A finales de los años 50, durante las administraciones de Adolfo Ruiz Cortines y Adolfo López Mateos, el gobierno impulsó una campaña de envenenamiento para exterminar a los grandes carnívoros –lobos, osos, pumas y coyotes– en el norte de México. El oso pardo mexicano se extinguió en 1964 y el lobo mexicano desapareció en vida silvestre en los años 70, aunque después algunas decenas fueron reintroducidas a partir de los últimos siete ejemplares capturados.

Entre 1972 y 1982, con el Programa Nacional de Desmonte iniciado por Luis Echeverría, se pretendió talar 24.5 millones de hectáreas (12% del territorio nacional, en su mayoría selvas tropicales) y dedicar esas “tierras ociosas” a la agricultura y la ganadería. Se buscaba crear “polos de desarrollo” para convertir a los ejidos en “compañías agroindustriales”. No se cumplió la meta (afortunadamente), pero se talaron más de 400 mil hectáreas de bosques y selvas en 16 estados de la República –las personas que dependían de estos ecosistemas terminaron más pobres al perder el sustento que les brindaban.

Más recientemente, con Vicente Fox, se modificó la norma 022 sobre manglares para que se pudieran talar, principalmente con fines de desarrollos turísticos y a cambio de una compensación económica, no obstante que estos bosques albergan gran cantidad de especies de importancia ecológica y económica, y son barreras naturales contra los impactos del cambio climático.

Felipe Calderón lanzó una demagógica campaña de reforestación (ProÁrbol) que derrochó miles de millones de pesos con la promesa de plantar 280 millones de árboles. La campaña fracasó estrepitosamente, pues los arbolitos se sembraron sin ton ni son y tuvieron tasas mínimas de supervivencia. Y qué decir de la devastación de los manglares de Tajamar en Quintana Roo, o el intento fallido –gracias a la presión de los ambientalistas– de construir el mega desarrollo turístico “Cabo Cortés” a expensas del Parque Nacional Cabo Pulmo en Baja California Sur, uno de los arrecifes coralinos más espectaculares del planeta.

Con Enrique Peña Nieto se banalizó a las instituciones ambientales, se desperdició la oportunidad de impulsar la pesca sustentable en el Alto Golfo de California (en gran parte por la desidia e ineptitud de Conapesca e Inapesca) y salvar a la vaquita, y quedó impune el peor desastre ambiental de la industria minera del país: el derrame de 40 mil metros cúbicos de sustancias tóxicas en los ríos Sonora y Bacanuchi, que afectó gravemente la salud y la economía de miles de sonorenses.

Todo lo anterior palidece frente al trato que se le dio al medio ambiente durante la presente administración.

La pérdida de capacidades humanas y el debilitamiento presupuestal de las instituciones ambientales en estos seis años fue brutal. Semarnat, , Conanp, Inecc, Profepa, Conafor y Conagua fueron politizadas, socavadas. Ideologizada, la Semarnat vagó sin rumbo. No sorprende, entonces, que se haya desamparado el medio ambiente, ni que México se desdibujara en la agenda ambiental internacional. Y Conahcyt intentó encarcelar científicos “rebeldes” que no sucumbieron al despotismo de la dirección más sectaria que ha tenido la institución desde su fundación en 1970.

El cambio climático no fue prioridad, a pesar de  causadas por fenómenos meteorológicos extremos. Se apostó a la explotación y uso de energías fósiles a expensas de las renovables, por lo que México no podrá cumplir sus compromisos internacionales de reducción de emisiones. Se descuidó la adaptación a los impactos del cambio climático: a huracanes y tormentas tropicales, a sequías extremas y a lluvias torrenciales que azotaron el país, afectando a la población y la economía local y nacional.

Se descuidó la gestión del agua y hoy vivimos una crisis hídrica que impacta principalmente a los mexicanos más vulnerables; se desatendió la pesca, lo que permitió que muchas actividades pesqueras sean ilegales o controladas por el crimen organizado; se abandonaron las áreas naturales protegidas; el manejo forestal sustentable fue prácticamente inexistente y los incendios forestales proliferaron sin control.

A pesar de la promesa de que no se derribaría “ni un solo árbol” en el llamado "Tren Maya", según Fonatur entre 2019 y 2023 se “removieron y/o afectaron” más de  de este megaproyecto y se dañaron decenas de cavernas y cenotes.

Fueron seis años aciagos para los científicos, difamados y acosados desde el poder. Se amedrentó –como nunca– a los ambientalistas y a las organizaciones de la sociedad civil, sin reflexionar en que México es uno de los países más letales para los defensores ambientales: más de 100 mujeres y hombres han sido asesinados en lo que va del sexenio.

Con contadas excepciones, las empresas y fundaciones nacionales e internacionales que en sexenios pasados apoyaron con entusiasmo la protección ambiental dejaron de hacerlo, probablemente en respuesta al desinterés del propio gobierno por el medio ambiente.

Durante por lo menos 70 años, sexenio tras sexenio, al presidente y al gobierno en turno no les importó el papel de la naturaleza para el bienestar humano. Ninguno comprendió que un ambiente sano es indispensable para forjar economías sólidas y sociedades más justas; ninguno entendió su importancia para la seguridad nacional, la salud pública, la seguridad alimentaria, energética e hídrica, para combatir la pobreza.

Quiero creer que Claudia Sheinbaum, la primera mujer en ocupar la presidencia de México, hará las cosas de manera diferente. Su trayectoria la acredita como científica y ambientalista: fue secretaria de medio ambiente de la Ciudad de México e integrante del Grupo intergubernamental de expertos sobre el cambio climático de la ONU, que recibió el Premio Nobel de la Paz.

La presidenta Sheinbaum tiene hoy la oportunidad histórica de reconciliarnos y darle al medio ambiente el papel central que merece en el Plan Nacional de Desarrollo 2024-2030. De posicionar a México como líder ambiental en América Latina y el mundo. No será fácil, pero para lograrlo : Alicia Bárcena en Medio Ambiente, Marcelo Ebrard en Economía, Juan Ramón De la Fuente en Relaciones Exteriores, Julio Berdegué en Agricultura y Desarrollo Rural, y Rosaura Ruiz en Ciencias, Humanidades, Tecnología e Innovación.

Por el bien de México y de ésta y las siguientes generaciones de mexicanos, esperemos que así sea.

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