A finales de la década de 1990, la reputación de Microsoft y de Bill Gates no precisamente era la mejor, particularmente después de haber desplazado al navegador Netscape e imponer a Explorer. Resultó evidente que Microsoft y de Bill Gates no toleraban la competencia.
El gobierno del presidente William Clinton entendió la necesidad de contener y limitar a Microsoft como a Bill Gates.
El 8 de mayo de 1998, el Departamento de Justicia de Estados Unidos y 20 estados decidieron llevar a juicio a Microsoft Corporation por incurrir en prácticas monopólicas, con base en lo dispuesto en la Sherman Act 1890, Secciones 1 y 2. El fiscal principal fue Joel I. Klein.
Dos interesantes libros ofrecen detallada información sobre el referido juicio: Pride before the fall: the trials of Bill Gates and the end of the Microsoft era -en castellano: El orgullo antes de la caída: los juicios de Bill Gates y el fin de la era Microsoft-, del periodista John Heilemann; y U.S. V. Microsoft -Estados Unidos contra Microsoft- de Joel Brinkley y Steve Lohr, dos destacados periodistas en The New York Times.
El 5 de noviembre de 1999, el juez Thomas Penfield presentó sus conclusiones, las cuales no resultaron favorables a Microsoft.
El 7 de junio de 2000, la corte ordenó el desmembramiento de Microsoft Corporation, la cual debió ser dividida en dos unidades separadas; una, responsable de producir el sistema operativo, otra, dedicada a producir componentes de software.
En la década de los ochenta, la compañía de telefonía Bell fue fragmentada por el gobierno estadounidense -Ronald Reagan era el presidente de Estados Unidos-, situación que propició la generación y desarrollo de varias empresas independientes, entre ellas AT&T.
Por supuesto Microsoft Corporation apeló y, además, realizó un intenso y efectivo cabildeo.
Las negociaciones entre el gobierno estadounidense y Microsoft Corporation seguramente fueron complejas. Ese mismo año (2000) Bill Gates renunció al cargo de CEO de Microsoft.
El 27 de septiembre de 1998, mientras Microsoft Corporation enfrentaba ese delicado litigio, Larry Page y Serguéi Brin, dos destacados estudiantes en el doctorado de informática y ciencias computacionales en la Universidad de Stanford, fundaron Google.
Un motor de búsqueda efectivamente intuitivo representaba un formidable principio de orden en la Web. El despliegue de Google fue inmediato. Además, Google empezó a ser considerada como la perfecta antítesis de Microsoft.
En sus primeros años de existencia, el comportamiento empresarial de Google efectivamente correspondió a lo dispuesto en su lema informal -don´t be evil- (no seas malvado).
En 2006, Google incluso generaba un ingenuo optimismo en la opinión pública, como el expresado por David A Vise y Mark Malseed, autores del libro Historia de Google: Secretos del mayor éxito empresarial, mediático y tecnológico de nuestro.
Sin embargo, cuando Google finalmente consiguió establecer su pleno dominio sobre la Web, la empresa comenzó a comportarse como Microsoft Corporation, y quizá aún peor.
Autores como Siva Vaidhyanathan -La Googlización de todo [y por qué deberíamos preocuparnos] emitieron algunas señales de alerta. Google había relegado a un segundo plano sus principios para intentar afirmarse como la dictadura virtual en la gestión del conocimiento.
PageRank -la familia de algoritmos creados y desarrollados por Google para optimizar las búsquedas de páginas web, patentado el 9 de enero de 1999- ha sido muy criticado. Daniel Brandt, por ejemplo, fundador del sitio Google Watch sostiene que el sistema es sesgado para beneficiar a los grandes sitios de Internet, y que los criterios para definir la importancia de una página no son revisados por ningún organismo externo.
En los años inmediatos Google ha acumulado gran cantidad de demandas. Se afirma, por ejemplo, que Google se vale de todo tipo de argucias para evitar pagar impuestos o pagar la mínima cantidad posible.
Google priorizó a la mercadotecnia sobre la innovación. La chatarrización de Google era evidente. OpeAI y la introducción de ChatGPT los sacudió de su prolongando letargo.
El lunes 5 de agosto, el dictamen del juez federal Amit Mehta podría establecer un auténtico parteaguas en la economía digital, al concluir que Google es un monopolio ilegal.
El juez Mehta falló a favor del Departamento de Justicia de EE.UU., por considerar que los contratos que Google utiliza para asegurar esa posición violan las leyes de competencia leal.
La sentencia del juez Amit Mehta ha desencadenado un proceso que podría durar años para decidir cómo sancionar a Google.
Mehta podría impedir a Google continuar con los acuerdos celebrados con Apple, Samsung, Mozilla y otras empresas para establecer a Google como la búsqueda por defecto en sus dispositivos o software.
Sin embargo, la libre elección no necesariamente reducirá la cuota de mercado de Google.
Otro escenario posible es ordenar la fragmentación de Google.
El escenario que enfrenta Google es relativamente similar al de Microsoft Corporation a finales de la década de 1990, cuando concluía el segundo mandato del presidente William Clinton, demócrata, quien fue sucedido por un presidente republicano: George W. Bush.
Un juez entonces ordenó desmembrar Microsoft Corporation. Sin embargo, como todo ocurrió cerca del cambio de gobierno, el nuevo entorno resultó favorable a Microsoft y la separación no se consumó.
Este año termina el gobierno del presidente Biden, demócrata y su sucesor podría ser un republicano -Donald Trump-.
La efectiva competencia en los mercados digitales no se reduce a limitar y contener a Google. Queda pendiente sancionar a todas aquellas big tech que han incurrido en prácticas monopólicas, destacando, claro, Meta Platforms de Mark Zuckerberg, la cual, después de las revelaciones de Frances Haugen debió ser severamente sancionada.
Las big tech, sin embargo, observan un papel estratégico en la competencia con China. Los intereses comerciales y políticos suelen determinar el rumbo y el alcance de determinadas leyes y, por supuesto, determinadas sentencias.
Las sanciones a Google podrían derivar en un efecto dómino con otras big tech. Sin embargo, la gestación de una verdadera competencia en los mercados digitales es necesaria.
Hoy los usuarios de internet no disponen de alternativas efectivamente competitivas a los monopolios virtuales que han establecido las big tech.