Raras veces en la historia moderna de México y Estados Unidos sus relaciones han sido tan ambiguas como hoy, cuando, por invitación del presidente Joe Biden, se celebra la Cumbre de Líderes de América del Norte en Washington, D.C. Será la primera reunión trilateral cara a cara entre los mandatarios de los tres países desde 2016, cuando Donald Trump las descontinuó.
 
El presidente Biden y el primer ministro Justin Trudeau se han reunido dos veces este año. Primero en octubre, en Roma, como parte del G20–el foro internacional que reúne a las 20 economías más grandes del planeta, que juntas suman más del 80% del PIB mundial, 75% del comercio global y 60% de la población mundial, y también 75% de las emisiones globales de dióxido de carbono. Y se reunieron de nuevo, hace apenas dos semanas, en Glasgow, en la Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático–COP26, la cumbre global más importante sobre el tema.

Una prioridad de las reuniones del G20 y la COP26 fue ratificar los esfuerzos internacionales para limitar el incremento en la temperatura media global a 1.5ºC y reducir las emisiones de los gases que continúan calentando el planeta. El presidente Andrés Manuel López Obrador decidió no asistir a ninguna de estas dos cumbres; por lo que hoy será la primera vez que se reúna en persona con sus homólogos de Canadá y Estados Unidos.

Pero ¿de qué hablarán los presidentes Biden y López Obrador, y el primer ministro Trudeau cuando se reúnan hoy en Washington, D.C.? ¿A qué tipo de acuerdos llegarán? Hay indicaciones de que los temas principales de la agenda serán economía y competitividad, seguridad (narcotráfico y tráfico de armas a México por la frontera con Estados Unidos), Covid-19, migración y cambio climático. Los últimos dos temas probablemente serán los más espinosos. Y los resultados de la reunión apuntalarán, o no, los anhelos políticos particulares de los tres mandatarios.

El presidente Biden está siendo objeto de implacables presiones internas, tanto de Demócratas como de Republicanos, para que detenga el flujo migratorio a través de su frontera sur, y esto se hay convertido en una de las mayores crisis políticas de su primer año en la Casa Blanca. Por otro lado, Estados Unidos y Canadá han expresado públicamente su profunda preocupación sobre los impactos negativos que la reforma eléctrica del presidente López Obrador tendrá en los miles de millones de dólares invertidos en México por empresas estadounidenses y canadienses.

Echándole más leña al fuego, el presidente Biden ha ordenado que la mitad de los vehículos que se vendan en Estados Unidos en 2030 sea de los que emitan cero emisiones de gases de efecto invernadero, y también está impulsando incentivos fiscales preferenciales para promover la compra de vehículos eléctricos fabricados completamente por sindicatos estadounidenses. Ni Canadá ni México ven con buenos ojos estas nuevas políticas sobre vehículos automotores. Biden también canceló la expansión del oleoducto Keystone XL, que, dados los enormes intereses económicos que Canadá tiene en este proyecto, agrió su relación con Trudeau.

Y sus posturas sobre lo que ocurre en Cuba, Nicaragua y Venezuela será el elefante en la habitación cuando los tres mandatarios se reúnan. ¿Tocarán siquiera el tema?

Es difícil imaginar en la historia moderna de las relaciones México-Estados Unidos a dos presidentes más distintos que López Obrador y Biden. No sólo difieren fundamentalmente en su visión sobre sus países (y el mundo), sino que sus estilos políticos probablemente se mezclarán como el agua y el aceite durante sus conversaciones. Además, el presidente Biden quiere posicionarse como el campeón mundial en la lucha contra el calentamiento global, mientras el presidente López Obrador ha optado por ignorar por completo esta crucial amenaza para el planeta.

Las diferencias se tornan aún más pronunciadas sobre cómo los presidentes Biden y López Obrador conciben los asuntos ambientales, especialmente el cambio climático. Las diferencias se reflejan en sus prioridades de política pública e inversión.

Combatir el cambio climático fue una de las principales promesas de campaña del presidente Biden. De hecho, este lunes presentó su nuevo programa de infraestructura (que contó con firme apoyo bipartidista) por más de un millón de millones de dólares, de los cuales US$73,000 millones son para la red de energía eléctrica, US$47,000 millones para la adaptación al cambio climático, US$21,000 millones para proyectos ambientales y US$7,500 millones para vehículos eléctricos. También se comprometió a que Estados Unidos alcanzará cero emisiones netas para el 2050 y reducirá las emisiones de gases de efecto invernadero en 50-52% por debajo de los niveles de 2005 para el 2030. En su primer día como presidente, Biden canceló la expansión del oleoducto de Keystone.

En marcado contraste, la lucha contra el calentamiento global no ha sido una prioridad para el presidente López Obrador. La construcción de la refinería Dos Bocas en Tabasco, la “modernización” de otras seis refinerías y la compra de PEMEX a Shell de la refinería Deer Park en Texas no dejan duda de la preferencia gubernamental por depender de los combustibles fósiles.

Y las inversiones gubernamentales de México para conservar el medio ambiente están muy por debajo de lo que se necesita y de lo que sus ciudadanos demandan. La inversión ambiental (Semarnat) en el Presupuesto de Egresos de la Federación para 2022 (aprobado hace pocos días por el Congreso de la Unión, en el que Morena y sus aliados son mayoría) fue de $41,000 millones de pesos (alrededor de US$2,000 millones, o sea 0.26% del presupuesto total). Pero la mayor parte ($33,900 millones o 83% del total) se destinará a obras de infraestructura hidráulica a cargo de la Conagua. Sólo 2.16% fue asignado a la Conanp (responsable de cuidar la biodiversidad y los servicios ambientales en 91 millones de hectáreas de todo el territorio nacional), 5.95% a la Conafor (a cargo de cuidar bosques y selvas) y un insignificante 0.18% a la Profepa (responsable de proteger el medio ambiente).
 
Por otro lado, al controvertido programa Sembrando Vida se le asignaron $29, 447 millones; y dos megaproyectos muy cuestionados por sus impactos ambientales y contribución al calentamiento global obtuvieron tajadas grandes del presupuesto federal: $63, 231 millones para al Tren Maya y $45,000 millones para la refinería de Dos Bocas.  

En la cumbre de hoy, más allá de las diferencias entre los tres mandatarios, los ciudadanos de México, Estados Unidos y Canadá esperan que, cuando menos, sus líderes tengan en mente la razón de ser del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) de 2020: fortalecer la amistad entre las tres naciones y sus pueblos; establecer un marco legal y comercial claro, transparente y predecible; y promover altos niveles de protección ambiental y fomentar los objetivos de desarrollo sostenible.

¿Estarán los tres mandatarios a la altura de estos desafíos? ¿Encontrarán puntos de coincidencia en medio de sus diferencias? ¿Estarán los Tres Amigos de regreso?

Científicos y ambientalistas

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