No son alienígenas, sino invasores biológicos insaciables que devoran especies y ecosistemas terrestres, dulceacuícolas y marinos. Están por todas partes, no hay donde esconderse, nadie se escapa.

De niño, cuando la televisión era en blanco y negro, mi serie predilecta y la que más me angustiaba era “Los Invasores”: seres extraterrestres de un planeta en extinción cuya salvación dependía de colonizar la Tierra. El arquitecto David Vincent, el único que los había visto llegar, sabía que habían adoptado una forma humana y que solo podían reconocerse por su incapacidad de doblar el dedo meñique. La misión de David era convencer a un mundo incrédulo de que la pesadilla había comenzado. El drama era que muy pocos le creían.

En nuestra realidad a todo color de hoy, mientras los humanos fantaseamos con colonizar otros planetas, una miríada de seres de todas las formas y tamaños imaginables se desplazan y multiplican inexorablemente para convertirse en la pesadilla del día a día del mundo natural. Son las especies invasoras. No son alienígenas, sino invasores biológicos insaciables que devoran especies y ecosistemas terrestres, dulceacuícolas y marinos. Están por todas partes, no hay donde esconderse, nadie se escapa.

Estos invasores del siglo 21 proliferan fuera de su hábitat natural y se multiplican a expensas de las especies nativas: las desplazan compitiendo por recursos limitados, las devoran o cambian tanto su hábitat que las extinguen. Más de la mitad de las extinciones recientes de animales pueden atribuirse a estos invasores. Por su culpa, la agricultura, la silvicultura y las pesquerías pierden centenares de millones de dólares cada año, menoscabando nuestra capacidad de producir alimentos para un mundo cada vez más poblado y hambriento.

Pero ¿Cómo se han propagado estas especies invasoras?

Los colonos europeos, nostálgicos de sus gustos, costumbres y paisajes, introdujeron en el nuevo mundo - Nueva Zelanda, Australia, América del Norte, América Latina, África y Asia -, centenares de especies de aves, peces y mamíferos destinados a la pesca y a la caza. Para activar la agricultura, la horticultura y la acuacultura se importaron numerosas especies de plantas que se cultivaron con fines ornamentales, como forraje o para estabilizar el suelo; y, por descuido, muchas se escaparon y se establecieron donde nunca habían vivido, donde no pertenecían y donde no eran bienvenidas.

Muchas especies invasoras también son transportadas accidentalmente. Las semillas silvestres pueden cosecharse con las semillas comerciales y, con ellas, ser transportadas entre continentes; las ratas e insectos hacen de polizontes en barcos de carga y turismo, aviones y automóviles; y los microbios patógenos, parásitos e insectos viajan con las especies trotamundos. En pocos días los viajeros pueden transportar por todo el planeta semillas, insectos y microorganismos en las suelas de sus zapatos, en su ropa o en su equipaje. Los barcos trasladan especies acuáticas en el agua de lastre de sus cisternas, liberando bacterias, virus, algas, invertebrados y peces exóticos en los siete mares. Y, a menudo, la cura sale más cara que la enfermedad, ya que para arreglar el desarreglo se liberan especies para que se coman a las invasoras, que terminan siendo una plaga peor que aquellas. El Armagedón biológico producto de la globalización, dirían muchos.

Las especies invasoras son un problema grave en todo el mundo, principalmente en las Américas. En México, según el Registro Global de Especies Introducidas e Invasoras (www.griis.org), hay 901 especies de animales y 574 especies de plantas introducidas e invasoras. En Brasil 750 y 503, en Cuba 110 y 577, en Colombia 489 y 265, en Costa Rica 389 y 337 y en Perú 126 y 414, respectivamente. Los Estados Unidos tienen más de 20 especies invasoras de mamíferos, 97 de aves, 138 de peces, 88 de moluscos, 53 de reptiles y anfibios, 4500 de insectos y de otros artrópodos, y 5000 de plantas.

Las islas son especialmente vulnerables a las especies invasoras. Estas devoran y compiten con las especies endémicas adaptadas a vivir con pocos mamíferos depredadores y terminan siendo asoladas por ratas, gatos, perros, cabras y cerdos. Como no tienen inmunidad natural contra las enfermedades de tierra firme, las especies insulares son además diezmadas por los patógenos y parásitos que llegan transportados por gallinas y patos domésticos. Como se ha comprobado, la introducción de una sola especie invasora en una isla puede extinguir a muchas especies nativas.

Sabemos que la mayor cantidad y concentración de especies invasoras prolifera en hábitats dañados por los humanos. Sumemos los cambios en la temperatura por el calentamiento global que favorecen la colonización de especies invasoras y comprobaremos que estos “alienígenas" serán una de las amenazas más devastadoras para nuestro planeta.

Prácticamente todos los países reconocen la gravedad y urgencia de lidiar con las especies invasoras. En el marco de la Convención sobre la Diversidad Biológica y la Agenda para el Desarrollo Sostenible 2030, más de 150 naciones se han comprometido a sumar esfuerzos para prevenir la introducción, reducir el impacto en los ecosistemas y erradicar a las especies invasoras. Falta que se cumplan estos compromisos; de lo contrario, todos pagaremos las consecuencias tarde o temprano.

Finalizo esta serie de artículos sobre los 7 pecados ambientales que inicié en septiembre pasado, reconociendo que poco se avanzó durante un año - en México y el resto del planeta - en la lucha por un ambiente sano. Se podrá argüir que un año es poco tiempo. Reflexionemos, sin embargo, sobre lo que ha hecho en un año Greta Thunberg, una activista sueca autista de solo 16 años, que ha movilizado a millones de jóvenes en todo el mundo. En agosto inició huelgas estudiantiles exigiendo acciones contra el cambio climático; en noviembre lanzó su movimiento Juventud por el Clima; en diciembre reprendió por su inacción a delegados de más de 150 países en la conferencia de la ONU sobre cambio climático; en enero amonestó al Foro Económico Mundial en Davos con su mensaje “nuestra casa está incendiándose…quiero que se espanten”; en marzo fue nominada al Premio Nobel de la Paz, y en abril se reunió con el Papa Francisco.

En este preciso momento, mientras usted lee este texto, en un velero Greta cruza el Atlántico de Inglaterra a Nueva York, para participar en la cumbre climática de la ONU en septiembre llevando un mensaje categórico: “Ya que nuestros líderes se comportan como niños, nosotros tendremos que tomar la responsabilidad que ellos debieron asumir hace mucho tiempo”.

Científico y ambientalista Twitter: @ovidalp

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