Por: Arturo Peláez Gálvez
¿Cuánto horror puede soportar una sociedad antes de admitir que no hay razón para permanecer unida? Los hechos ocurridos hace unos días en Lagos de Moreno muestran la más reciente página de una tragedia continuada, a punto de engullirse a sí misma, y con ella a la sociedad mexicana, si es que alguna vez existió. Me explico.
En el plano más obvio, lo que la prensa y las redes sociales han reproducido es un instante en el que cinco jóvenes son exhibidos en alguna sala del infierno terrenal. Frente a esa dimensión del espanto, se activó la respuesta institucional habitual: iniciar las investigaciones conducentes, realizar operativos de búsqueda y ofrecer condolencias a los familiares de las víctimas.
En un plano más hondo, lo que tenemos a la vista es la más reciente grieta de una sociedad incapaz de reconocerse en la brutalidad que observa, y de una autoridad que dice gobernar, pero en secreto admite que no lo hace.
¿Cómo pueden “desaparecer” cinco jóvenes en un pueblo que antes era parada obligada antes de rendir honores a la Virgen de san Juan de los Lagos? ¿Cómo pueden ser mostradas sus imágenes para alimentar el morbo colectivo, y para saciar el apetito de reputación criminal de quienes estaban detrás de la cámara? ¿Cómo puede una misma persona conjurar contra su propio cargo, al burlarse de la inteligencia de su auditorio, y ocultar con un chiste su sordera moral?
Me parece que detrás de esas preguntas se encuentra la ausencia de un motivo suficiente para estar juntos y para obedecer a alguien. Durante el último siglo, el régimen político mexicano construyó ídolos legales y culturales, que ocultaran las desigualdades regionales y culturales en un territorio disputado interna y externamente, con pretensiones de ser una comunidad política soberana, vamos, un país. Por generaciones se nos hizo creer que la ley es tan venerable como negociable, y que la nación es un sentimiento que nos une.
Hoy hemos de notar que las leyes emanadas de “la soberanía nacional” no salen retratadas en las fotos que nos estremecen cada día. La fuerza pública del Estado Mexicano no estaba presente allí donde las víctimas fueron sometidas y ultrajadas. Lo que sí vemos es la molicie de quienes ejecutan el horror con cínica impunidad por una razón todavía más espantosa: porque pueden.
El peligro de esta clase de acciones ya dejó de ser solamente “una afrenta para el Estado de Derecho” como rezan las autoridades. Es una señal adicional de que las cuerdas que sostienen el acuerdo social dejaron de tensarse; hace tiempo que están rotas y no queremos darnos cuenta.
Quizá debamos reconocer que las razones para estar juntos y construir un futuro no dependen de las palabras de autoridades omisas e irresponsables, sino de la energía social que aún queda para exigir y construir respuestas eficaces. La «sociedad mexicana» se dice tal porque está en «México», pero ese país está hecho pedazos y su sociedad también. Ya no hay tiempo para intentar pegarlos, sino para crear nuevas y mejores razones para estar juntos.
Investigador del Observatorio Nacional Ciudadano
@PelaezGalvez