Escribo estas líneas desde el futuro. Las fecho a 5 de junio de 2021, Día Mundial del Medio Ambiente.


Dedicado a los miles de profesionales y trabajadores de la salud entregados a enfrentar la pandemia del Covid-19 en todo el mundo. Que sus heroicas batallas anónimas perduren para siempre en nuestra memoria colectiva

Hago un recuento. Hemos estrenado el año con la Organización Mundial de la Salud anunciándonos con bombo y platillo el final de la pandemia del coronavirus. El SARS-CoV-2, ha declarado la OMS, está bajo control, pero no se ha ido. Como tampoco se fueron los virus de la influenza, hepatitis B y C, dengue, rotavirus, sarampión, Ébola, VIH y SARS. Todos llegaron para quedarse y nos seguirán visitando de cuando en cuando. Pero desde ahora, anuncia la OMS, por lo menos contamos con una vacuna contra el SARS-CoV-2.

Y con la vacuna a la venta a precios accesibles en farmacias de todo el mundo, pasamos a ocuparnos de la crisis humanitaria y la debacle económica que el Covid-19 nos dejó. Por todo el mundo se va espesando la ira, el dolor y el reclamo a los gobernantes necios que no sólo no vieron venir una pandemia anunciada, sino que cuando llegó no supieron enfrentarla.

El mundo ya no es el mismo, dicen muchos. Pero yo, que quisiera ser más cauto, me digo que también optamos por aprender y cambiar en 1918, cuando terminó la Primera Guerra Mundial, después de que murieran unos 16 millones de personas, el 1% de la población mundial. Un año más tarde creamos la Liga de las Naciones con el propósito de restablecer las relaciones internacionales y las bases mundiales de una paz duradera. Pero bien poco nos duró la paz, pues, sólo 20 años más tarde, estalló la Segunda Guerra Mundial y, cuando terminó en 1945, dejó entre 50 y 70 millones de víctimas. El 2.5% de la humanidad. Entonces también dijimos que íbamos a aprender y cambiar. Establecimos las Naciones Unidas “para mantener la paz y la seguridad internacionales, fomentar relaciones de amistad entre las naciones, lograr la cooperación internacional para solucionar problemas globales y servir de centro que armonice las acciones de las naciones”. Sonaba a música celestial.

Pero la música muy pronto se transformó en una lucha despiadada por el poder y el control de la ONU, y la organización que tanta armonía prometía pronto se fue fragmentando y perdiendo relevancia. Y ahora uno se pregunta: ¿Qué ha hecho la ONU para frenar el impacto de nuestro desbocado crecimiento demográfico (hoy somos más de 7,800 millones de personas)? ¿Qué ha hecho para cambiar nuestros desmedidos e insostenibles patrones de consumo? ¿Qué ha hecho para frenar nuestra desaforada ambición urbanística del planeta? ¿O para equilibrar nuestra malsana relación con la naturaleza? Y, ¿en dónde estaban las Naciones Unidas cuando inició la pandemia del coronavirus? Que no se nos olvide que la pandemia estalló porque un virus mortal brincó de animales a humanos en los mercados “húmedos” de Wuhan, China. Y desde ese caldo de cultivo, el SARS-CoV-2 emergió, se puso a viajar y terminó conquistando todos los rincones de la Tierra.

Y ahora, una vez más, los muertos nos han recordado nuestra propia fragilidad. Desde la primavera del 2021, las naciones del mundo se han concentrado en establecer un nuevo orden geopolítico mundial. Uno que será cimentado en la solidaridad planetaria, la justicia social, el multilateralismo y el cuidado del medio ambiente. Se intenta crear un nuevo orden que ya no dependa de la superioridad o inferioridad de las naciones, sino de nuestras necesidades como planeta (reconociendo que éstas son simultáneamente nuestras necesidades). En una nueva manera de relacionarnos unos con otros. Tales cambios, si se hacen a conciencia, toman su tiempo. Pero si cada uno de nosotros entiende que tiene un papel que jugar en este nuevo orden, todos aportaremos para transformar nuestra manera de vivir y cambiar el rumbo de la humanidad y de nuestro planeta.

Lo que veo ahora como una suerte, es que a diferencia de lo que ocurrió después de las dos guerras mundiales, hoy no tenemos que perder tiempo y energía creando una nueva organización mundial. Afortunadamente, ya la tenemos. Aunque debilitada por su excesiva burocratización y su cada vez más reducido financiamiento, la ONU todavía tiene la capacidad de recuperarse, de reinventarse. Y ése es precisamente nuestro mayor reto: transformarla para que esté a la altura de los desafíos globales, lista para evitar que crisis como la pandemia del SARS-CoV-2 nos atrapen de nuevo tan terriblemente mal preparados como en el 2020. Y, pues, a mediados del 2021, los 193 países miembros de la ONU, con el voto unánime de los cinco miembros de su Consejo de Seguridad, acordaron modificar sustancialmente la estructura y el mandato de la organización. También acordaron renovar, desde la médula, todos los organismos financieros multilaterales, como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, el Fondo para el Medio Ambiente Mundial (GEF) y los bancos regionales de desarrollo. Ciertamente son muy buenas noticias.

Y permítanme compartir más buenas noticias que se anuncian mientras escribo estas líneas en junio del 2021: todos los gobiernos están cumpliendo lo que prometieron, y trabajan día y noche en la reforma de la ONU. Y lo hacen de manera transparente y participativa, con el afán de servir a todos los ciudadanos del mundo sin excepción. El objetivo que se han puesto es transformar a la organización en una verdadera plataforma multilateral con la capacidad, la autoridad y los recursos suficientes para garantizar la paz, la prosperidad y la seguridad mundiales. Es decir, están intentando restaurar los principios sobre los cuales se creó la ONU en 1945. El gran reto es y será mantener el equilibrio entre las necesidades, las aspiraciones y las responsabilidades de todas las naciones. Y, por supuesto, recuperar la confianza de los ciudadanos garantizando que todos podremos llamar a la ONU al orden si no cumple sus promesas. Es lo justo.

Para demostrar que hablan en serio, los nuevos líderes en los Estados Unidos, el Reino Unido, Francia, Rusia y China han acordado que, para mediados de 2022, ya no habrá un Consejo de Seguridad; las resoluciones de la Asamblea General serán obligatorias para todos los países y nadie podrá vetar ninguna decisión. En la nueva ONU estarán representadas y podrán votar las organizaciones juveniles, los pueblos indígenas y la sociedad civil organizada.

Aunque faltan muchos detalles por definir, me digo, a lo mejor sí que hay esperanza. Esperanza de que el mundo despierte a su nueva realidad y responsabilidad global.

Científico y ambientalista    
@Twitter: ovidalp

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