A la memoria de Gonzalo Rojo, pescador y amigo de Tojahui

Este es un relato sobre ballenas pintas, balleneros yanquis y perros siderales. Sobre lugares recónditos con nombres melódicos y casonas abandonadas. Retrata lo que recuerdo, aunque no puedo asegurar que todo sea cierto. Habla de cómo, cuando uno busca una brújula, el destino lo planta, sin aviso, en el instante preciso, en la playa correcta.

Es sobre las ballenas grises, madres y ballenatos que decidieron, por razones misteriosas, no regresar a sus sitios de crianza en el mar de Cortés. Lugares ocultos que ayudaron a salvar a estos majestuosos leviatanes después de que fueran diezmados por los balleneros en Baja California. Les cuento.

La llamada de las ballenas pintas, un relato para tiempos de cuarentena
La llamada de las ballenas pintas, un relato para tiempos de cuarentena

Fotógrafo: Sergio Martínez/PRIMMA/UABCS

La ballena gris es el mamífero marino que más interés ha suscitado entre los autodenominados sapiens. Es una de las ballenas más primitivas y la única que come chupando camaroncitos del fondo del mar. También la única que se ha recuperado de la caza. En 1861, el gobernador de Baja California, Teodoro Riveroll ya se quejaba amargamente al presidente Benito Juárez sobre la carnicería de ballenas grises. Gracias a México, se protegieron los sitios de crianza en Baja California y la gris se recuperó de las tropelías de los balleneros.

Con el invierno, las ballenas grises nadan desde sus lugares de alimentación en Alaska y Siberia a las lagunas de crianza del Pacífico de Baja California, un viaje redondo de 20 mil km. Es un espectáculo que roba el aliento. En Sonora y Sinaloa a las grises les llaman pintas. El nombre viene de unas manchas que los balanos – unos crustáceos primitivos con conchas calcáreas que pasan su existencia anclados de cabeza a los lomos de las ballenas – dibujan en su piel. Los balanos la pasan felices mirando al sol, la luna y las estrellas; hasta que el agua fría y los piojos de las ballenas los desalojan, dejando pequitas como recuerdo. Y claro, entre más pecosas más viejitas. Como nuestros ancianos.

Si uno condujera 300 km desde Guaymas, llegaría a Tojahui. Me pregunto si ahora, 40 años después, siguen ahí las casonas derruidas en la playa donde acampé varios meses. Dicen las malas lenguas que el narco espanta por allá. Yo de eso no sé nada. Tojahui, rasgón en lengua mayo, tiene 18 habitantes y queda entre Yavaros y Las Bocas. En Las Bocas, cuenta la leyenda, hay una plaza redonda donde en tardes serenas el chocar de las olas se amplifica en sonido estereofónico y los ecos de los susurros se alzan hasta convertirse en gritos. Vaya usted a saber.

Tojahui está rodeado de playas con nombres como Bajerobeta, La Filomena, Jimarouisa, Camahuiroa y Bachomojaqui. Mucho más evocativos que los de los científicos que “descubrieron” allí a las pintas en 1954, y los que siguieron buscándolas hasta perderse en la búsqueda—Gilmore, Mills, Harrison, Ewin, Brownell, Findley, Vidal. Los primeros cuatro ya partieron de este mundo, los otros hacemos fila.

Acompañado por Sirio, llegué a Las Casonas de Tojahui en diciembre de 1981. Sirio era una mezcla de husky siberiano y malamute de Alaska. Es decir, oriundo de Alaska y Siberia, como las ballenas pintas. Me lo prestó para el viaje mi amigo Rogelio. Con este cómplice canino escuchamos, agazapados y atemorizados, los aullidos de coyotes hambrientos que de noche rondaban. Encontramos cachalotes varados y tortugas laúd muertas y ballenas de aleta perseguidas por orcas; y ávidamente perseguimos el aroma a chicharrón de lobo marino que alguien cocinaba en una playa vecina.

Se cuenta que, en el siglo XIX, 500 ballenas pintas se refugiaban en las bahías de Sonora y Sinaloa—y que 200 fueron cazadas. No pudieron escapar de los arpones de los implacables balleneros. Unas pocas criaban frente a Las Casonas de Tojahui; la misma playa a la que, despistados, Lloyd Findley y yo llegamos hace cuatro décadas. Tales son los extraños caminos de la vida, diría mi comadre Carmencita.

Hoy a Tojahui ya no llegan ballenas pintas. Será que las espantaron, o se aburrieron, o se les olvidó cómo regresar. Nadie lo sabe. Ésta es pues la increíble y triste historia de estos cándidos leviatanes y los balleneros desalmados que los cazaban para hacer chicharrón.

P.D. Apenas me entero de que hay un intérprete sinaloense de boleros conocido como “El Tojahui”, quien en tiempo de ocio pesca y canta. Aquí se los dejo:

https://www.youtube.com/watch?v=041AIMf1mBA

Científico y ambientalista Twitter: @ovidalp

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