Por: Daniela Cristóbal

El pasado 8 de marzo alrededor de 90 mil mujeres, según estimaciones de la Secretaría de Seguridad Ciudadana, salimos a protestar contra las diferentes manifestaciones de la violencia de género en CDMX. Entre pancartas, ropa de color morado o verde, porras y cantos, mujeres de todas las edades, con o sin contingente, nos unimos para exigir que la violencia pare.

Gritamos juntas que no queremos ni una desaparecida más, que queremos salir a la calle y sentirnos seguras, que nuestro cuerpo no necesita tu opinión, que si te pega no es amor, que queremos la libertad de decidir sobre nuestro cuerpo, que nunca más contarán con la comodidad de nuestro silencio, que no queremos un sistema de justicia revictimizante, pero, sobre todo, que yo sí te creo.

Marchar acompañada de otras víctimas de violencia arropa y genera la certidumbre de no estar sola. Pero ¿qué sucede con aquellas mujeres que siguen experimentando algún tipo de violencia y no cuentan con el privilegio de salir de relaciones o ambientes dañinos? ¿Cómo lograr que el empoderamiento sea real y sinónimo de libertad para todas?

Rafia Zakaria en su libro “Contra el feminismo blanco” hace una crítica al feminismo para dejar de pensar las necesidades de todas las mujeres desde el privilegio de la blanquitud occidental. Refiriéndose al trabajo de varias feministas del sur global, la autora recalca que el empoderamiento debe ser entendido como un poder político colectivo empleado por las organizaciones de base para lograr cosas.

Sin duda es de celebrarse que cada año se registre mayor participación femenina en la marcha del Día Internacional de la Mujer y que cada vez las demandas sean más claras y concisas. Sin embargo, para poder hablar de empoderamiento es necesario que las oportunidades de elegir sean una opción para todas: estudiantes, académicas, trabajadoras formales e informales, amas de casa, pero también para las indígenas, afromexicanas, migrantes, víctimas de trata y víctimas de matrimonio infantil forzado.

Urge comenzar a repensar el movimiento feminista como poder político colectivo, alejándolo de soluciones universales formuladas desde el desconocimiento de la realidad a la que se enfrentan las mujeres, sus valores y los recursos de los que disponen. Ante un Estado mexicano indiferente que minimiza la violencia de género y destina cada vez menos recursos, la sociedad civil ofrece una vía para comenzar a construir solidaridad.

Tan solo en CDMX ya somos casi 100 mil mujeres que reconocemos, nombramos y exigimos que termine la violencia contra nosotras en un México donde 2022 ocupó el primer lugar (considerando la tasa anual) en trata de personas, violaciones y violencia familiar; y el cuarto lugar en feminicidios desde que se tiene registro.

No dejemos el feminismo únicamente para el 8M, convirtamoslo en una lucha diaria hasta que la violencia en sus diferentes manifestaciones deje de ser cotidiana. Construyamos espacios seguros, ofrezcamos ayuda cuando nos sea posible, no juzguemos las acciones de otras, seamos parte de la red de apoyo de otras y dediquemos parte de nuestro tiempo a visibilizar a aquellas que no cuentan con posibilidades de alzar la voz.

Referencias:

Zakaria,R. (2022). Contra el feminismo blanco. Editorial Continta Me Tienes, Madrid.

Investigadora del Observatorio Nacional Ciudadano

@dani_cristob

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