México camina desde hace tiempo en una senda de deterioro social, económico y político que se refleja en algunas de las variables que sustentan la posibilidad de que nuestro país avance hacia el desarrollo y la paz social. Uno de los principales elementos de deterioro es la polarización que se puede observar en distintos ámbitos de nuestra vida. En este contexto existen al menos 3 formas de polarización que crecen en una medida cada vez más acelerada: la polarización económica, la social y la política.
La polarización económica es la más visible. La pandemia y la crisis económica han generado una caída en los niveles de ingreso que enviaron a la pobreza a al menos 3.7 millones de mexicanos, a la vez que 2.2 millones de personas que se encontraban en pobreza moderada se desplazaron a pobreza extrema. Adicionalmente, según datos del CONEVAL, el 12% de la población perdió el acceso a servicios de salud, lo que en un contexto de pandemia representa una importante afectación a la calidad de vida de las personas.
En la medida en que la economía siga sin crecer la polarización aumentará, dado que la población crece a una tasa relativamente fija, y con ello el número de personas y familias que requieren empleos e ingresos. De tal manera que el hecho de que la economía no crezca significa, en términos netos, que la economía y el ingreso promedio decrece.
La polarización social se presenta dentro de la sociedad como un reflejo de las desigualdades económicas, de las condiciones de vida de los individuos y de las diferencias políticas, pero también puede ser fomentada como herramienta política. Cuando un gobierno emplea la polarización como estrategia política, tiende a construir una narrativa en la que se sus seguidores forman parte de un grupo homogéneo de personas que comparten valores en torno a sus políticas, y quienes no coinciden se encuentran del otro lado del espectro y con valores opuestos.
Esto tiende a construir una percepción en blanco y negro de la manera en que los individuos valoran su afinidad con los demás, basado únicamente en aspectos de índole político. Esta polarización se mezcla con las desigualdades sociales y las distinciones entre clases, de tal manera encontramos con cada vez mayor frecuencia conflictos de polarización etiquetada: fifís vs. chairos; conservadores vs. liberales; neoliberales vs. transformadores; pueblo vs. mafias del poder, entre muchas otras.
Finalmente, la polarización política ocurre dentro de las clases políticas y de las actividades de administración pública, en los contrapesos democráticos y en las instituciones. La visión monocromática del ánimo político en México ha derivado en una polarización política que limita la capacidad de construcción de agendas comunes y de políticas públicas que se encuentren en puntos medios entre los distintos extremos de visiones de país.
La capacidad de negociación y construcción de consensos (elementos fundamentales de la democracia) se han sustituido por la necesidad de construir mayorías aplastantes para imponer la visión de uno u otro. Lo anterior ha propiciado que, por una parte, se tomen decisiones de política pública que no representan los intereses de la población, y por otra, una parálisis política que se refleja en un aparato político/administrativo ineficiente.
Estos tres tipos de polarización parecen estar avanzando de manera inadvertida para la mayoría, permeando poco a poco en las dinámicas de interacción social. Sin embargo, genera efectos altamente nocivos que afectan no solo la paz social y la convivencia entre individuos, también propicia un deterioro paulatino en las condiciones más básicas de cohesión social que sustentan los valores democráticos.
La polarización como estrategia política puede ser útil para ganar elecciones, sin embargo, no es sostenible en el mediano y largo plazo para lograr que un país prospere y se desarrolle. Ningún país ha salido adelante estando dividido.
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