De este gobierno esperaba, primero que todo, congruencia. Congruencia para cumplir lo prometido, coherencia entre las palabras y los hechos. Esperaba que iniciara la despolarización, la pacificación y la democratización del país después del naufragio en que nos dejaron los gobiernos anteriores.
Esperaba que este gobierno fuera tolerante, respetara la libertad de pensamiento, de enseñanza y de disentir sin temor a ser estigmatizado, perseguido. Esperaba que verdaderamente luchara por la justicia social, la libertad de expresión y de manifestación, y la igualdad de derechos para las mujeres. Que respetara la Constitución.
Esperaba que acatara la ley sin excepciones, que la justicia fuera para todos. Que prevaleciera la razón sobre la fe, la ignorancia, los prejuicios, los dogmas. Esperaba que la tecnología y la ciencia fueran herramientas prioritarias para enfrentar nuestros principales desafíos económicos, sociales y ambientales. Que las instituciones del Estado se fortalecieran, no que se debilitaran o destruyeran.
No esperaba que se insultara, desacreditara, acosara desde el poder al que piensa diferente. No esperaba que se difamara y persiguiera a luchadores sociales, feministas, científicos, ambientalistas, la UNAM, universidades privadas, periodistas, opositores políticos. Y no esperaba que se militarizara al país.
Confié en que este gobierno dejaría atrás el odio, el fanatismo, la demagogia, la simulación, la arrogancia, el inmediatismo. Confié en la fuerza de la humildad y en que el fácil discurso de la superioridad moral no persistiría. En que no se quisiese vivir cómodamente en el pasado, culpándolo de todos nuestros males—que se tendría el coraje para enfrentar el presente y prepararnos para el futuro.
Confié en que la palabra, una vez dicha, tendría valor. En que nuestro gobierno no escondería la cabeza en la arena cuando había que ponerse del lado de nobles causas planetarias: el respeto de los derechos humanos de los migrantes, la condena de los regímenes totalitarios, el rechazo a la invasión del país débil por el más fuerte, el feminismo, el combate al calentamiento global.
Confié en que la salud, la educación y la ciencia de calidad serían prioritarias.
Confié en el llamado al diálogo y en que la búsqueda del bien común prevalecería sobre el rencor, la rencilla política, la descalificación, la saña por los que piensan diferente.
Confié en que este gobierno resguardaría, sin cortapisas, nuestro derecho a un medio ambiente sano y que los ambientalistas del gabinete alzarían la voz para defender lo que por muchos años lucharon. En que se cumplirían las promesas de campaña de defender a los activistas ambientales, proteger a la naturaleza, impulsar las energías renovables y combatir el calentamiento global.
Creí que todo eso era posible con la llegada del primer gobierno de izquierda desde el del general Lázaro Cárdenas hace 88 años. Me equivoqué.
Por eso marcho mañana. Y en defensa del INE y la democracia.
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