Por Ivabelle Arroyo
En las maravillosas escaleras del surrealista autoritarismo mexicano, recientemente fuimos testigos de la construcción de un nuevo peldaño. El presidente, al parecer cansado de los sutiles encantos del Senado, decidió que la democracia era un juego demasiado perverso porque le da voz a otros y optó por designar directamente a Lenia Batres como Ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Desde el principio tuvo toda la intención de hacerlo solo. ¿O por qué mandaba ternas intransitables al Senado?
Y claro, después de que el Senado tuviera el atrevimiento de rechazar sus opciones, el presidente decidió que la mejor manera de lidiar con esta contrariedad era salirse con la suya y nombrar a Batres porque al fin y al cabo, ¿quién necesita la legitimidad del Senado cuando se puede tener una designación presidencial y una ministra que se lo deba todo, pero todo todo a su jefe político?
Así es como Batres, miembro fundadora de Morena y hermana del Jefe de Gobierno de la CDMX, saltó al escenario de la justicia. ¿Y quién mejor para representar la imparcialidad y la independencia judicial que alguien con profundas raíces partidistas y conexiones familiares? Esta es, sin duda, una elección que haría sonrojar de orgullo a cualquier defensor de la transparencia.
La cosa no acaba ahí. Batres, más allá de su impecable currículum como fundadora de Morena y su -hay que reconocerlo- sólida trayectoria en niveles medios de gobierno de la Ciudad de México, no tiene ningún antecedente judicial. Ninguno, ninguno. No le tocó coser expedientes, nunca ha lidiado con secretarios de acuerdos y, francamente, podría confundir la construcción de un argumento constitucional con la redacción de un resumen ideológico. Pero eso está de más. ¿Quién necesita experiencia judicial cuando se tiene la lealtad política como carta de presentación?
El nombramiento de Lenia Batres era tan lógico como un unicornio en una charla sobre economía. Bueno, ya ha habido cisnes negros… En fin, ahora podemos esperar que la Corte defienda su autonomía como una tortuga volteada boca arriba. Cada vez está más difícil.