Por: Leticia Bonifaz

“Si ves una frontera crúzala, después voltea y verás que nunca existió.” Esas palabras las escuché del jurista Michele Taruffo. Él bromeaba: “las tomé del diario apócrifo de Gengis Khan”.

El término frontera sirve para referir los límites que se trazan entre un país y otro. Las fronteras siempre son convencionales, aunque, en muchas ocasiones, alguna de las partes fue la débil en la Convención. Las fronteras se mueven dependiendo del poder de un país respecto de otro u otros. Así se asumen los nuevos dominios.

Hay fronteras invisibles, otras muy marcadas; hay fronteras amables y otras ofensivas y amenazantes. Por las ficciones del derecho, si cruzo un límite fronterizo, dejo de ser nacional y me convierto en extranjera.

Yo nací a 75 kilómetros de una frontera si se sigue la carretera panamericana que comunica a México con Centroamérica. Esa frontera formal se cruzaba sin pasaporte. Quienes la “cuidaban” eran agentes de migración o celadores de aduanas que conocían a los viajeros. A veces, desde la hamaca te hacían la señal de que continuaras tu camino.

Comitán tiene cerca otra frontera sin oficinas ni agentes. Es la que está en el lago de Tziscao en Montebello. Se sabe que hay frontera porque se pueden apreciar las mojoneras que delimitan el territorio. Muy parecida es la situación en el Carmen Xhan y en otro lugar que se conoce como Gracias a Dios. Otro trozo de frontera imponente entre México y Guatemala es la que forma el río Usumacinta en Yaxchilán, la ciudad maya resguardada por la selva.

Todo esto viene a colación por la noticia de que centenares de familias mexicanas, provenientes mayoritariamente del municipio de Amatenango de la Frontera habían dejado México huyendo de los riesgos y amenazas por el enfrentamiento de dos bandas de narcotraficantes. Yo he pasado por ese lugar muchas veces en tiempos de paz. Es la Sierra Madre, imponente e inabarcable.

En esa zona, la frontera es totalmente porosa. Los ires y venires son continuos. La frontera por ahí es una línea recta que se terminó de definir en 1896, no obstante que Chiapas pasó a ser parte de México desde 1824 y que los acuerdos entre Matías Romero, que entonces estaba avecindado en la región y Justo Rufino Barrios, se habían suscrito desde 1883. Eso significa que, durante más de 70 años, los límites fueron imprecisos, sobre todo en la parte del Soconusco. Cuando se trazó la frontera definitiva, se afectó a 15 pueblos (catorce pasaron a ser mexicanos), 19 aldeas y 82 rancherías, de las cuales 54 se quedaron en Guatemala.

Aunque en otro tiempo ha habido desplazamientos de un lugar a otro por erupciones volcánicas o desastres naturales, el factor determinante en los últimos tiempos ha sido la inseguridad. Además de los flujos migratorios recientes, lo más significativo fue el éxodo en los años 80. Ahí México dio un asilo humanitario ejemplar.

El número de personas de México que hoy están en Guatemala varía todos los días. La distancia más larga entre los asentamientos entre rancherías de Cuilco (Guatemala) y Amatenango (México) va de 1 y medio a 5 kilómetros. Entre la gente que está en Guatemala, se comisiona a quienes van a regresar a dar de comer a los animalitos y a constatar el estado de las pocas, pero invaluables pertenencias. No se van a ir más lejos antes de volver. Eso lo hemos visto repetidamente frente a desalojos por emergencias climáticas o desastres naturales. La gente tiene arraigo y normalmente espera que la emergencia pase. En este caso, no sabemos cuándo habrá mejores condiciones en Chiapas. Mientras tanto, en la punta de la Sierra Madre, el miedo de muchas personas no conoce fronteras y seguirán cruzando de ida y vuelta las veces que sea necesario.

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