En estos tiempos de cuarentena vi de nuevo Cuando el Destino nos Alcance (Soylent Green, 1973), una de las películas de ciencia ficción que más me ha impactado en su momento. Retrata a una sociedad del futuro que, en medio de una crisis ambiental sin precedentes, se deshumaniza: un caldo de cultivo fértil para la desesperanza, el autoritarismo y todo tipo de calamidades económicas y sociales. La trama tiene como escenario a Nueva York en el año 2022, una metrópoli con 40 millones de almas. La superpoblación, la contaminación, las sofocantes temperaturas y un hacinamiento insoportable se combinan para arrinconar a una pequeña élite que mantiene férreo control económico y político–y que también se da el lujo de comer carne y verduras frescas y beber agua limpia todos los días. Mientras que el resto de la población, los incontables proletarios sin rostro apenas sobreviven comiendo galletitas verdes y rojas que el gobierno les da. Aquellos que desean escapar de este caos, por voluntad propia van a El Hogar, en donde serán asesinados sin dolor mientras sueñan despiertos—es como un laboratorio, pero uno en el que usted puede morir plácidamente alucinando con bosques verdes y trinos de pájaros, mientras escucha música sublime sumergido en colores que serenan el alma. Instantes efímeros condimentados con fantásticas imágenes de océanos, montañas, riachuelos cristalinos y animales salvajes—todo lo que ya no existe desde la hecatombe ambiental. Al final de la película uno se entera de que los cadáveres de estos soñadores son la materia prima con la que se prepara las nutritivas galletas que alimentan a los hambrientos que aún siguen vivos.
Esta película me vino a la mente ahora que nos acercamos al año 2022. Y me hizo pensar en cómo los gobiernos de los tres países más poblados de América ven al medio ambiente. O, mejor dicho, cómo no lo ven. Los Estados Unidos, México y Brasil son el hogar de casi 690 millones de personas y de una inmensa diversidad biológica y cultural. Y no puedo evitar preguntarme: ¿podremos los ciudadanos de estos tres países ponernos de acuerdo para luchar juntos, codo a codo, por un futuro justo y sustentable para las próximas generaciones?
En menos de cuatro años en los Estados Unidos, el presidente Donald Trump ha desmantelado la mayoría de las políticas públicas y el ensamblaje institucional necesarios para frenar el calentamiento global y proteger el medio ambiente ( https://www.nytimes.com/interactive/2020/climate/trump-environment-rollbacks.html ). Su administración ha revertido las normas que regulan las emisiones de dióxido de carbono, los químicos tóxicos y la contaminación del aire y el agua. El señor Trump suspendió las contribuciones al Fondo Verde para el Clima, un programa de las Naciones Unidas que ayuda a países en desarrollo a reducir sus emisiones de carbono; y además está sacando a su país del Acuerdo de París sobre el cambio climático. También ha socavado las regulaciones sobre áreas protegidas, humedales, pesquerías y protección a especies de mamíferos marinos, tortugas marinas y aves migratorias en peligro de extinción, para mencionar sólo algunas. El presidente Trump ha convertido a la Agencia de Protección Ambiental (EPA, por sus siglas en inglés) en verdugo ambiental, con el encargo de borrar todo lo relacionado con el legado ambiental de su antecesor, el ex presidente Barak Obama.
La situación ambiental en Brasil no es mejor. En menos de dos años, el presidente Jair Bolsonaro se ha convertido en el principal instigador de los incendios que en 2019 y 2020 devastaron la Amazonía. En 2019, el señor Bolsonaro declaró que la Amazonía era “suya”. Y para que no quedara duda alguna se dedicó con ahínco a debilitar las regulaciones ambientales, incitar a ganaderos y taladores a iniciar incendios, y a promover la explotación minera en tierras indígenas ancestrales. El presidente Bolsonaro continúa denigrando a los pueblos indígenas que se oponen a la destrucción de la Amazonía y cínicamente culpa a grupos ambientalistas de haber provocado los incendios para imputarlos a su gobierno. Hace sólo un par de meses, 29 organizaciones, incluyendo instituciones financieras de los Estados Unidos, el Reino Unido, Noruega y Japón que administran billones de dólares en activos, advirtieron a Brasil que el recrudecimiento de sus atropellos contra la selva y sus pueblos indígenas afectaría gravemente el interés de invertir en el país. No obstante, apenas la semana pasada el Instituto Nacional de Investigación Espacial anunció la detección de más de 29,000 incendios en agosto de 2020 en la Amazonía brasileña, el segundo número más alto en una década y sólo ligeramente menor que los 30,900 incendios registrados el año pasado ( https://www.theguardian.com/world/2020/sep/02/amazon-fires-brazil-rainforest-bolsonaro-destruction ). Aun así, al señor Bolsonaro parece no importarle la Amazonía o el medio ambiente o sus compatriotas.
Y entre los Estados Unidos y Brasil vive un vecino distante de los dos—México. Mi país. No hay mucho que decir sobre el medio ambiente después de dos años de la administración del presidente Andrés Manuel López Obrador. Tampoco parece ser su prioridad, pero me gustaría equivocarme. Siguen sin convencer a ambientalistas y a científicos independientes las promesas de evitar daños ambientales en los megaproyectos gubernamentales, como el Tren Maya. Ya van tres secretarios del medio ambiente, y las instituciones ambientales se siguen desmantelando. Sin presupuesto ni personal suficiente para cuidarlas, las áreas naturales protegidas languidecen rápidamente. Y la relación con los ambientalistas está más polarizada que nunca.
Pero México todavía puede evitar seguir el mismo camino de los Estados Unidos y Brasil. Más allá de posibles diferencias ideológicas, los ambientalistas no están en contra de la administración del presidente López Obrador; pero ellas y ellos han aprendido a luchar por México con tanto empeño como él. El Presidente puede construir puentes y convocar a un diálogo nacional sobre el medio ambiente, demostrando así que es efectivamente una prioridad para su gobierno. En su gabinete hay ambientalistas respetados que pueden facilitar este diálogo: el canciller Marcelo Ebrard, la subsecretaria para Asuntos Multilaterales y Derechos Humanos de la Secretaría de Relaciones Exteriores, Martha Delgado y el secretario de Educación Pública, Esteban Moctezuma son algunos, así como la jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum. Aún no es demasiado tarde para iniciar un diálogo incluyente y respetuoso que multiplique los esfuerzos de muchos para conservar nuestro más preciado bien común: uno de los ambientes naturales más maravillosos de este planeta al que llamamos Tierra.
Científico y ambientalista
Twitter: @ovidalp