, el lugar fantasma desde el que nos llegan aquellas voces traídas desde el más allá por el rencor, el remordimiento la culpa y el pecado”.
Y es entonces cuando, al releer a Capdevila, me vuelve como golpe seco la novela, y con ello la reconfiguración que en los dos años recientes tuvo Frontera Comalapa, porque este lugar ya no es el pueblo al que se puede llegar a bañar al río. Comalapa cada día se vuelve más Comala.
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Frontera Comalapa tiene una tragedia latente en su ubicación geográfica. Colinda con Guatemala, donde los límites obedecen ante todo a la formalidad y necesidades legales, que a la naturaleza misma del lugar; en los hechos las colindancias del sur de México no son delimitaciones físicas, por lo que, salvo algunos puertos fronterizos aislados, el tránsito entre cerros, montañas, ríos y poblados, es prácticamente libre.
Eso convierte a este municipio y los otros que se ubican en los límites de ambas naciones -México y Guatemala- como corredor natural de personas y mercancía, lícita e ilícita, droga, armas, personas, e incluso refugio de quienes huyen de la justicia.
Si he de ser honesta, en Frontera Comalapa se vivía -hasta antes que la tragedia aflorara- una calma asentada sobre valores entendidos y pactos implícitos: aquí pasaba todo sin que se registrara nada.
Los grandes cárteles y quienes manejan el negocio de lo ilegal se movían en esta región sin contratiempos ni escándalos.
Eso no significaba que no hubiera impactos en la población. Por ejemplo, el municipio aparece en informes sobre altos índices de trata de personas, mujeres migrantes, sobre todo.
La población de la zona se acostumbró a prácticamente dejar pasar sin ver, buscando quizá cierta paz mental. En contraparte, las instituciones del Estado cobraron cada cruce.
Pero el hecho es que ese reacomodo entre grupos del crimen se extendió hasta esta región la disputa que entre ellos ya tienen en otras partes del país y esta disputa empezó a trastocar a la población de la zona.
De pronto en esta región empezó la pesadilla: muertos, desaparecidos, desplazamientos forzados, reclutamiento forzado…
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Si se mira desde lejos, quizá desde el centro del país, quizá por alguien, alguienes que cada día ven esta misma historia de tragedia reproducida en miles de ciudades de México, podría pensarse que no hay nada extraordinario porque la tragedia hace mucho se asentó en el país.
También podría decirse que, fallidas o no, hay acciones de parte del Estado mexicano para atender la situación.
Pero el punto es que ninguna situación se puede atender si antes no se reconoce y aquí es entonces cuando viene una doble desgracia, porque en Frontera Comalapa y en el resto de las comunidades de Chiapas -inmersas también en una violencia que vienen de una guerra que no es propia-, hay una estrategia de simulación, y en unos casos de colusión y complicidad.
La simulación es tangible, basta ver cómo se suceden los acontecimientos de violencia expresa, que se registran sólo a través de medios de comunicación. La respuesta de las autoridades es, o el silencio, o videos diciendo que hay situaciones de paz, aunque sólo se vea a un gobernador levitando en medio de un cerco de vallas, comunicados en redes sociales, o francas y absurdas acusaciones contra redes sociales que difunden mensajes de “falsas denuncias” o situaciones. Es decir, hay un no reconocimiento tras el que se escuda la omisión.
Esto hace que, estadísticamente, en el más reciente informe sobre la situación de seguridad pública en el estado de Chiapas, esta entidad aparezca en el lugar 31 en delitos de alto impacto. Según el Estado mexicano, quienes vivimos acá estamos en el segundo estado más seguro del país.
Y sus estadísticas no van a cambiar porque en las Fiscalías se niegan a recibir las denuncias de desaparecidos, secuestros, reclutamientos forzados, cuando las familias se arman de valor para acudir a estas instituciones; porque las fiscalías piden que la población muestre pruebas del tráfico de armas y drogas que pasan por sus comunidades; y porque el crimen organizado castiga a las personas que insisten en denunciar, luego que las mismas autoridades les informan de estas denuncias.
“Lo único que fuera mejor es que cayera un gran terremoto y acabe con toda esa basura de una vez por todas, y que nos muramos todos de una vez”, me escribió Edith, quien tiene a su padre y a su hermano desaparecidos en Frontera Comalapa. Dice que “es la única manera” de acabar con esto. Frontera Comalapa se vuelve cada día más Comala, el pueblo muerto donde no viven más que ánimas.