Tendríamos que aceptar perderlo todo: la vida, la dignidad, la identidad, el rostro. Escondernos, callarnos, vivir sin derecho a más emociones que el miedo.

Por: Alma Delia Murillo 

O morirnos de miedo, de vergüenza, de ira.

Morirnos de nosotras mismas para que las fiscalías y los peritos puedan decir que fue suicidio.

Que en este país se suicidan más de tres mil mujeres al año, que la culpa es nuestra por nacer demonios con vagina, por nacer débiles, por nacer imbéciles por motivo de nuestro género. Imbecillitas sexus. Gracias, derecho romano, padre de esta barbarie que ustedes llaman civilización.

Elena Ríos tenía 26 años cuando, el 9 de septiembre de 2019, intentaron matarla con ácido. Pero Elena sobrevivió. Sobrevivió y se resistió a ser la víctima obediente que muere. Se rebeló. Y las mujeres rebeldes son como la peste, ya se sabe.

Intentaron borrarle el rostro con ácido, le quemaron la boca, el cuello, querían quemarle la identidad.

Pero Elena sobrevivió y además tuvo la osadía de no esconderse, que era lo que se esperaba que hiciera: ocultarse, tapar esa cara, no abrir la boca. Desaparecer.

Elena está viva y no se esconde. Y exhibe, además, una tercera agravante: insiste en contarle al mundo su historia, en contarnos que Juan Antonio Vera Carrizal, exdiputado del PRI en Oaxaca, fue el autor material de su intento de feminicidio porque no soportó que Elena diera por terminada la relación sentimental que tenía con él.

Para más inri, Elena nos cuenta cómo funciona el gobierno de Oaxaca, que jamás habría respondido a sus obligaciones de atención a la víctima de no ser porque ella ha hecho visible su caso, de no ser porque lleva tres años peleando todos los días para que este país no se olvide que existe, que tiene nombre, y rostro. Ese rostro que sigue necesitando una cirugía para reconstruir la nariz, el párpado, el cuello, varios injertos de grasa, infiltraciones de distintas sustancias en la piel erosionada.

Pero además Elena comete el atrevimiento de tener una pasión: la música. Y de querer ejercerla, insiste en no soltar su saxofón pese a la dura rehabilitación que ha vivido para recuperar la elasticidad y la movilidad en los labios, fundamentales para hacer sonar su instrumento.

No sólo está viva, no sólo relata su historia, no sólo exige sus derechos, no sólo conserva su pasión, además tiene el atrevimiento de opinar críticamente y señalar la explotación y la apropiación cultural de los pueblos oaxaqueños en la Guelaguetza. Y aguanta las agresiones que recibe por ello.

Es que Elena hace mucho ruido, es que Elena está enojada, es que esas no son formas, es que Elena sólo quiere que la vean.

Claro que quiere que la vean. Claro que está enojada. Bendita su ira, legítima su ira, necesaria su ira.

¿Qué modales serían los apropiados?, pregunto. ¿Cuáles tendrían que ser las formas para responder cuando te deformaron el rostro con ácido a los 26 años?

¿Te levantas, te disculpas, pides permiso para hablar?

¿Das las gracias porque no te mataron?

¿Cuáles tendrían que ser las formas? ¿Cuáles?

Como Elena hace todo eso, una cosa está clara: no tiene miedo. Y como no tiene miedo, otra cosa está clara: no es la víctima perfecta. Y como no es la víctima perfecta, no hace falta protegerla y así le quitan el Mecanismo de Protección Federal al que tenía derecho.

Pero ahora, además, le han notificado que el gobierno de Oaxaca dejará de reembolsarle los cuantiosos gastos por los diversos tratamientos médicos que necesita, más las cirugías pendientes.

Y es que el 28 de julio de este año, Enrique Madrigal, persona de confianza del gobernador Alejandro Murat, le pidió a Elena que tuviera una conversación a solas con el gobernador. Ella no aceptó.

A Alejandro Murat, que bajo su mandato registra más de 600 feminicidios en Oaxaca, y que ha destapado sus intenciones de candidatearse a la presidencia de México, Elena le dijo que no. Que la única conversación que le interesa es sobre la recomendación de la CNDH para detener al quinto implicado en la agresión que vivió hace casi tres años: Juan Antonio Vera Hernández, hijo de Juan Antonio Vera Carrizal.

No sólo está viva, no sólo se muestra, no sólo externa sus opiniones, no sólo da conciertos tocando el saxo, además se atreve a decirle que no al gobernador.

Qué clase de víctima es esa.

Qué puede necesitar una mujer de veintinueve años que sobrevivió a un intento de feminicidio en este país feminicida.

Por qué no se calla Elena, por qué se atreve a levantar la cara.

 
@AlmaDeliaMC 

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51 y El Universal.

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