Por Heidi Osuna

Los estragos de la guerra en la infancia se vuelven cada día más devastadores, una triste realidad que se refleja en los alarmantes datos. Según los informes de Naciones Unidas, más de 4 mil niños han sido asesinados por los implacables y despiadados bombardeos de Israel contra la población civil con la justificación de que Hamás se esconde bajo los hospitales y entre los miles de niños. Es asombroso cómo esta cifra crece de manera constante, una dolorosa evidencia de la tragedia que persiste.

El lunes pasado, el secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, declaró que el conflicto se ha convertido en un "cementerio de niños". Esta sombría realidad ya era evidente desde hace semanas, como mencioné en mi publicación anterior, y resulta imposible ignorarla. Ningún lugar es seguro, nadie está a salvo y la muerte acecha en cada esquina, ya sea debido a un ataque israelí o a la privación de agua, comida y energía impuesta por Israel a la población civil de Gaza, que lleva a la muerte por inanición y deshidratación.

El final de este conflicto parece más distante. Hace unos días, Benjamín Netanyahu, el primer ministro de Israel, declaró que estaría a favor de aplicar pausas tácticas y que supervisarán la seguridad en Gaza durante un "período indefinido" después de la guerra. Esta declaración parece negar cualquier posibilidad de un alto el fuego y una táctica para ganar tiempo ante las presiones. ¿Qué postura tomarán los aliados de Israel ante lo que posiblemente sea una declaración que allane el camino a una nueva ocupación militar y colonial? Bernie Sanders ya ha comentado al respecto: “¿En serio? ¿Deberían los fondos de Estados Unidos respaldar una ocupación militar a largo plazo sobre un pueblo que ya está golpeado y empobrecido? Yo creo que no”.

En medio de las declaraciones, los niveles de violencia siguen escalando de manera perturbadora, y el derecho de un Estado a defenderse ya ha rebasado los límites. Al tiempo que se debate qué bando tiene más o menos culpa, no hay control de los ataques, que son despiadados y generalizados, pero es la infancia quien ha sufrido la peor parte. Según cálculos de la ONG Save the Children, un niño palestino es víctima de una muerte violenta cada 10 minutos. Estas cifras estremecen y no podemos permitir que sigan en aumento. La violencia no puede justificarse en ningún caso y debe haber consecuencias por ello.

Se han realizado numerosos llamados para evitar que la violencia siga escalando y que se ponga en riesgo a los más pequeños, pero hasta ahora han sido insuficientes. A pesar de las enérgicas condenas y llamados a poner fin al fuego, Israel ha decidido no atenderlos.

Esta nueva etapa en la historia del conflicto sigue sumando terror en la vida de los niños, quienes prácticamente desde su nacimiento han tenido que cargar con las secuelas psicológicas y la constante amenaza sobre sus vidas. Las pérdidas son irreparables, no solo dejan un vacío para sus familias, sino que también representan una pérdida incalculable para la humanidad. ¿Quién se hará responsable de esta masacre sin sentido? No hay manera de cerrar los ojos ante el terror que viven en Gaza, no podemos ser aliados del silencio.

La comunidad internacional debe intensificar medidas para detener los ataques y regresar a sus casas a los rehenes que tiene Hamás secuestrados, y, sobre todo, poner fin a la violencia indiscriminada contra los niños, que han sembrado miedo, muerte y trauma en sus vidas. La creciente catástrofe exige con urgencia un alto al fuego total e inmediato, y todas las partes involucradas deben hacer todo lo posible por proteger a los más vulnerables y respetar el derecho internacional humanitario.

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