Las revoluciones destruyen límites, destacaron Alvin y Heidi Toffler en el libro La revolución de la riqueza (2006).

La digitalización ha propiciado el desarrollo de una impresionante infraestructura tecnológica . Los viejos límites, relatos, muros y fronteras resultan insuficientes para contener los grandes cambios en puerta.

En nuestros días, no pocas de las barreras que creíamos infranqueables entre la ciencia y tecnología se diluyen y, fronteras que suponíamos existentes entre las mismas ciencias se desmoronan.

La complejidad nos permite reconocer las múltiples relaciones posibles en un gran sistema de conocimiento, donde las interdependencias son tan inevitables como estrechas.

El formidable desarrollo científico y tecnológico que despliega la cuarta revolución industrial (4RI), no solo producirá importantes transformaciones en lo político y lo social. Las repercusiones inevitablemente se extenderán al imaginario de lo biológico y lo natural.

El 18 de abril de 2015, un equipo de calificados genetistas chinos realizó un experimento con 83 embriones humanos. El propósito del experimento fue explorar las posibilidades de intervenir el genoma de las células, alterarlo, modificarlo o perfeccionarlo.

Los investigadores sometieron los resultados que arrojó la prueba a dos revistas científicas, las cuales rechazaron publicarlos, argumentando sus principios deontológicos. Tal hecho es referido por Luc Ferry en el libro "La revolución transhumanista".

Desde el imaginario transhumanista, algunos afamados referentes proponen la necesidad de considerar a la vejez y la muerte como patologías posibles de superar.

La medicina, efectivamente puede contribuir a perfeccionar y a transformar lo humano. Sin embargo, en ello, no todos los médicos están de acuerdo. La comunidad médica empieza a dividirse en bioprogresistas y bioconservadores.

Los bioconservadores sostienen que la medicina tradicional, fundamentada en el propósito de reparar todo aquello que las enfermedades han estropeado, debe permanecer fiel al ideal estrictamente terapéutico.

Sin embargo, los notables avances registrados en hibridación y medicina regenerativa, entre otros, permiten suponer que, en un futuro, no muy distante, será posible restaurar órganos envejecidos o dañados. Incluso, algunos consideran factible que el cerebro humano pudiera rejuvenecer.

No hace mucho, la procreación asistida era considerada por no pocas religiones como algo inadmisible.

Hoy, entusiastas promotores del transhumanismo se pronuncian a favor del empleo intensivo de células madre, la clonación reproductiva, la ingeniería genética y la hibridación hombre-máquina.

Sin embargo, en el imaginario transhumanista también se presentan diferencias significativas entre quienes solo desean perfeccionar al hombre, sin renunciar a la condición humana y, quienes consideran indispensable considerar la fusión cuerpo humano-tecnología para perfilar el tránsito posible a una nueva especie.

Gracias al aprendizaje automático en la i nteligencia artificial -destacan algunos de los promotores más radicales de lo tecnohumano -, las máquinas inteligentes podrán fabricar mejores autómatas sin participación humana alguna en el proceso.

La inteligencia desplegada por una generación de autómatas sería superada por la siguiente y, así sucesivamente. Finalmente, los autómatas se habrán transformado en agentes autónomos capaces.

El autómata capaz puede enfrentar problemas no previstos en su diseño y entrenamiento. Puede aprender de sus experiencias y errores, como cualquier ser inteligente. Los autómatas no tienen que ser perfectos.

Si bien el coeficiente de inteligencia promedio en la especie humana ha venido progresando significativamente de generación en generación, las máquinas y algoritmos se vuelven más inteligentes a pasos agigantados.

Desde la década de 1990, supercomputadoras y ambientes de inteligencia artifical (IA) desarollados por IBM, Google y algunas universidades han derrotado a campeones mundiales de ajedrez, go, así como a los mejores jugadores de poker y Jeopardy.

El 10 de febrero de 1996, Deep Blue, supercomputadora desarrollada por IBM, derrotó a Garri Kaspárov, campeón mundial de ajedrez. Kaspárov finalmente ganó tres juegos a Deep Blue y empató dos.

Un año después, en 1997, Deeper Blue, otra supercomputadora desarrollada por IBM, venció a Kaspárov por 3½- a 2½ en el encuentro pactado a seis partidas.

En febrero de 2011, Watson, de IBM, capaz de responder a preguntas formuladas en lenguaje natural, venció a los mejores jugadores de Jeopardy.

En marzo de 2016, AlphaGo, desarrollado por Google, se impuso sobre Lee Sedol, campeón de go, en 4 de las 5 partidas celebradas. El go es considerado uno de los juegos más complejos. Sus variantes incluso superan al ajedrez.

AlphaGo Zero, versión del software Go, desarrollado por DeepMind (Google) alcanzó el nivel más alto de go. Se enseñó a sí mismo a jugar.

En 2016, Alpha Zero derrotó al programa Stockfish 8, campeón mundial de ajedrez, capaz de calcular 70 millones de posiciones en el tablero por segundo. Alpha Zero aprendió a jugar ajedrez en cuatro horas. De las 100 partidas que sostuvo con Stockfish 8, Alpha Zero ganó 28 y quedaron tablas en 72; es decir, no perdió ningún juego.

En 2017, Libratus, programa de IA de la Universidad de Carnagie Mellon, derrotó a los mejores jugadores de poker en el mundo.

Debemos tener presente que, en tan popular juego de cartas, los jugadores acostumbran simular, blofear, mentir. La manipulación de las emociones puede resultar decisiva en el desarrollo del juego. Por ello, la victoria de Libratus no solo asombró a la comunidad científica. Los primeros sorprendidos fueron los jugadores.

En 2019, Google presentó su Doodle, capaz de componer melodías a partir de dos compases. En un memorable episodio de Mozart in the jungle, el actor Gael García, quien interpreta a un excéntrico joven director de orquesta, arremete furioso contra un robot japonés, el cual fue programado para componer música clásica.

Después del momento en el que alcancemos la singularidad tecnológica, se produciría una significativa brecha de inteligencia entre las máquinas y los hombres.

En la incertidumbre que supone tan complejo escenario, la supervivencia del hombre dependería del respeto que observen las máquinas inteligentes a lo dispuesto por Asimov en las leyes de la robótica.

Para no tener que depender de la buena voluntad que podrían tenernos o no las máquinas inteligentes , algunos consideran indispensable impulsar la radical transformación del hombre, la cual, no podría depender del proceso de evolución natural.

La exaptación deseable, que transformaría al hombre en una nueva especie, precisamente se ubica en el imaginario de la tecnología , en la tecnofabricación de una posthumanidad.

Ello implica pasar de la fatalidad del azar a la elección. Pasar de animales a dioses (Harari).

En otros tiempos, el hombre delegó a dios toda responsabilidad posible sobre la construcción del ser; posteriormente a la naturaleza, la costumbre. En el mejor de los casos, a la historia, a la genética.

Hoy, tal decisión corresponde exclusivamente al hombre. Es necesario explorar los retos y posibilidades que representan tan complejos cambios sin las ataduras de obviedades obsoletas

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