Por Ángel Fernández

Aunque desde el discurso se niegue, la inseguridad y la violencia siguen arraigadas en nuestra cotidianidad. En la búsqueda de opciones para superar la crisis, resulta indispensable revisar aquellos recursos y acciones que han funcionado para atender el problema. Pero, antes de replicarlas debe abandonarse la idea de que las soluciones son únicas y que se pueden poner en práctica en cualquier contexto.

Una de las propuestas que hemos resaltado en espacios anteriores son los mecanismos informales para la prevención del delito emanados desde las comunidades. Aun así, debemos matizar los alcances de estos enfoques, pues la promoción del fortalecimiento de redes sociales, la cohesión social o incentivar controles sociales informales en algunos contextos pueden derivar en efectos indeseables.

Varios estudios han encontrado que altos niveles de cohesión y controles sociales de las comunidades pueden promover o coexistir con cierto tipo de conductas violentas y distintos delitos. Por ejemplo, grupos dedicados a actividades ilegales pueden ser parte de las redes sociales de las comunidades al proporcionar o mejorar los servicios e infraestructura que el Estado o el mercado no proporcionan.

Por su parte, los controles informales podrían generar efectos que agravan la violencia e inseguridad. En determinadas condiciones, algunos integrantes de las comunidades llegan a establecer castigos respecto a actividades que, si bien atentan contra el orden social local, pueden ser, además de arbitrarios, desproporcionados. Los toques de queda, y los linchamientos, son ejemplos de lo mencionado.

Otro tipo de medidas que se han vuelto populares para la contención de la inseguridad son aquellas que promueven cero tolerancia frente a las conductas antisociales o delitos menores, asociados a lo que se denomina teoría de las ventanas rotas. La premisa general de esta propuesta es que la intervención inmediata de la autoridad o de grupos sociales para contener expresiones de desorden o conductas antisociales puede evitar delitos graves.

Aunque con poca evidencia y varias críticas a cuestas, los principios de las ventanas rotas ganaron popularidad a finales del siglo XX y fueron puestos en práctica en varias ciudades de todo el mundo. Algunas de estas experiencias lograron reducir los índices delictivos y cambiaron la cara de algunas ciudades asediadas por la criminalidad.

Sin embargo, antes de señalar que este tipo de enfoque pueda ser exitoso en México, debemos considerar algunas particularidades del contexto. Primero, no todos los gobiernos locales tienen la capacidad para ponerlo en práctica, pues en la mayoría de los municipios hay un déficit de policías para atender lo que se denomina el desorden.

Segundo, se requiere una formación distinta de la policía, que no solo reaccione a conductas ubicadas en la frontera de lo ilegal. Es impostergable transformar el accionar policial para enfocarlo en los problemas cotidianos de las comunidades, de no hacerlo, el abuso de los cuerpos de seguridad se multiplicará. En ciudades en donde se han puesto en operación las ventanas rotas, los señalamientos de abuso policial y violación a derechos humanos son reiterados.

Los mencionados enfoques son solo dos ejemplos de algunas estrategias que se pueden utilizar para combatir de manera más eficiente la violencia y el crimen. Sin embargo, deben ser adecuados al contexto y resulta imprescindible promover el involucramiento de los integrantes de comunidades acompañado de una forma distinta de acercarse a los problemas cotidianos por parte de la autoridad.

Investigador del Observatorio Nacional Ciudadano

@DonJAngel

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