Resulta imposible ignorar las beneficios sociales que ya se desprenden del formidable despliegue de la inteligencia artificial generativa (IAG).
Incluso es posible considerar que, la revolución que impulsa la IAG ha desbordado los cauces de desarrollo de la llamada “cuarta revolución industrial”, término acuñado por Klaus Schwab, fundador del Foro Económico Mundial.
El lanzamiento de ChatGPT por la firma OpenAI, a finales de 2022, admite ser considerado como el origen del boom de la IAG.
La IAG detonó una especie de renovada fiebre del oro en Silicon Valley. Dos años después, las herramientas de IA impulsadas por grandes modelos lingüísticos son asequibles para la mayoría de los usuarios en línea.
Sin advertirlo, los usuarios de internet ya obtienen grandes beneficios de la IAG.
Por ejemplo, un resumen generado por IA puede aparecer aleatoriamente en la parte superior de los resultados en Google cuando se realiza alguna búsqueda (AI Overviews).
AI Overviews es la nueva función de IA generativa que ha desplegado Google para remediar la pronunciada chatarrización que presentaba el motor de búsqueda en un gran número de las respuestas que ofrecía a las peticiones de información de los usuarios.
A mediados del mes de abril, Meta Platforms incorporó su asistente de inteligencia artificial a la barra de búsqueda de Instagram y Facebook.
Sin embargo, los procesos informáticos necesarios para ejecutar sistemas de IAG consumen muchos más recursos energéticos.
El despliegue de la IAG viene acompañado de un preocupante hiperconsumo generalizado de energía.
Las herramientas de IAG que forman parte de la experiencia cotidiana de los usuarios de internet han incrementado significativamente el tráfico de electricidad en las redes, propiciando, además, la evaporación masiva del agua.
Los algoritmos que demanda la IAG son muy diferentes a los algoritmos que soportan las operaciones tradicionales de un motor de búsqueda o una plataforma de correo electrónico.
Los algoritmos que emplea la IAG demandan mayor cantidad de datos. Para poder reunirlos e integrarlos se necesita mayor cantidad de energía.
En 2016, Alex de Vries empezó a fundamentar la pertinencia del Bitcoin Energy Consumption Index, el cual publicó en su blog, Digiconomist.
Según las últimas cifras de su índice, la minería de bitcoins consume ciento cuarenta y cinco mil millones de kilovatios-hora de electricidad al año, que es más de lo que utilizan en los Países Bajos.
Producir esa electricidad representa ochenta y un millones de toneladas de CO2, superando las emisiones anuales de una nación como Marruecos.
El consumo de energía que demanda el desarrollo de la IAG por supuesto supera las demandas de energía que exige el despliegue de la “economía Bitcoin”.
El consumo total de energía de Google se duplicó de 2019 a 2023. Por esa razón, en lo relativo a las emisiones de carbono, Google ha modificado su postura.
Debido a la frenética carrera por asumir el liderazgo en los mercados que abre la IAG, las gigantes de la tecnología —big techs— modificarán lo dispuesto en sus credos corporativos en temas como el cuidado del medio ambiente, el carbono, el agua y, en general, la ecología.
Los centros de datos que entrenan y operan los modelos generativos de IA consumen millones de galones de agua. El agua disponible para que la gente la utilice es muy limitada. Para la operación de los centros de datos se necesita evaporar gran cantidad de agua en el aire.
Las granjas de servidores que entrenan y operan los modelos de IA podrían competir por el consumo de energía con los pobladores de la región y con las empresas locales.
Unas semanas atrás, una senadora del Partido Verde Ecologista de México (PVEM) —organismo político que el columnista Julio Hernández acostumbraba designar como el “partido de las cinco mentiras”—, intentó sentar las bases de una agenda nacional en materia de IA.
La congruencia no precisamente es virtud en los verdes. Por ello no sorprende que, por desconocimiento o por deliberada omisión, el tema del profundo impacto ambiental y energético de la IA ni siquiera fuese mencionado —me inclino por suponer lo primero—.
El positivo protagonismo que uno podría esperar de los “verdes” radicaría en su capacidad para ofrecer soluciones efectivamente viables para reducir la energía necesaria para crear herramientas de IA.
Tales soluciones representan una gran asignatura pendiente.
En 1998, en una brillante disertación en Denver, Colorado, Neil Postman, reconocido sociólogo estadounidense, profesor de la Universidad de Nueva York, afirmó que de todas las tecnologías se desprenden efectos positivos y efectos negativos.
En determinadas ocasiones, los efectos negativos incluso pueden anular los efectos positivos que reporta la tecnología, destacó Postman, quien formalmente introdujo el concepto de “Ecología de los Medios” a partir de una de las brillantes intuiciones del profesor Marshall McLuhan.
El encanto que produce la IAG de ninguna manera admite ser considerado como inofensivo.