Brenda Macías
Nos encontramos en un momento decisivo, sin precedentes, por las secuelas del cambio climático, la expansión urbana sin freno, la gestión insostenible de recursos no renovables, y la comercialización del agua. Estos retos se desarrollan en un contexto saturado de desigualdades y conflictos continuos como reflejo de una era de profundo agotamiento.
En el ámbito académico, en los medios de comunicación y en las redes sociales, el debate en torno a estos temas se ha vuelto más acalorado, reflejando una sociedad cada vez más alerta ante la posibilidad de un cambio drástico universal. Algunas personas incluso exploran la colonización de nuevos espacios, como si estuviesen empaquetando para mudarse a otros mundos. En este contexto, las experiencias y necesidades de las mujeres encarceladas pasan desapercibidas, descuidadas en el ruido de los debates de mayor envergadura.
Las cárceles enfrentan un crisol de desafíos como hacinamiento carcelario, infraestructura en ruinas y una falta crónica de servicios fundamentales. Estas dificultades se exacerban aún más con la creciente escasez de agua y las esperadas olas de calor, por no hablar de futuras pandemias.
Testigos de la contienda electoral observan cómo los políticos neoconservadores hacen promesas electorales a la manera de Bukele, simbolizando un enfoque populista y punitivo. Algunos eligen desestimar los problemas existentes, para evitar la confrontación, pintando a los críticos como adversarios corruptos.
Como ilustración: Xóchitl Gálvez, de la Coalición Fuerza y Corazón, sugiere que la respuesta a la violencia y la inseguridad en México es construir más prisiones, algo que no es novedad. Por su parte, Martí Batres, líder en la Ciudad de México, defiende a las candidatas de su partido –Claudia Sheinbaum y Clara Brugada– negando la crisis hídrica. Gálvez promueve las cárceles y las candidatas de Morena dicen tener agua, aunque la realidad parezca decir lo contrario.
Para las mujeres tras las rejas, las implicaciones de esta situación empeoran su realidad diaria, subrayando cómo se entrecruzan el género con la justicia y la viabilidad ambiental.
Recientemente, en el Centro de Investigaciones y Estudios de Género de la UNAM, participé en un diálogo sobre 'Arte y cárcel', donde se abordaron las prácticas culturales y el feminismo en contextos de cárcel. Patricia Piñones, del proyecto "Mujeres en Espiral: Sistema de justicia, perspectiva de género y pedagogías en resistencia", destacó el persistente problema del acceso al agua en el Centro Femenil de Reinserción Social de Santa Marta Acatitla en la Ciudad de México, y cómo han tenido impacto directo con la creación de fanzines, cortos y murales.
En Santa Marta, el agua fluye en tonalidades que varían del marrón al verde oscuro y negro. Solo aquellas capaces de pagar el elevado coste del agua embotellada pueden permitirse el "lujo" de bañarse y cocinar de manera segura.
En definitiva, la carencia de agua afecta de manera desproporcionada a las mujeres encarceladas en aspectos fundamentales como la higiene personal. Situaciones tales como la menstruación y el embarazo requieren de un suministro regular y suficiente de agua potable, algo que no está garantizado en circunstancias de crisis de agua, especialmente en recintos penitenciarios.
La cárcel, como un espejo y experimento de la sociedad externa, demuestra que la escasez de agua no sólo atenta contra la dignidad humana sino que también incrementa el riesgo de enfermedades e infecciones. Esto es un precio demasiado alto para quienes ya están pagando por sus errores con la pérdida de libertad. Además, la escasez de agua en las prisiones refleja y aumenta las desigualdades ya presentes, tanto dentro como fuera de los muros penitenciarios.
Nos preguntamos: ¿Habrá un momento en el cual tengamos tanto políticas como líderes políticos preparados para afrontar los desafíos presentes y los que están por venir?
