Por Tania Pimentel

Participar como funcionaria de casilla en las elecciones del 2 de junio en la Ciudad de México fue una experiencia reveladora, no sólo en el ámbito cívico sino también en el personal, que marcó profundamente mi compromiso con la democracia de mi país.

No soy ingenua, soy plenamente consciente de que no todas las experiencias son iguales. Sé que las condiciones varían significativamente de una casilla a otra, afectadas por factores como la seguridad, la infraestructura y la accesibilidad. Algunas casillas enfrentan circunstancias adversas, donde la seguridad es una preocupación constante y la infraestructura es insuficiente, lo que puede complicar la logística y el acceso. Entiendo que hay lugares donde ni siquiera se pudieron establecer casillas debido a estas limitaciones. Mi experiencia, ubicada en el contexto urbano de la Ciudad de México, fue muy positiva y quiero compartir desde esta perspectiva personal cómo viví este proceso electoral, marcado por una serie de emociones profundas. A continuación, comparto estas cinco emociones y reflexiono sobre cómo cada una de ellas resalta la importancia de nuestra participación activa en la democracia.

  1. Duda: Al recibir la información como funcionaria, mi primera reacción fue sentir incertidumbre al recibir a la representante del INE en mi domicilio personal. El país en el que vivimos y las historias que escuchamos levantan sospechas sobre cualquier persona que toque a nuestra puerta. ¿Era este un intento legítimo de involucrarme, o una estafa? Sin embargo, la transparencia, profesionalismo y flexibilidad con que se manejó la invitación a participar disiparon mis temores y reafirmaron la seriedad de nuestra estructura electoral. Inmediatamente acepté participar en el proceso sin conocer en absoluto todo lo que implicaba, me sentía honrada de poder formar parte de una elección tan importante.
  2. Preocupación: Una vez que recibí mi nombramiento como tercera escrutadora, comenzó la preparación exhaustiva: asistí a un simulacro de cuatro horas, me capacitaron en mi oficina, hice un curso en línea con su respectivo examen del que tenía que entregar constancia y me dieron dos libros más ejercicios impresos para practicar antes del día de las elecciones. Confieso que en un inicio subestimé la dedicación de tiempo y energía que este compromiso requería. A veces, la magnitud de la tarea parecía desalentadora, pero entendí que el esfuerzo que pusiera en mi preparación era fundamental para garantizar la integridad de mi casilla.
  3. Emoción: Nuestro equipo, conformado por  seis  funcionarios de casilla, estuvo comprometido de principio a fin y logramos resolver todas las situaciones que se presentaron durante el día: pocos espacios para votar (teníamos solo dos casetas de voto a diferencia de las elecciones pasadas que se contaba con cuatro), filas de hasta dos horas, dar prioridad a las personas adultas mayores, con alguna discapacidad o mujeres embarazadas, y luchar contra los fuertes vientos y las largas horas de pie. El día de las elecciones fue vibrante, lleno de encuentros con vecinos y una conexión renovada con mi comunidad. Recibimos personas desde 1 año hasta 96 años de edad. Fue muy emocionante conocer mujeres de mi comunidad que habían participado en las primeras votaciones de 1955 y ahora votaban para elegir a la primera presidenta de México. Niños acompañaban a sus papás para saber qué era eso de votar y salían con su dedo entintado. Ver a personas esperando pacientemente en la fila, cediendo su lugar a las personas de la tercera edad o permitiendo que una persona que se tenía que ir a trabajar pasara primero, fue realmente conmovedor.
  4. Nerviosismo: Después del rush de recibir a casi 500 personas que ejercieron su voto, llegó el momento de contar cada una de las urnas. La responsabilidad de manejar adecuadamente cada voto era abrumadora para mí. La posibilidad de cometer errores y las expectativas puestas en nosotros generaron eran muy grandes. Los representantes de los partidos presentes seguían nuestros movimientos de cerca y se aseguraron que ningún voto se perdiera ni se contara mal. Cuando había alguna duda sobre la intención de voto de una boleta, se consultaba y se mostraba a todos, el presidente era el que tenía la última palabra y, afortunadamente, nunca hubo ninguna queja. Al terminar de contar cada una de las urnas y cotejar contra el número total de votos iniciales había celebración entre funcionarios, representantes y observadores al ver que los números coincidían. ¡Qué paz! Ningún voto se nos había perdido ni traspapelado, nos habíamos preparado bien y eramos un gran equipo.
  5. Esperanza: Al concluir las 17 horas de trabajo en mi casilla, y pegar nuestras respectivas sábanas a la vista de todos, por fin pude regresar a casa y tener un momento de reflexión. Aunque estaba cansada y los pies me dolían del ajetreo del día, no podía dormir de la emoción de todo lo que había vivido. Me sentía muy orgullosa de lo que habíamos logrado como comunidad. Observar la participación ciudadana, la camaradería entre vecinos, funcionarios y representantes me llenó el corazón de esperanza y me hizo reflexionar sobre el potencial que tiene nuestro país si todos tomamos un rol activo en nuestra comunidad: representantes cediendo su silla para las personas mayores, personas donando comida a los funcionarios, votantes sonriendo después de un largo rato en la fila. Todos queremos vivir bien, independientemente del partido que gobierne nuestro país. En eso nos parecemos todos, y todos tenemos en nuestras manos la decisión de trabajar por el bien común todos los días, en la fila del supermercado, en el tráfico, al ir por nuestros hijos e hijas a la escuela, esa decisión no tiene color ni nombre de partido.

La democracia requiere de nuestra participación activa, no solo durante un día de elecciones sino todos los días. Es esencial no solo acudir a votar, sino también mantenernos informados de lo que acontece en nuestro país, exigir mejores leyes y su cumplimiento, fortalecer nuestro sistema democrático y el civismo en todas las esferas de nuestra comunidad. Al hacerlo, no solo contribuimos a la gobernabilidad de nuestro país, sino que también crecemos como ciudadanos en lo individual y en lo plural. Mi invitación es a no desaprovechar la oportunidad de participar en nuestra democracia, no seamos indiferentes. La colaboración y el compromiso cívico son la base para un México próspero y justo para todos.


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