Regresé al sitio, el sol ya se había puesto, tiré el anzuelo y esperé.
No creo que haya un silencio más profundo en el mundo que el silencio del agua.
Lo sentí en ese momento y nunca lo olvidé –José Saramago
Hablemos hoy de aguas. De aguas sigilosas que corren silenciosas, borrascosas, polares, subterráneas, aguas que se evaporan y en gotas microscópicas caen como lluvia, granizo o lágrimas. Aguas que escurren como un sistema circulatorio por las entrañas de la Tierra, aguas que sudan nuestros cuerpos y los de los demás seres vivos.
Hablemos de aguas cósmicas origen del universo, cálidas, densas, estelares, periféricas. Aguas de la Vía Láctea, el Sol, Marte, Mercurio, Venus, Júpiter y Saturno. Nuestras aguas terrestres, sólidas, líquidas, gaseosas. Nuestras aguas oceánicas y marinas en donde germinó la vida.
Porque, después de todo, gracias a todas esas aguas estamos hoy aquí.
Hablemos de aguas sagradas transportadas por Eolo, dios de los vientos, para lavar y purificar nuestra existencia. Aguas benditas símbolo del inconsciente colectivo, de la hondura, de lo inexplorado, aguas que bautizan, que apaciguan nuestra obsesiva piromanía de lo natural. Aguas hidrotermales, de cuencas y acuíferos, de ríos, riachuelos y charquitos, de lagos, humedales, cenotes, deltas y esteros que artísticamente esculpen paisajes a todo lo ancho y largo de este Planeta Azul que insistimos en llamar Tierra.
Hablemos del Ártico, el Pacífico, el Atlántico, el Índico, el Antártico, de todos los mares que cubren 70 % de la superficie de la Tierra y alojan 97 % de su agua. Porque sólo 3 % de las aguas terrestres son dulces –la mayoría dormita en los polos– y únicamente 1 % son aguas líquidas que corren por depósitos subterráneos, ríos, el suelo, la atmósfera y los seres vivos. Y porque 73 % del peso de un recién nacido, la mitad del peso de una mujer adulta y 60 % del peso de un hombre son H2O.
Por eso, hablemos hoy de aguas comunes y corrientes. Adhesivas, capilares, geométricas, aguas cristalinas no lineales de la fotosíntesis. Aguas incomprendidas e incoloras que a nada huelen y a nada saben. Aguas desconocidas que ebullen, reposan, se rebelan, absorben nuestro calor, regulan nuestro clima, repelen campos magnéticos, sosiegan nuestras tristezas.
De esas aguas cotidianas, tan en boca de todos. Aguas saladas, salobres, dulces. Aguas congeladas del Monte Everest, a 9 mil metros sobre el nivel del mar; aguas ardientes de la Fosa de las Marianas, a 11 mil metros de profundidad. Aguas sonoras que les permiten a las ballenas enamoradas cortejarse cantando a centenares de kilómetros.
Aguas que nos alimentan, nos limpian y nos lubrican, aguas que nivelan electrolitos controlando nuestra presión sanguínea, amortiguando nuestros órganos, refrescándonos, protegiéndonos del frío. Aguas que reímos y que lloramos desde que nacemos hasta que morimos, aguas que humedecen nuestros ojos, boca, pasajes nasales y nos ayudan a respirar. ¡Aguas que sin aguas no podríamos vivir!
Hablemos hoy del agua, origen y futuro de la vida. Ente etéreo que no muere, se transforma, precipitándose, evaporándose, transpirándose, llorándose, bebiéndose. Aguas que regresan a la mar, a la tierra, a los ríos, a los lagos, a los humedales, a las selvas, a los desiertos. Las mismas aguas, siempre las mismas aguas que ansían saciar nuestra insaciable sed.
Aguas turbulentas del río Suárez en Colombia, las que de niño me salvaron de una muerte temprana. Aguas Amazónicas en donde comprendí qué significa la biodiversidad, aguas secas del delta semimuerto del río Colorado en el Golfo de California, aguas del río Lacantún en donde por fin entendí la relación comunidad-río. Aguas del río Ganges, en cuya orilla, Varanasi, reencontré un portal a la esencia y la tragedia humanas.
El agua como un derecho humano a una vida digna. No creo que haya un silencio más profundo en el mundo que el silencio de las aguas. Por eso hablemos hoy por ellas, por todas las aguas.
Pie de foto. La Canica Azul. Foto de la Tierra desde el Apolo 17, 7 de diciembre de 1972 ©NASA.