En el libro La revolución de la riqueza (2006), Alvin y Heidi Toffler, destacados futurólogos estadounidenses de origen judío, afirmaron que el tránsito a la “economía del conocimiento” dio inicio el 4 de octubre de 1957. Ese día la extinta URSS colocó en órbita el primer satélite geoestacionario: el Sputnik 1.

El desarrollo de los modernos sistemas de telecomunicaciones estimuló grandes esperanzas en la humanidad. Se creía que, a partir de un mundo mejor comunicado se podría construir mejores puentes de comprensión y entendimiento entre los pueblos.

La vida útil del Sputnik 1 fue corta, tan corta como la esperanza de la gran fraternidad entre los hombres. El Sputnik 1 se incineró el 4 de enero de 1958 durante su reingreso a la Tierra.

El programa Sputnik comprendió el lanzamiento de varios satélites al espacio. La perrita Laika, el primer ser vivo terrestre en orbitar la Tierra perdió la vida en el Sputnik 2, el cual fue puesto en órbita el 3 de noviembre de 1957.

El lanzamiento al espacio del primer Sputnik detonó la carrera espacial entre las dos grandes superpotencias en la agonía del siglo XX: Estados Unidos y la URSS. La carrera espacial, el último episodio de la guerra fría propició una formidable aceleración histórica.

Para poder enfrentar y revertir la supremacía científica y tecnológica que había alcanzado la URSS, John F. Kennedy, el entonces presidente de Estados Unidos, dio inicio al Programa Apolo en 1960 y se comprometió a llevar al primer hombre a la Luna antes de que finalizara esa turbulenta década.

El 20 de julio de 1969, Neil Alden Armstrong, comandante del Apolo XI finalmente consiguió pisar la superficie lunar.

Armstrong, el prototipo del héroe estadounidense, pronunció una frase definitivamente memorable: «Este es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad».

A John F. Kennedy le faltó tiempo para ver sus sueños cumplidos. Fue asesinado en Dallas, Texas el 22 de enero de 1963.

De la costosa carrera espacial que sostuvieron las dos grandes superpotencias derivó la tercera revolución industrial.

La gestación de Internet, la suprema invención de la tercera revolución industrial fue posible gracias al formidable desarrollo alcanzado por las ciencias y las tecnologías.

La introducción de la World Wide Web (3W) catapultó a Internet, el cual a principios de la década de 1990 parecía una tecnología incipiente, sin porvenir posible. Gracias a la 3W y a Tim Berners-Lee, hoy podemos afirmar que Internet -particularmente la web- estableció un auténtico parteaguas en la comunicación humana.

Internet ha observado un rol protagónico en el desarrollo de otras tecnologías asociadas, como los blogs, las redes sociodigitales, el streaming, el metaverso, posibilitando, además, las comunicaciones entre seres humanos, máquinas y un amplio repertorio de dispositivos. Internet será determinante en la evolución de la Inteligencia Artificial Generativa (IAG).

Sin embargo, debemos tener muy presente que el desarrollo tecnológico no se limita a generar grandes ventajas a la humanidad, también introduce nuevos retos y grandes problemas.

Hoy podemos reconocer que no todos los efectos de Internet admiten ser considerados positivos. La acentuada polarización que podemos advertir en algunas sociedades, por ejemplo, en gran medida la podemos atribuir al tendencioso manejo de los algoritmos que soportan a las redes sociodigitales.

Internet y la IAG podrían depararnos sorpresas muy desagradables. Una, que admite particular relevancia en nuestros días es el empleo de Internet y la IAG en la degradación de la calidad de vida democrática en las naciones libres.

Este año, en 60 países más de 2,000 millones de personas emitirán sus sufragios en elecciones locales, regionales y nacionales. Nunca antes tantas personas habían acudido a las urnas para elegir a sus gobernantes.

Ello podría resultar muy esperanzador. Sin embargo, debemos tener muy presente que, en determinadas naciones hay poderosos grupos interesados en obstruir a cualquier costo el desarrollo de la democracia.

La poderosa y lucrativa industria de la desinformación no ha pasado por alto el delicado panorama electoral.

La incorporación de la IAG ha modificado radicalmente el panorama de la mercadotecnia política.

Una interesante nota de la periodista Victoria Elliot, publicada en la revista Wired, refiere como “en India e Indonesia, los líderes muertos se levantan para apoyar a sus sucesores políticos; en Sudáfrica, el rapero Eminem apoya a los partidos de la oposición; y en Estados Unidos, el Presidente Joe Biden dice a los votantes de New Hampshire que se queden en casa. Todas estas cosas «sucedieron», pero ninguna de ellas es real”.

La nueva apuesta de una renovada “policía del pensamiento” (Orwell) no se limita a presentar otros datos. La trampa radica en imponer la otra verdad.

Pasan a un plano secundario la producción de hashtags destinados a manipular a la opinión pública imponiendo corrientes de opinión artificiales, la producción masiva de bots y las «tropas digitales» dedicadas a amplificar la propaganda de algunos gobiernos

Los deepfakes pueden ser utilizados en las campañas y en los mensajes de todos los partidos, candidatos y gobiernos empeñados en presentar las mentiras como verdades.

En 2023 el gobierno venezolano utilizó videos creados con inteligencia artificial para difundir propaganda en Internet. Esa fue la punta del iceberg, el inicio de un triste espectáculo de simulación y mentira.

La revolución de la IA generativa se ha extendido en Internet y juega un papel decisivo en el desarrollo de las campañas políticas en el mundo.

Así como las esperanzas de acceder a un mundo mejor se incendiaron tan rápido como el Sputnik en su retorno a la Tierra, así parecen desmoronarse las expectativas de quienes creían que la IAG daría paso a una humanidad diferente, renovada, mejor.

1984 llegó tarde. Llegó 40 años después, en 2024.

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