Hoy, nuestros muertos simbólicamente vuelven a la vida como millones de mariposas monarca de alas anaranjadas y negras bordeadas con motitas blancas. Nuestras queridas migrantes regresan a su tierra natal.
 
Y hoy celebramos el Día de Muertos en México. Ritual de querencia, elegía, añoranza, pena y gozo por nuestros seres queridos fallecidos; un día que nos recuerda que la muerte es, inexorablemente, pareja de la vida. 
 
Dudo que haya un día como este en otro lugar, cuando una nación entera se conecta–como lo hacemos los mexicanos en donde sea que estemos–para recordar y honrar a nuestros muertos: a nuestros ancestros, nuestros héroes, nuestros amigos, nuestros familiares. Un día cuando todos, al unísono, elevamos la voz en un rotundo NO al olvido y proclamamos que la muerte no es inexistencia sino presencia viva, etérea. 
 
Este es probablemente un retrato impreciso, pero respetuoso de un colombiano que hace muchos años se transformó en un mexicano; uno que ahora es huérfano de padre y madre, pero que hoy los recuerda cariñosamente en el altar de muertos–un altar adornado con cigarrillos, aguardiente y café, pequeñas gallinitas de barro, champaña y pan, unas fotografías de cuando eran jóvenes y algunas flores de cempasúchil para evocarlos y honrarlos a los dos.
 
El Día de Muertos es una celebración rara. Mezcla de paganismo y rebeldía indígena que resistió pero que, de cualquier manera, terminó camuflajeándose con los cánones cristianos que nos trajeron los conquistadores españoles a través del océano Atlántico en el siglo 16. Los mexicas, mixtecas, texcocanos, zapotecas y otros pueblos nativos se adaptaron a este día con devoción a sus muertos y al calendario cristiano.
 
Hoy, nuestras muertas y muertos regresan del más allá para visitarnos, acompañarnos, apapacharnos. Las almas de los “muertos chiquitos”, los niños, llegaron ayer como la vanguardia, seguidos hoy por los adultos en la retaguardia. Para su dicha, cuando las ánimas de los niños lleguen al banquete encontrarán a sus perros xoloitzcuintles de juguete y sus calaveritas de azúcar. 
 
Los muertos regresan a echar un vistazo a sus propias fotografías, tomadas cuando estaban entre los vivos, colocadas sobre una sábana blanca escalonada en un altar colorido en su honor–en donde se contemplarán acompañados por esas cosas que más les gustaba ver, oler, comer y beber en vida…con nosotros.
 
Hoy, nuestra casa es su casa huele a incienso, a copal y a melcochudos aromas florales. Hoy es el día de las calacas dulces, de la sal y el agua, y del papel picado de colores y los esqueletos de los difuntos convertidos en pan de muerto que comparten con los vivos. Hoy, las ofrendas florales y las remembranzas y los altares amorosamente arropan las lápidas heladas de todos los cementerios a lo largo y ancho de México. 
 
Hoy, sólo hoy, las almas de nuestros seres queridos transitan desde la morada de los muertos al mundo de los vivos. Para no extraviarse, saciar su sed y reunirse con nosotros, viajan por senderos de pétalos de cempasúchil y velitas y elixir de copal y agua dulce amorosamente arreglados por sus familias. 
 
Hoy, sólo hoy, nuestros recién nacidos, niños, adultos y viejos pueden volar gozosos desde el más allá, cual minúsculas mariposas monarca, para reunirse con sus seres queridos en el mundo de los vivos. Hoy es día de todas las ánimas, de venerar a la muerte y la vida siempre juntas. Es un día para celebrar y recordar a quienes enterramos en sus personalísimos petates–esos tapetes tejidos y únicas pertenencias que nos llevaremos al dejar este mundo. 
 
Privilegiemos hoy los recuerdos sobre los olvidos, la dicha sobre el vacío y el dolor o la pena que deja la ausencia eterna de nuestros difuntos. Comamos y bebamos las ambrosías que nuestros queridos muertos más disfrutaban en vida.
  
Pero no olvidemos, ni por un segundo, que hoy también es un día para reflexionar sobre la cruda realidad que vive nuestro país. Un día de luto para alzar nuestras voces con indignación y mirarnos en el espejo nacional y ver la violencia bruta que, por tanto tiempo, ha devastado a centenares de miles de familias de compatriotas.
 
Porque México hoy parece un camposanto. Un macabro rompecabezas de fosas clandestinas por doquier, que una multitud de madres laboriosamente rastrean en todo el país con la esperanza de encontrar los cuerpos, siquiera algunos restos, de sus hijas e hijos muertos o desaparecidos.
 
El espeluznante video exhibido en medios de comunicación y redes sociales el 27 de octubre de un perro callejero que carga en sus fauces una cabeza humana, mientras deambula en la noche por una acera de Zacatecas, es la imagen de la barbarie. Es la antítesis del Día de Muertos. Es el retrato de un México convertido en un país en donde todos los días son día de muertos, día de desaparecidos.  
 
Un México que debe ponerse de pie y enfrentar las fuerzas podridas que destruyen nuestras familias y nuestras tradiciones.
  
Cuando llegue mi hora, que me entierren con un petate como mortaja, mesa, cama y morral…y si muero lejos de ti, que digan que estoy dormido y que me traigan aquí, México lindo y querido.
 
(A la memoria de los más de 3309 menores de 17 años asesinados en México entre enero de 2021 y junio de 2022 (Red por los Derechos de la Infancia en México)

Científico y ambientalista

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