Los países más peligrosos para los defensores ambientales son Filipinas, Colombia, India, Brasil, Guatemala y México. Y la región más insegura para ellos es América Latina, en donde sus asesinatos quedan impunes y sus luchas se pierden en el olvido. ¿A quién le importa?
Según Global Witness y The Guardian, al menos 668 defensores ambientales fueron asesinados entre 2014 y 2018 mientras protegían sus recursos naturales. La mayoría eran indígenas y una gran parte eran mujeres. Falta documentar con exactitud los asesinados en 2019 y 2020, pero sabemos que cuando menos a 49 los mataron en Filipinas el año pasado y a dos hace un mes en México por proteger los bosques de la mariposa monarca. ¿A quién le importa?
A todas esas mujeres y a esos hombres asesinados quiero rendir homenaje esta noche, con ocasión de la presentación de mi libro con Richard Primack (profesor de la Universidad de Boston) en el marco de la 41 Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería.
Hay tres temas del libro que quisiera destacar.
Primero, el libro resalta el legado de numerosos naturalistas y científicos que nos ofrecen una perspectiva histórica y también actual sobre nuestra relación con el mundo vivo. Personajes definidos por su curiosidad y amor por la naturaleza: ese ente abstracto que evocamos con ligereza, pero que comprendemos y apreciamos muy poco.
Mencionaré sólo a dos, que son tal vez los más revolucionarios: el incansable explorador alemán Alexander von Humboldt y el rebelde cabezadura estadounidense Henry David Thoreau. El primero zarpó de La Coruña en España, navegó miles de kilómetros y caminó tierras de América Latina, Estados Unidos, parte de Europa y Rusia; murió de 89 años. El segundo, un observador excéntrico y desobediente de singular sentido común, quien nunca salió de la pequeña localidad en donde nació y murió a los 45 años. A los dos los une una avidez por el conocimiento, que rayaba en lo obsesivo, y un incondicional respeto por la naturaleza. Si leyésemos con atención sus escritos, nos ayudarían a desenterrar ese amor primitivo por el mundo vivo que reside en cada uno de nosotros y que es la clave de nuestra sobrevivencia.
Nacido en 1769, von Humboldt, botánico, zoólogo y geólogo enamorado de los volcanes, nos enseñó una nueva manera de entender a la naturaleza. Sus observaciones en los Andes tropicales y su comprensión de las interrelaciones del entorno animado e inanimado, son la base conceptual de lo que ahora llamamos “ecología”. Durante tres años visitó el Amazonas, Venezuela, Colombia, Brasil, Ecuador, Perú y Cuba. El 22 de marzo de 1803 arribó a México (la “Nueva España”) y, de hecho, estuvo precisamente aquí, en este histórico Palacio de Minería. Sus ideas inspiraron a científicos y naturalistas, como Charles Darwin, Ernst Haeckel, John Muir y Thoreau. A escritores como Walt Whitman, Julio Verne y Gabriel García Márquez. Pero von Humboldt también fue amigo y marcó la vida de poetas como Johann Wolfgang von Goethe y Friedrich Schiller, y de políticos como Simón Bolívar y Thomas Jefferson.
Thoreau, hijo de inmigrantes, nació en Concord, Massachussets en 1817. Fue un excursionista nato. Una noche en la cárcel, por negarse a pagar impuestos (que consideraba inmorales) fue suficiente para desatar uno de los ensayos más influyentes que se hayan escrito sobre la desobediencia civil, que influyó, inclusive, en Mahatma Gandhi y Martin Luther King, Jr. Después de vivir dos años en una cabaña en las orillas de un diminuto lago, publicó, en 1884, “Walden”, un libro que inspiró el movimiento de naturaleza salvaje de nuestro tiempo. Thoreau es el ermitaño que hay en todos nosotros, aquel que desencadena el impulso primitivo de escapar de las costumbres y de voltear a mirar a la naturaleza para recobrar la razón perdida.
En segundo lugar, el libro celebra a América Latina. A esa superpotencia de biodiversidad que alberga 40% de las especies de plantas y animales del planeta, 570 millones de hectáreas de pastizales y 800 millones de hectáreas de selvas y bosques vírgenes. Si aprovecháramos con inteligencia esta enorme riqueza natural, podríamos convertirla en la fuente principal de desarrollo y en la base sobre la cual construir economías más sólidas y sociedades más justas. Ese es nuestro desafío como latinoamericanos.
Finalmente, el libro incorpora estudios de caso escritos especialmente por 26 científicos y conservacionistas de 11 países latinoamericanos: Argentina, Belice, Bolivia, Brasil, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, México, Panamá y Venezuela. Son proyectos y lecciones de vida que nos ofrecen soluciones prácticas e innovadoras a los retos ambientales y sociales que enfrentamos. Son experiencias sobre el papel de las mujeres en la gestión sostenible de la pesca, la conservación con las comunidades locales de inmensas coberturas forestales, la protección de sitios emblemáticos con altísima biodiversidad y la participación de los pueblos indígenas, el gobierno y los empresarios en la conservación de la biodiversidad.
Creo, no obstante, que el mensaje central del libro tiene que ver con el amor. Con amar el conocimiento y el mundo vivo. Amar el aire que respiramos, el clima, los bosques, los mares, las montañas y los ríos; y los rinocerontes, los pájaros, las marsopas y las mariposas. Con comprender que somos parte integral de la naturaleza y que nuestro bienestar depende de la interacción armónica entre ella y nuestros propios objetivos de desarrollo. Entender que todos - pueblos indígenas, sociedad civil, científicos, políticos, empresarios y grupos religiosos - debemos actuar sin demora para salvar la vida en este hermoso planeta que llamamos Tierra. Porque es nuestro único hogar.
Científico y ambientalista
Twitter: @ovidalp
Extracto de mi discurso del 21 de febrero de 2020 durante la presentación del libro “Introducción a la biología de la conservación” de Richard Primack y Omar Vidal, publicado por el Fondo de Cultura Económica.