Dentro de las cárceles se pueden escuchar miles de historias diferentes, las razones por las que la se llega a esos lugares son diversas, algunas incluso difusas. Las personas dentro de los centros penitenciarios no sólo están limitadas por esas paredes, sino que sus vidas están condicionadas a las decisiones de las autoridades que, sobra decir, las considera una estadística que hay que mirar de lejos.

Por: Diana Sánchez 

Pero, independientemente de las razones por las que han llegado a esos lugares, ¿qué pasa ahí adentro? Actualmente, los centros penitenciarios son lugares en los que conviven miles de personas que cometieron un delito – o no – sin ninguna guía, sin reglas, sin límites y sin posibilidades. Por ello, es muy fácil que los sigan reproduciéndose y todos son obligador a convivir con la ilegalidad.

Para cambiar este paradigma, primero es fundamental ampliar la percepción que tenemos de las cárceles como centros para castigar a quienes cometen delitos, o incluso, como un lugar para pagar una deuda social por ese tipo de actos. Es urgente que la política en la materia, no sólo desde el discurso, pase de entender a los centros penitenciarios como lugares para contener personas que han cometido un delito a unos que los doten de apoyo psicológico, técnico y de herramientas para su reinserción a la sociedad.

En México, si hablamos de que las cárceles constituyen el ambiente idóneo para la reproducción de irregularidades, delitos y actos de corrupción, no sólo por parte de las personas en reclusión, sino por quienes mantienen el orden y el control de su funcionamiento, entonces podemos pensar que su objetivo se ha vuelto inercial y ha perdido el sentido.

Por ello, traer a la mesa la idea de que los centros penitenciarios sirvan como un medio para la reinserción social en México, se vuelve complicada y casi abstracta. Además, no existen mecanismos para procurar que, tanto a su paso por los centros penitenciarios, como a su salida se les dote del apoyo y las herramientas necesarias para continuar su vida, incluso para empezarla, y que así se desarrollen positivamente a la sociedad.

Afuera, la realidad es aplastante. Muchas de las personas que ingresaron a centros penitenciarios se alejan completamente de sus familias, se quedan sin una estructura de apoyo y sin un lugar al cual regresar una vez que salen. Nadie se detiene a preguntar qué pasa cuando, día con día, reclusos y reclusas ponen un pie afuera de una cárcel después de años de estar ahí, sin nada en la bolsa y nadie que les tienda la mano.

Ahí hay un pequeño espacio de tiempo, quizá segundos, en el que no son problema de ningún gobierno, son sombras transitando. ¿Por qué no, en lugar de esperar que una fórmula mágica haga que esas personas se reinserten a la sociedad, no creamos condiciones para que tengan siquiera la oportunidad de hacerlo? Dejemos de pensar que su reincidencia o la manera en la que viven una vez fuera, son su decisión y dejemos atrás esta falsa percepción de que la reinserción sólo debe ocuparnos mientras las personas estén dentro de las cárceles.

Subdirectora de Incidencia en Política Pública 
@_dianasanchezf 

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