Yuval Noah Harari, destacado profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén, en su reciente libro, Nexus. Una breve historia de las redes de información desde la Edad de Piedra hasta la IA razona como un pensador medioecologista.
Inclusive en la primera parte del mencionado texto menciona a Marshall McLuhan, uno de los principales referentes en la ecología de los medios -Media Ecology-.
La ecología de los medios no es una escuela o corriente teórica en las ciencias de la comunicación -a las cuales designaremos como “comunicología”-; tampoco es una novedosa teoría trasmedia.
La ecología de los medios es una compleja metadisciplina que se dedica a estudiar cómo las tecnologías han transformado las ecologías culturales de las sociedades a través de la historia, configurando los ambientes en los cuales se desenvuelven las personas y se desarrollan las instituciones.
Debido a la complejidad del objeto de estudio de la ecología de los medios, ésta se ve en la necesidad de recurrir a todas aquellas ciencias, artes y campos de conocimiento que resulten necesarios para ofrecer explicaciones sobre los fenómenos que analiza.
La comunicología efectivamente admite ser considerada como central en la ecología de los medios, pero, como atinadamente señala Lance Strate, la ecología de los medios no debe ser considerada como un subsistema de la comunicología.
Marshall McLuhan, destacado profesor canadiense, notable filósofo de la comunicología (1911-1980), y Neil Postman (1931-2003), reconocido sociólogo estadounidense, formidable crítico del sistema educativo y la televisión, son considerados como los dos referentes fundamentales en la gestación de la ecología de los medios.
Los media fueron tema el central en McLuhan, quien designaba como media a las tecnologías, al lenguaje y a los medios de comunicación.
McLuhan comprendía a a los medios como tecnologías, y a las tecnologías y a los medios como prolongaciones de los sentidos y las facultades del hombre. La tesis más conocida del notable profesor canadiense es: “el medio es el mensaje”.
Desde la perspectiva de la ecología de los medios, el alfabeto fonético es considerado como una tecnología. Bob Logan, miembro de la segunda generación de la Escuela de Toronto, discípulo de McLuhan la designa como “la madre de la invención”. Para la invención del alfabeto fonético fueron necesarios millones de años.
Neil Postman, quien en la Universidad de Nueva York (NYU) abrió el primer programa de posgrado dedicado al estudio de la ecología de los medios, destacó la importancia de los ambientes.
La ecología de los medios, señaló Postman, intenta averiguar qué papeles nos obligan a jugar los medios de comunicación y las tecnologías, cómo estructuran lo que estamos viendo, por qué los media nos hacen sentir y actuar como lo hacemos, cómo facilitan o impiden nuestras posibilidades de supervivencia.
La ecología de los medios efectivamente se instala en el imaginario del determinismo tecnológico; sin embargo, dista mucho de pregonar un ingenuo optimismo tecnológico, como afirman, por desconocimiento o por compromisos ideológicos, no pocos de sus detractores.
Las nuevas tecnologías pueden reportar enormes ventajas; sin duda alguna, pero también introducen grandes problemas. En ocasiones los efectos negativos de una tecnología pueden superar los beneficios que supone. Harari, como un auténtico medioecologista razona:
“Toda nueva tecnología de la información tiene cuellos de botella inesperados. Resuelve problemas antiguos, pero genera otros nuevos” (p.85).
La ecología de los medios de ninguna manera se agota en el pensamiento y en la obra de McLuhan y Postman.
Los discípulos de los fundadores de ecología de los medios se han encargado de extender el imaginario teórico y conceptual de la metadisciplina, realizando importantes revisiones a trabajos de otros autores, incluso explorando otras líneas de pensamiento, las cuales, en principio podrían ser consideras contrarias y excluyentes.
Las revisiones realizadas por alumnos de McLuhan y Postman arrojaron buenos resultados. Postman y Strate, por ejemplo, “redescubrieron” las formidables aportaciones de un notable pensador húngaro, Alfred Habdank Skarbek Korzybski (1879-1950), reconociendo, además, la relevante contribución de la semántica general a la ecología de los medios.
La tesis más conocida de Korzybski, quien es considerado como el fundador de la ecología lingüística es “el mapa no es el territorio”.
Gracias al notable trabajo de Korzybski, la ecología de los medios extendió su mirada a un extenso repertorio de ambientes (biofísicos, verbales, semánticos, neurolingüísticos, neurosemánticos, etc.) y, más importante aún, se aprendió a reconocer al organismo como un complejo ambiente en sí.
La obra de Korzybski abrió el panorama de la ecología de los medios al encuentro de Humberto Maturana y Francisco Varela, dos destacados biólogos chilenos, quien aportaron el concepto de autopoiesis.
Los seres vivos -afirmaron los destacados científicos chilenos- se organizan como redes cerradas de autoproducción de los elementos que las constituyen. En todas las redes, la información representa el elemento integrador y articulador.
La mirada medioecologista permite razonar a las tecnologías desde una perspectiva eminentemente histórica, distante de quienes solo son capaces de reconocer gadgets en las nuevas tecnologías.
Harari no se afirma como medioecologista; sin embargo, en buena medida razona como tal. Su reciente libro comprende una revisión histórica de las redes de información desde la Edad de la Piedra hasta el advenimiento de la IA.
Para Harari, la inteligencia artificial -que desde la óptica de la ecología de los medios admite ser comprendida como un media emergente-, representa la mayor revolución de la información que hemos conocido en la historia.
La información puede o no representar la realidad. A pesar de ello, la información es fundamental. La información permite establecer vínculos, relaciones. La supervivencia de nuestra especie fundamentalmente dependió de nuestra formidable capacidad de cooperación, más allá de nuestra inteligencia y capacidad de adaptación.
Harari nos sugiere considerar una economía política de la comunicación alternativa al reflexivo marxista. La propuesta de Harari instala en el eje certebrador a los sistemas de información y, efectivamente, próxima a la teoría general de sistemas (von Bertalanffy).
En los sistemas democráticos la información fluye libremente a través de muchos canales independientes. En los sistemas totalitarios y cerrados, la información se concentra en un núcleo.
Kurzweil reconoce los peligros de la IA, pero cree que podrían mitigarse de forma favorable, Harari no está tan seguro de ello. Incluso señala que la IA no solo podría alterar la historia de nuestra especie; peor aún, podría afectar la evolución de todos los seres vivos.
Postman, con notable anticipación había advertido el profundo compromiso humanista de la ecología de los medios al señalar que esta metadisciplina debe advertirnos cómo las tecnologías -los media- pueden facilitar o impidir nuestras posibilidades de supervivencia.